'Scream 4', guiños y alaridos

Hay en el cine una confusión permanente entre lo emblemático y lo grande, lo icónico y lo genial. Es una confusión perfectamente comprensible si atendemos al poder de cualquier imagen, pero es también un problema para evaluar con cierta calma, con añorada tranquilidad, cualquier película considerada un clásico o un objeto de culto, no hablemos ya de una filmografía. Ocurre esto con Wes Craven, cuya filmografía está repleta de títulos considerados de culto o directamente clásicos imprescindibles del género, pero creo que es el primer ‘Scream’ el único que merece su reputación y esta no se debe a Craven sino a su guionista, el inteligente Kevin Williamson, artífice del culebrón adolescente ‘Dawson Crece’, todavía el más sensible e inteligente de los años noventa. Craven es, por lo general, un hombre de ideas estimables, pero a excepción, quizás, de ‘La serpiente y el arco iris’, su cine suele presumir de ramplonería, de mediocridad visual, de torpeza para enfocar set pieces que en manos de Brian De Palma o Dario Argento serían, poco menos, que escenas dignas de estudio. Por eso, ‘Scream 4’, no sorprende en su dirección mediocre y más bien poco estimable sino que realmente disgusta cuando todo el ingenio se revela estéril y tópico. Mi compañero Juan Luis Caviaro está de acuerdo y así lo ha hecho notar. Cabría explicar primero lo que tuvo Scream de interesante y de notable, lo que desarrolló con gracia y cierta originalidad.

El primer ‘Scream’ era un tratado sobre la era posmoderna o si se prefiere una inteligente parodia que lanzaba un mensaje tan sarcástico como subversivo sobre una generación televisiva que había encontrado en el videoclub su primer referente moral y en la televisión y sus programas de crónica negra toda una educación espiritual. El mundo que se describe en el film, el del pueblucho Woodsboro, es uno en el que los adolescente conciben la realidad de dos maneras en realidad conectadas: como un noticiario sensacionalista basado en la crónica de sucesos, preferiblemente negra, o como una película de terror, repleta de clichés, violencia y sexo.

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Ambas concepciones están encarnadas, de una manera ingeniosa y brillante, en los dos asesinos de la película, ambos obsesionados con ser focos mediáticos, como lo fueron los infames asesinos en serie norteamericanos, y uno más preocupado por representar la violencia con la misma sencillez y diversión de una película de género mientras que el otro admite su crimen como venganza carnal, como epílogo a una crónica infame que salpica su vida, como, en fin, extraña redundancia al hecho de formar parte del sensacionalismo televisivo que marca a fuego su mundo. Pero no era ‘Scream’ una película de Michael Haneke sino cine americano en su mejor exponente: diálogos rápidos y divertidos, asesinatos de jóvenes y un final inverosímil y que llevaba al final estas ideas la convertían en un objeto cuya inteligencia era accesible para los amantes del género que con fiereza parodiaba y también para los críticos más ajenos al horror teen.

Pero el éxito de la película no iba a dejar a Miramax huérfana y llegaron las secuelas. La primera, ‘Scream 2’, es evocada en el inicio de su cuarta entrega. Allí donde ‘Scream 2’ presentaba el estreno de ‘Stab’ (la versión cinematográfica de los hechos de la primera parte, en gozoso retruécano metaficticio), esta presenta el falso estreno de su sexta entrega…en medio de la séptima. Pero el inicio de ‘Scream 2’ conservaba intacto el aliento crítico de su primera entrega, presentando a la primera víctima del asesino falleciendo en medio de la pantalla de un cine que proyecta una película sobre parecidos hechos. El público ignora y abuchea a la víctima, esperando su dosis de violencia representada, de asesinatos en cadena que solamente pueden verse en su pantalla y, en nuestros ojos, contemplamos la soledad de una mujer patética e indefensa. Esa ironía atroz no se mantenía el resto del metraje, pero había una conexión con la tragedia griega que servía como símil aceptable y bastante diversión en los diálogos. Nada de esto había ya en ‘Scream 3’ cuyos defectos ya parecen anunciar esta cuarta entrega y no vale la pena extenderse, acaso notar que era una película cuya inmensa pereza intelectual se cubría con alguna set piece decente (el asesinato en el vestuario repleto de Ghostface) y que el final feliz, con pareja matrimonial, de los protagonistas era casi un síntoma del cansancio y ganas de cierre. Había entonces una excusa y era la de la temprana sustitución del guionista Williamson por Ehren Kruger que hacía sospechar a los fans de la saga.

El argumento de esta nueva entrega no es sorprendente y presenta, como codazo a los reboots de los que se pretende versión sarcástica y repelente, repitiendo el esquema de la primera película con el mismo pequeño pueblecito, Woodsboro, sus adolescentes en el instituto y el asesino, con vocación de fan, con afición enciclopédica al cine de terror variante slasher. Los viejos personajes siguen siendo los mismos y se suman equivalentes a los de antaño, incluyendo la prima de Sidney como equivalente (una desaprovechada Emma Roberts) y una sexy versión femenina de Randy Meeks encarnada por Hayden Panettiere, tristemente desaprovechada para desconsuelo del espectador, enamorado de su incondicional vindicación de ‘Suspiria’ combinada con promiscuidad y jolgorio rockero. Williamson apunta también a ese terror multicámaras y de falsos documentos, pero su director ofrece pocos atractivos visuales, al margen del habitual uso del Widescreen, agradable para quienes lo añoren en tiempos de rodajes en digital y olvido total del sabor de la panorámica.

Pero, como he dicho ya, Craven es un director inepto y ninguna set piece ofrece suspense y uno añora, decía, esos staccatos brutales de Dario Argento en sus primeros giallo o el largo, inmenso y barroco talento de Brian DePalma, ambos con una imaginación que se antoja poderosa e ideal para tanto regusto metaficticio. Pensar en el inicio brillante de ‘Impacto’ de DePalma en el que se parodia tempranamente el género que despegó gracias a ‘La noche de Halloween’ y comprobar luego, con frustración notable, como la vigorosa ineptitud de Craven arruina todos los asesinatos y el guión conformista de Williamson sorprende por su mediocridad, por el escaso vuelo intelectual con el que disfraza su repetición de clichés….todos bajo la idea autoconsciente de que, toma ingenio, revelados de su condición de tal hay vía libre para repetir la primera parte ad nauseam.

Ha dejado escrito ya John Tones que la película que debe verse es ‘Detrás de la máscara’ y no puedo dejar de repetir lo mismo, pues en aquella película el slasher es deconstruido con la inclemencia genial de quien se sabe experimentador y verdadero burlón. Resulta curioso que la saga presuma de romper las reglas o de ser una farsa sarcástico cuando, en realidad, su delgadez argumental y su resolución es siempre la misma, incluso se mantiene invariable la identidad de supervivientes. En ‘Scream 4’ hay dos películas perdidas, una de ellas es sobre como el cine de terror parece condenado a su estéril repetición y otra sobre la era presente, esa en la que el fan lleva el discurso de la cultura pop. Ninguna de las dos hace aparición y lo que queda es un aburrimiento indigno de mayor discusión.

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