'Madagascar 3: De marcha por Europa', rutinario entretenimiento infantil a toda velocidad

¿Qué haces? ¡Las cebras no conducen! ¡Solo los pingüinos y las personas pueden conducir!

La cartelera española está actualmente dominada por tres estrenos de sello estadounidense diseñados para atraer en masa al público. ‘Prometheus’ (Ridley Scott) ha llegado este fin de semana a los cines con el objetivo de desbancar a ‘Madagascar 3: De marcha por Europa’ (‘Madagascar 3: Europe´s Most Wanted’, Eric Darnell, Conrad Vernon, Tom McGrath) del número uno, puesto que arrebató por poco margen a ‘El caballero oscuro: La leyenda renace’ (‘The Dark Knight Rises’, Christopher Nolan). En principio, la nueva secuela de ‘Madagascar’ (Darnell, Tom McGrath, 2005) no me interesaba lo más mínimo —la dejé pasar cuando se presentó en el festival de Cannes— pero extrañamente ha generado buenas críticas en numerosos medios, poniendo a todos de acuerdo en que es la mejor entrega de la saga. Así que fui a verla. Y no me arrepiento, pero no entiendo a qué vienen tantos elogios.

De hecho, me sorprende que tanta gente (adulta) siga la franquicia cuando la entrega original ya no era gran cosa, un simplón entretenimiento infantil a años luz de lo que se hace en los estudios Pixar y Ghibli. Imagino que la respuesta es la paternidad, ¿me equivoco? O quizá sea por la curiosidad de oír a actores como Ben Stiller, David Schwimmer o Sacha Baron Cohen cuando hablan los personajes animados. Me llegó a aburrir la primera parte por lo que no vi ‘Madagascar 2: Escape África’ (‘Madagascar: Escape 2 Africa’, Vernon, McGrath 2008); y no es necesario, por fortuna, para poder seguir la trama de ‘Madagascar 3: De marcha por Europa’. En esta tercera entrega, los cuatro animales protagonistas, Alex (el león), Melman (la jirafa), Gloria (la hipopótamo) y Marty (la cebra), parten de algún lugar de África —donde tiene lugar la segunda parte— y llegan a Montecarlo buscando a sus amigos los pingüinos, en un desesperado intento por volver a casa, al zoo de Central Park en Nueva York.

Arranca así una disparatada, frenética y ruidosa cadena de acontecimientos que llevará al grupo por varias ciudades europeas, siendo perseguidos por una implacable villana, una encargada de control de animales con un formidable olfato y la fuerza y la determinación de un terminator. En su huida, Alex y los demás se esconden en los vagones de un circo ambulante —curiosamente llamado “Zaragoza”—, donde descubren que hay una manera de volver a su país; solo tienen que conseguir montar un show que cautive a un promotor estadounidense. Pero para ello deberán deberán devolver la ilusión a la compañía, en especial a su líder, un tigre —al que pone voz Bryan Cranston (el señor White de la adictiva ‘Breaking Bad’)— que maravillaba al público atravesando aros en llamas, hasta que un accidente lo dejó traumatizado —divertido personaje que acaba desdibujándose (nunca mejor dicho) conforme avanzan los minutos, al igual que todos los demás—. Al grito de Afro Circo, los animales de ciudad se las apañan para devolver la motivación a los circenses y organizar un gran espectáculo.

Siempre he defendido la animación como un medio para contar una historia —en ocasiones puede la única manera apropiada de contarla—, a diferencia de los que consideran que está por debajo del cine de acción real, que los “dibujos” son para los niños. Aunque no figuran entre las 50 mejores películas de todos los tiempos según los expertos —la famosa lista encabezada por ‘Vértigo: de entre los muertos’ (‘Vertigo’, Alfred Hitchcock, 1958)—, personalmente tengo claro que títulos como ‘Porco Rosso’ (Hayao Miyazaki, 1992), ‘Toy Story’ (John Lasseter, 1995) o ‘Perfect Blue’ (Satoshi Kon, 1997) son obras maestras del séptimo arte, joyas que con el tiempo serán menos los que se empeñen en minusvalorar. Sin embargo, hay productos puramente comerciales, escasos de ingenio y riesgo, como la franquicia ‘Ice Age’ o la española ‘Planet 51’ (Jorge Blanco, Javier Abad, 2009), que dan la razón a los que reducen el cine animado a una mera distracción para los más pequeños de la casa.

‘Madagascar 3: De marcha por Europa’ es eso básicamente. Un lujoso artefacto —excelente acabado visual, música pegadiza, nombres conocidos (además de los ya citados, Frances McDormand, Jessica Chastain…)— para entretener a los chavales durante hora y media. El guion —escrito por Darnell y Noah Baumbach— funciona a modo de metralleta, dispara tal cantidad de bromas que alguna llega a su destino, afortunadamente; lo mismo con las hipervitaminadas secuencias de acción, suceden tantas cosas que forzosamente algún instante aislado llega a impresionar. El constante bombardeo de referencias culturales, saltos, persecuciones y cambios de escenario acaba convirtiendo la película en un torbellino de golpes, chistes y luces. Se pasa volando, y termina y da igual, como esas atracciones de feria que apenas ofrecen una fugaz subida de adrenalina. Claro, hay que reservar ideas para la siguiente entrega…

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