'Macbeth', sencillamente magistral

“Muchas veces tenemos por amor lo que es verdadera desgracia”

Alguna que otra vez, si el espectador tiene suerte. el cine supone verdadera expresión artística del director. Es decir, supone verdad. El que analice someramente la carrera de Roman Polanski y crea que ‘Macbeth’ (‘The Tragedy of Macbeth’, 1971) llegó por casualidad, o quizá porque el cineasta franco-polaco siempre había querido hacer un Shakespeare, se equivoca completamente. Si su ‘Macbeth’ es una narración absolutamente magistral lo es porque este pequeño genio (y lo de pequeño sólo es atribuido a su tamaño físico), “tenía” que hacerla, y hasta el fracaso de su anunciada adaptación del ‘Papillón’ de Henri Charrière (que tuvo lugar dos años después, inmejorablemente, de la mano de Franklin J. Schaffner, aunque los polanskianos siempre imaginaremos la posible versión de este director) parece un golpe del destino necesario para que una nueva versión del texto de 1605 tuviera lugar y ya nadie fuera capaz de capturar mayor oscuridad, violencia sanguinaria, tormento y dolor en una pantalla. Bien lo valía Sharon Tate.

Con las magníficas versiones de Orson Welles (aunque su ‘Macbeth sea, en mi opinión, inferior al maravilloso ‘Otelo’ de 1952) y de Akira Kurosawa (con la formidable ‘Trono de sangre’ (‘Kumonosu-jô’, 1957), que nunca me canso de ver), además de las innumerables adaptaciones teatrales y televisivas de la obra, Polanski se enfrentaba a un verdadero reto: que su personal versión estuviera a la altura de los más grandes. Y salió del reto con nota, pues estamos ante una de las cumbres de su cine (sólo superada por cimas inalcanzables para la mayoría de directores contemporáneos suyos, como ‘Chinatown’, ‘La semilla del diablo’ o ‘El pianista’) y posiblemente una de sus películas más difíciles (cuando no insoportables) de ver, pues su disfrute máximo, como el de la obra original del bardo, está quizá reservado a esos individuos de paladar exquisito capaces de gozar con la tragedia máxima representada en una pantalla. Esa que devuelve al hombre a su estado más primigenio, el de bestia, y le niega cualquier posibilidad de redención, que no es este el mundo que otros directores (ya sabrán algunos a quiénes puedo referirme) han pintado de rosa y azul.

Con la cantidad de desgracias que han marcado la existencia de Polanski, provoca una admiración sin límites su vitalidad, que unida a su imaginación sin límites y su amor por el cine, han permitido una carrera muy fluida a pesar de los pesares. Eso sí, tras el asesinato de su esposa embarazada por parte de la familia Manson, Polanski se tomó un merecido descanso en Gstaad, donde se emborracha de fiestas, se acuesta con las jovencitas hijas de multimillonarios, y en definitiva se lo pasa en grande y se olvida de todo. Cuando se cansa, retoma su carrera, y como no puede hacer ‘Papillon’ ni filmar ‘Macbeth’ en Estados Unidos, porque no consigue reunir el dinero, convence a Hugh Hefner, propietario de la revista Playboy y de Playboy Productions, de que invierta los tres millones y medio de dólares necesarios, y el magnate accede. Se decide que Gales es el lugar ideal para llevar a cabo el rodaje, y se contrata a Jon Finch (a quien Polanski conoce durante un vuelo) como Macbeth y a Francesca Annis como Lady Macbeth, y el complicado rodaje, trufado de problemas técnicos y de localizaciones impracticables, da comienzo.

Visiones, profecías, caos

Shakespeare se valió para escribir su texto, como otras veces, de las Crónicas de Raphael Holinshed, quien a su vez se basó en el autor escocés Hector Boece, cuya Historia de Escocia recogía ya todas las supersticiones imaginables acerca de esa tierra de brumas. Polanski recoge el testigo, junto a su coguionista Kenneth Tynan, y exprime hasta sus últimas consecuencias toda esa imaginería sobrenatural, empapándose como nunca otro director, que yo sepa, se ha empapado de ese ambiente y esa atmósfera. Tanto, que el espectador siente en su piel la lluvia, la niebla, el frío, y hasta lo extraño e insólito, con singular fisicidad. Pero, como no podía ser menos, y con el objetivo de imprimir mayor sentido visual a la historia, los cambios respecto al texto isabelino son numerosos. Alteraciones de algunos escenarios y prolongación de algunos momentos, pero no necesariamente una mayor violencia respecto al texto (que ya era violento de por sí, como muchas obras de Shakespeare), algo que fue criticado por muchos en el momento de su estreno. También acusaron a Polanski de oportunista por una puesta en escena tan sanguinaria y otros disparates. ¿Cómo se atrevía él a llevar a cabo un ejercicio de catarsis a través del cine?

