'Hannibal', la debilitación de un mito

Mira a ver si puedes arrancarte la piel…y dársela de comer a los perros…

-Hannibal Lecter

Hace poco volví a ver ‘Hannibal’, dirigida por Ridley Scott ocho años atrás, con la esperanza de que las sensaciones que me produjo hace ya tanto tiempo siguieran intactas. Y las sensaciones eran que, a pesar de ser evidentemente inferior a la película que, en 1991, dirigió Jonathan Demme, se trataba de una buena película de horror, de factura perfecta y mucho estilo a la hora de darle la vuelta al (sensacional) texto original de Thomas Harris.

Pero, y aunque puse todo de mi parte, la mayoría de aquellas sensaciones se han evaporado con el tiempo, y lo que antes me parecía una estupenda película, ahora me parece de una tosquedad evidente. De hecho, es un burdo ejercicio de estilo, muy en la línea de lo que en esta década nos ha ido ofreciendo este director. Contiene un par de buenas secuencias, y un par de buenas ideas, pero es una película poco destacable. Puede que mis gustos evolucionen más rápido de lo que pensaba. Sin embargo, creo que debe ser la mejor película que ha hecho Scott en veinte años.

Apuesta comercial disfrazada de cine de autor

La cosa estaba bastante clara. Después del grandioso éxito, no sólo de público, también de crítica, de ‘El silencio de los corderos’, y con una nueva novela en camino de Harris, Dino de Laurentiis no podía dejar pasar la oportunidad de repetir la jugada. Ahora bien, primero intentaría reunir al equipo original, sobre todo a Anthony Hopkins. Lo malo es que sólo consiguió hacer firmar a este actor, que había encontrado al que sin duda es el personaje de su vida, mientras que Jodie Foster y Jonathan Demme se negaron en redondo a participar en la secuela.

Pero este productor, de errática carrera, no se ha caracterizado precisamente por rendirse ante las negativas. En lugar de eso confeccionó una producción ambiciosa, esperando un gran éxito de taquilla y, quién sabe, quizá otra buena película. A tal efecto contrató a Ridley Scott, que estaba rodan su primer éxito en una década, ‘Gladiator’, y para sustituir a la Foster, llamó a una gran actriz, aunque le costó bastante convencerla, Julianne Moore. El oponente de Hannibal, Mason Verger, sería encarnado por un irreconocible Gary Oldman, con lo que ambos actores volverían a enfrentarse tras ‘Bram Stoker’s Dracula’.

La novela retomaba a la misma pareja de personajes, varios años después, y extendía su relato a Florencia, ciudad en la que un fugitivo Lecter intentaba ingresar en el prestigioso Studiolo Florentino, gracias a sus vastos conocimientos de arte. De modo que Ridley Scott intentaría destacar la oscura belleza de la capital italiana, buscando un espectáculo de horror en el que se subrayara su atmósfera medieval, antes de regresar con el relato a Estados Unidos y contarnos el reencuentro entre ambos personajes. El problema consiste, una vez más, en que Scott no comprende en absoluto a sus personajes, y aunque se esfuerza en una puesta en escena aparentemente culta y sofisticada, se queda en cultureta y gélida. Pero Scott siempre ha sido un mercenario, que firma proyectos ajenos, y ya a nadie puede convencer de ser un autor.

Fastuosa producción, irregular dirección

Con mucho más presupuesto que ‘El silencio de los corderos’, Scott contó con el director de fotografía responsable de la gran imagen de ‘Gladiator’, John Mathieson, un profesional cuya forma de trabajar han imitado los directores de fotografía de Scott en sus últimas películas. Su estilo de imagen está basado en las sombras y en los humos constantes, de gran profundidad de campo y blancos extremos, saturados. Da igual qué historia cuente este hombre, que sus tratamientos de luz son muy similares. De hecho, es una luz muy parecida a la de ‘American Gangster’, y no me digan que esto es un rasgo de estilo, porque no es cierto.

Pero no sólo la imagen y la resolución plástica son opuestas a las de la primera película (una opción lícita, naturalmente), sino que todo lo que aquella obra maestra tenía como ejemplo de contenido horror, de perfecto suspense, de despiadada y compasiva verdad, desaparece con Scott. Y lo malo para él, es que no los sustituye por nada mejor, sino por una puesta en escena muy preciosista pero de escasa profundidad. Y el bueno de Demme le da lecciones de suspense con una mano atada a la espalda, sin necesidad de crear un alucinante juego de luces y sombras. Demme, además, perseguía conmovernos, con una dirección sobria y humilde, mientras que Scott pretende asustarnos con casquería y exageraciones.

Todo comienza con la peor secuencia de la película, y acaba seguramente con la mejor, lo que al menos es una suerte. Porque la secuencia de acción que abre el filme es un ejemplo del peor cine de este género que podemos encontrar, un batiburrillo amorfo de imágenes montadas frenéticamente para dar al sensación de dinamismo, pero que produce mareo (casi superado por dos planos consecutivos de Giancarlo Gianini y Francesca Neri que parece un anuncio de champán…). Moore se esfuerza en su Clarice Starling, pero está lejos de la identificación profunda de Foster. Se nota demasiado que ha recogido un testigo demasiado pesado, incluso para su talento. En cuanto a Hopkins, ya era una estrella, y aunque sin duda hace un buen trabajo, este es desequilibrado, muy lejos también de la increíble perfección de su primer Hannibal.

En general, la sensación que se tiene es la de que el reparto está mucho peor cohesionado, como sucede casi siempre con Scott, que el aparato técnico. Aunque también adolece de soluciones narrativas que afean mucho su aspecto, como la decisión de acelerar o ralentizar la imagen, a la manera de un colegial que deseara impresionar con trucos. Pero hablábamos de Hopkins, que después de un papel casi de secundario en la primera parte (aunque se llevó el Oscar a mejor principal, lo que demuestra lo innecesario del término) es ahora la estrella de la función.

Sin embargo el fascinante doctor Lecter se convierte por momentos, por una dirección falta de coherencia, en el cargante doctor Lecter. No nos impresiona ya tanto, por acumulación de escenas y por un tono disperso, este tenebroso genio del mal. Viendo esta película, que insisto con todo creo que es lo mejor de Scott en esta década, lo mejor de todo es las furiosas ganas que le entran a uno de revisar, por enésima vez, la maravilla de Demme. De hecho, acabo de decidir que la semana que viene le dedicaré un largo análisis en dos partes. Esta se lo merece.

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