Las tardes con Van Damme, 'Soldado Universal'


En realidad, de mi canon Van Damme, esta sería, sin lugar a dudas, la película más floja. Lo digo respecto al tercer acto, del todo prescindible. ‘Soldado Universal’ (Universal Soldier, 1992) es la historia de un sindiós. O sea, de un conflicto entre dos superhéroes que, por supuesto, eran soldados de Vietnam que ahora han sido reprogramados por el gobierno. La película no cuenta nada nuevo, pero tomando un poco de Lo Macarra de Cameron y Verhoeven se saca una trama lo mar de desternillante. O sea, una excusa para presentar superhéroes en estado de forma y momentos delirantes, como ése en el que el soldado resucitado convierte el speech dramático de Vietnam á la Rambo en una performance loca de supermercado. Pocas ideas más brillantes que esa.

Van Damme encara su primer intento de ser un héroe de acción un poco más mainstream al encarnar a un personaje que desarrolla, snif, sentimientos, sin dejar de ser, por supuesto, una máquina-de-matar-y-de-dar-patadas-pero-que-al-detenerse-nena-tiene-sentimientos. Van Damme es así: él tiene sentimientos, pero también mecanismos de defensa, y pobre de la nenaza que lo cuestione.

La película de Roland Emmerich se ocupa de un conflicto realmente vital: lo que ocurre cuando juntas a un Van Damme con un Lundrgen. Sus consecuencias. Incluso, con una mirada ciertamente incisiva, va más allá y lo que propone es qué ocurre si los creas juntos. Claro, la que se lía es tremenda, hostias por allí, hostias por allá, en fin, el hercúleo encanto de lo masivo. ¿Qué queréis que os diga? Esta película supuso la temprana revelación de Emmerich como algo que finalmente no ha sido: un gran creador épico de multisalas cuya sensibilidad era deliberadamente infantil.

Con Jerry Orbach ejerciendo del doctor más funcionario que recuerdo en una producción de este calibre, podríamos más o menos deducir que todos los problemas quedan en la dama en peligro, encarnada por Ally Walker. Mientras que Emmerich iría más allá en su poética de los Machos Charlando, aquí todavía se permite una dinámica emocional un poco más simple: Machos Sudando, Machos Peleando y Machos A Topísimo por una mujer. Esto, claro, rompe una película que debería dinamitar en una conclusión que más que cine fuera una gigantesca y cyberpunk pelea de pressing catch. No sucede. Lástima.

Lo que sí sucede es una película del todo entretenida, dirigida, con ese ojito de planificaciones resultonas y más que eficaces, sentido visual hecho de storyboards, sacado de la generación de Spielberg y Lucas, por un Emmerich ya haciendo oposiciones tempranas para cambiar su Cameron por un sub-Spielberg, y, de hecho, ¿qué es Ally Walker sino una torpe versión de Marion Ravenwood? Ah, los cineastas, la influencia y las noches de soñar: Emmerich nunca tuvo ambiciones extras y fue cuando se reconvirtió en aburrido director de catástrofes-a-gran-escala cuando perdió todo su encanto. Además, Cameron escribió la primera secuela de Rambo con lo cual los ecos de Vietnam y de Cameron no podían ser más obvios.


¿Las escenas más disfrutables de la película? Mi favorita es la pelea del bar, marcada por un sentido del humor blanco con un Van Damme en ebria relectura de Boris Karloff y una pelea donde todo el talento del astro belga queda a nuestra disposición. Es una escena especialmente desternillante que anuncia también un clímax final que nunca sucede. La pelea en la lluvia es genérica, poco generosa con el humor y con el tono que se anuncia en la película. Afortunadamente, lo que queda es un relato sobre dos mastuerzos on fire y así debe ser vista.: como una pieza desplazada, como ha explicado ya el glosador vandammita John Tones, pero lúdica.

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