Más que catarsis, Polanski hacía uso de la recién conquistada libertad en la representación de la violencia a principios de la década de los setenta (violencia gráfica que, seguro, habría sido empleada por otros directores anteriores, si hubieran podido). No olvidemos que la definición de tragedia es la presentación de conflictos que mueven a compasión y a espanto y que el texto daba pie a ello. Otra cosa es que hubiera hecho una comedia (como la posterior ‘Che?’ (id, 1972), pero entonces habría sido acusado de frívolo…) y hubiera decidido incluir escenas sangrientas. Es mucho más importante, bajo mi punto de vista, una cierta identificación con el protagonista y con su infausto destino, engañado por las brujas y cegado por su propia ambición. Creo que Jon Finch lleva a cabo un Macbeth muy sólido, y hay algo en el espanto de su mirada, en sus remordimientos, en sus visiones, que ayudan a rastrear el interior anímico del director en esos momentos. Por supuesto, se aparta de él a la hora de mostrar la violencia con la que se apropia del trono, pero la extrema compasión que despliega en la bestial secuencia final del personaje, el tono de pesadilla de toda la narración, y la comprensión y lucidez de Polanski respecto a la condición humana, demuestran la limpieza de su mirada aún con el tormento instalado en ella.

Para muchos el prólogo con las brujas en la playa es la mejor secuencia de la película. Ciertamente, impresiona por su planificación visual, su extrema imaginación y su luctuoso gusto por lo macabro. Hay otras secuencias igualmente poderosísimas, como las ensoñaciones de Macbeth, o cualquiera de los espantosos crímenes que lleva a cabo Macbeth, o la huída de su esposa (fenomenal Francesca Annis, en todo momento contenida pero igualmente fantástica). La longitud del filme, ciento cuarenta minutos, no pesa en ningún momento porque Polanski es capaz de convocar una tensión psíquica enorme en todas y cada una de las secuencias: el miedo y la muerte realmente planeando sobre los personajes, atenazados por sus defectos monstruosos, como hombres convertidos en niños cuando la muerte acude a la llamada. O como bestias, que por una profecía llevan a cabo actos horrendos. Accedemos así a una concepción terrible del mundo, en el que el ser humano, muchas veces, se equivoca aún queriendo hacer las cosas bien, lo que conlleva enormes sufrimientos. No puedo encontrar mayor elogio que encontrar belleza y dignidad entre tanta violencia, creada por Shakespeare y hecha imágenes y sonidos por Polanski, dispuesto a perdonar su pasado.

Tanto el diseño de producción (con dirección artística de Fred Carter, decorados magníficos de Bryan Graves, y vestuario cuidado hasta el mínimo detalle por Anthony Mendleson), como la soberbia fotografía de Gilbert Taylor (que luego haría la fundacional ‘Star Wars’), son lo que yo creo debería ser cualquier película histórica. Con un estudio del color verdaderamente espectacular (y siempre destinado a producir mayor tensión psicológica en el espectador), todo se une a la sabia dirección de actores de Polanski y a la fuerza del propio texto para alcanzar el rango de experiencia sensorial y psicológica inolvidable, a la altura de la película de Kurosawa y hasta superior, a mi juicio, a la de Welles.

Conclusiones

Espantosa y conmovedora película, como toda buena tragedia, nueva confirmación del talento poliédrico de Polanski, que no tuvo buenas críticas (por cierto que Tarkovski la vio en Cannes y no le gustó absolutamente nada) y que significó un fracaso económico a todas luces injusto. Hoy día mantiene una aureola de filme maldito o fallido, pero volviéndola a ver está claro que es uno de los filmes más completos y complejos de su director, y uno en los que más y mejor se cristaliza su particular visión del hombre y el mundo. Imprescindible.

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