'Mi nombre es Harvey Milk', luchando con las mismas armas

‘Mi nombre es Harvey Milk’ (‘Milk’) se sitúa durante los años setenta, cuando Harvey Milk (Sean Penn) se muda a San Francisco junto con su pareja (James Franco) para abandonar la vida aburrida y encorsetada que llevaba como empleado de una gran empresa. En la calle Castro habitan muchos otros homosexuales, tanto que la zona se convierte en un enorme gueto donde pueden expresarse con libertad y reivindicar respeto. Llevando este movimiento más allá, Milk decide entrar en política y comienza una campaña por los derechos de los hombres y las mujeres gays.

Aunque es autor de varios títulos interesantes, Gus Van Sant, cuando no daba en el clavo, parecía no conocer el término medio e intercalaba productos de excesivo clasicismo con experimentos de dudoso fundamento o consistencia. La historia real del congresista Harvey Milk, utilizada como base para probar una de sus ocurrencias, habría resultado un desperdicio, ya que los hechos narrados en la película, que de por sí despiertan tanta rabia en el espectador, son la mayor baza de ‘Mi nombre es Harvey Milk’, más aún que cualquiera de sus méritos cinematográficos –actores, dirección, etc…—. Por ello, la opción de convertir este biopic en un film clásico y dejar que estos momentos históricos hablen por sí mismos, sin estorbarlos, sin adornarlos con toques personales, es la más acertada, pues de otra forma lo narrado se teñiría de intenciones ajenas a la historia que no hacen falta en este caso. Harían falta, quizá, si lo que se cuenta no tuviese ningún interés.


La labor del guionista ha consistido en dar énfasis a los momentos que dramáticamente lo necesitan o crear puntos de inflexión que nos mantienen enganchados. Y, en ocasiones, en introducir algún alivio humorístico. El film conserva el interés durante todo el tiempo, a pesar de lo extenso del metraje. El recurso narrativo más convencional: grabadora, voz en off, flashback… se acepta porque Van Sant no abusa de él y, una vez la historia entra con toda su fuerza, se nos disipa la sensación negativa que nos había causado en el inicio.

La elección de los intérpretes me parece impecable del primero al último, lo cual se confirma cuando en el epílogo se muestran los rostros de los verdaderos implicados; momento que, aunque descrito así de la sensación de ser una salida de tono, es de los más efectivos de la cinta. El parecido de todos ellos es asombroso.

Sean Penn hace un gran trabajo metiéndose en la piel de un hombre que sólo va a despertar nuestra empatía por su forma de pensar, ya que su aspecto no es atractivo y su voz es casi desagradable. Que acabemos estando de su lado gracias a que conocemos sus ideas tiene un gran mérito. Mientras se visiona la película, podría dar la sensación de que Penn está sobreactuando e incluso haciendo una caricatura de su personaje, pero en ese momento final vemos que el auténtico Milk era igual de amanerado. Y esto me parece otra de las grandes victorias de su campaña, pues mientras la “pluma” podría hacer que perdiese el respeto, no sólo entre los heterosexuales, sino también entre algunos homosexuales que rechazan estos gestos, el orgullo precisamente consiste en no constreñirse en ningún sentido y en presentarse tal y como es. Esto queda aún más marcado cuando decide vestir de traje en lugar de llevar un aspecto desaliñado porque demuestra que la pluma no es como la forma de vestir, sino que se trata de algo arraigado en él.

Los secundarios que están de parte de Milk también son muy interesantes en cuanto a personajes, pues todos tienen sus historias personales, sus pasados, sus motivaciones… Componen, además de apoyos a la campaña, los conflictos de la vida personal y amorosa de Milk, que muchas veces tiene que elegir entre el amor y la política. Estas subtramas también están bien escritas y desarrolladas. Los actores James Franco , Diego Luna, Emile Hirsch… hacen muy bien sus papeles con una implicación que pocas veces se ve en el cine y que probablemente es fruto de una grandísima dirección de actores por parte de Gus Van Sant. Pero destaca entre todos ellos Josh Brolin, con un personaje aún más enigmático que el de todos los demás. Compone un antagonista extraño, aliado a veces, y cuyos equívocos mentales podrían ser motivo de un guión.

Quizá la película, más que una protesta cara a los homófobos –incluso los más acérrimos probablemente ya están algún peldaño más adelante que los de entonces o eso cabría esperar— es una lección para los homosexuales que hoy en día tienen el camino ya allanado por quienes lucharon en otras épocas, para que se den cuenta de lo que supuso en otros momentos estar orgulloso de algo que hoy en día se da más o menos por hecho. Es decir: para que aquellos que tienen miedo a salir del armario pensando que eso les acarreará algún problema vean la valentía de quienes salían cuando la situación era mucho más cruda y se animen a dar ese paso, lo cual sería la mejor manera de honrar la lucha de entonces.

En absoluto se trata de un film que pueda tener únicamente como público al público gay, ya que la reivindicación que se hace en ‘Mi nombre es Harvey Milk’ funciona como extrapolación de cualquier otro tipo de grito de guerra. Cuando se estrenó ‘Malcolm X’ se trataba de los negros y con ‘Ghandi’ la pobreza era el tema principal. El caso es que, quien más quien menos, muchos pertenecemos a colectivos que pueden sufrir discriminaciones. E incluso cuando no es así, la solidaridad y la furia en contra de las injusticias siempre será la misma se trate de un tema o se trate de otro. Y todo eso hará que este tipo de películas, más allá de la historia que cuentan, nos muevan algo por la contemplación del contexto que presentan.

Porque la actitud de Harvey Milk hacia su situación lo que hace en realidad es demostrar cuál es la única forma de luchar, especialmente en EE. UU. Él se dio cuenta de que tenía que emplear las mismas armas que tenían los que estaban en el poder, de que tenía que ponerse de pie y arrebatar aquello que estaba solicitando, en lugar de seguir llorando por ello; pues así nadie se lo iba a otorgar. Es descorazonador pensar que lo que es justo nunca va a llegar porque exista la justicia, sino que hay que pelear por conseguirlo, pero también es real. Y eso es lo que demuestra la película. De esta forma, algunos momentos de ‘Mi nombre es Harvey Milk’ se pueden señalar como verdaderos ejemplos de comportamiento en este tipo de reivindicaciones.

Con todo esto lo que quiero decir es que la película es un gran film aún por encima de lo que cuenta, un film que despierta una pasión, que emociona, que moviliza… o como se suele decir –y perdón por la frase tópica—: que no deja indiferente. Van Sant ambienta, realiza y fotografía todo con gran habilidad. Así consigue con este biopic una gran película que no por clásica carece de fuerza y contundencia.

Otra crítica en Blogdecine:

‘Mi nombre es Harvey Milk’, la brillante historia de un mártir , de Jesús León.

Mi puntuación:

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