'TRON: Legacy', miserable espectáculo

No soy tu padre, Sam.

(CLU)

Veintiocho años después del estreno de ‘TRON’ (1982), aquel torpe producto de la Disney que (sin ser un éxito comercial) con el tiempo se convirtió en un título de culto debido a sus efectos visuales, llega a las pantallas de medio mundo la segunda parte, ‘TRON: Legacy’ (2010), una lujosa superproducción dirigida por el debutante Joseph Kosinski, que cuenta con las mismas bazas pero mayores pretensiones que la original. Con el reclamo de la más sofisticada tecnología, y el 3D que puso de moda James Cameron, la película busca arrasar en taquilla y enamorar a las nuevas generaciones, esto es, convertirse en un nuevo hito del cine fantástico, a la altura de ‘Star Wars’, ‘Matrix’ o la más reciente ‘Avatar’.

Producida por Steven Lisberger (co-guionista y realizador de la primera parte) y escrita por Edward Kitsis y Adam Horowitz, ‘Tron: Legacy’ es una excesiva, aparatosa y hueca aventura digital basada en el impacto y la sorpresa, en sus sensacionales efectos visuales, pero desprovista de ritmo, coherencia y emoción alguna. La película ha sido diseñada para entretener y fascinar (con la esperanza de iniciar una rentable franquicia), pero solo lo consigue a ratos durante la primera mitad, atascándose enseguida ante la falta de ideas, hasta el punto de que sus dos horas llegan a parecer interminables. Para una producción de este calibre, que ha requerido tanto dinero, tanto tiempo y el esfuerzo de tanta gente, desde una perspectiva puramente cinematográfica, es un rotundo fracaso.

‘Tron: Legacy’ arranca con la desaparición de Kevin Flynn, el protagonista de la primera ‘TRON’, nuevamente interpretado por un Jeff Bridges rejuvenecido gracias a los mismos avances técnicos que vimos en ‘El curioso caso de Benjamin Button’. A diferencia de lo que ocurría en ese film, en el que Brad Pitt parecía realmente más joven, el Kevin Flynn de ‘Tron: Legacy’ resulta falso, parece un muñeco. Han intentado dar un paso adelante, e integrar un personaje digital entre humanos como si fuera uno más, pero el tiro les ha salido por la culata. Todavía no hemos llegado a ese punto en el que no notas la diferencia, así que en lugar de ayudar, de que creamos que es el mismo Bridges, el efecto perjudica la verosimilitud del relato, resulta imposible creerse al nuevo Flynn, lo mismo que al otro personaje que se origina a partir de él.

Ha pasado el tiempo y la empresa de Kevin, ENCON, se ha convertido en una especie de Microsoft (hay algún diálogo que suena a burla sobre el Windows), pero su hijo Sam no está conforme con esta dirección. Sam es un joven y rico heredero al estilo Bruce Wayne/Batman, entiende de todo, es más inteligente y hábil que nadie, y se juega la vida en arriesgadas misiones para luchar contra la injusticia (la manera en la que escapa del rascacielos parece sacada de ‘The Dark Knight’). Un mensaje en el busca de Alan Bradley (Bruce Boxleitner), exsocio de Kevin, lleva a Sam a buscar a su padre en un viejo local de recreativas donde éste trabajaba. Tras la máquina del juego ‘TRON’, Sam encuentra la puerta al despacho secreto de Kevin, y tras toquetear un poco el ordenador, activa la fantástica puerta a un mundo paralelo, cibernético. Allí descubrirá una fría sociedad controlado por un ser llamado CLU, un tirano cuya mayor diversión es asistir a unos juegos mortales donde extraños gladiadores se lanzan discos de luces.

Fantástico 3D, bochornoso guión

Con un potente acompañamiento musical compuesto por Daft Punk, que en algunos momentos recuerda a la de Hans Zimmer para ‘Origen’ (‘Inception’), y un espectacular diseño de producción, ‘Tron: Legacy’ intenta atrapar con sus arrolladores efectos visuales, y lo consigue durante un tiempo, el arresto y las secuencias de acción iniciales son impresionantes. Pero es imposible sostener la magia con un guión tan lamentable, inútil a la hora de presentar un mundo de fantasía verosímil (¿quiénes asisten a los combates?, ¿qué se bebe allí?) y construir unos personajes coherentes. Resulta increíble, cuando no directamente estúpido, pretender que se pasen por alto situaciones como el primer combate de Sam, sin saber absolutamente nada de las reglas ni de las posibilidades del juego, o que el plan del perfecto villano pase por la supervivencia del chaval y su posterior rescate, en lugar de simplemente secuestrarlo y exigir la entrega del objeto que durante tanto tiempo ha estado buscando.

Es tan absurda e infantil la película que incluso Jeff Bridges está mal, perdido. El veterano actor, de los más carismáticos que pisan hoy el planeta, se arrastra por la pantalla disfrazado de una especie de Obi-Wan Kenobi que pretende solucionarlo todo no haciendo nada (tal cual), leyendo clásicos o jugando al Go (facilona metáfora de su enfrentamiento con CLU). El reencuentro con su hijo, al que se supone que había perdido para siempre, y en ese entorno cibernético en el que en teoría nadie más iba a entrar, es el mejor ejemplo de lo poco que se ha trabajado el guión y la escasa visión dramática de Kosinski; debería ser una escena emotiva pero no transmite nada, es tan gélida como los escenarios (por cierto, el dormitorio de Sam es muy similar al que aparece al final de ‘2001’). Sencillamente, los actores no importan en ‘Tron: Legacy’, son cosas que se mueven de un lado para otro y sueltan frases simples o mantienen conversaciones ridículamente profundas (la del Sol es de vergüenza ajena).

Así las cosas, es lógico que encontraran en Garrett Hedlund al perfecto Sam Flynn. Da el pego en las escenas de acción y es lo suficientemente atractivo para llamar la atención de las chicas; que fruncir el ceño sea su mayor recurso interpretativo no tiene importancia. No hay mucho sitio para las mujeres en este relato, Quorra, a la que da vida Oliva Wilde, es un maniquí de bonita figura, entre la Pris (Daryl Hannah) de ‘Blade Runner’ y la Trinity (Carrie-Anne Moss) de ‘Matrix’. Michael Sheen tiene un breve personaje, pero en lugar de suponer una pequeña alegría (como lo es el cameo de Cillian Murphy), lo interpreta de manera tan exagerada y absurda que llega a resultar demasiado cargante. Tan mal dirige Kosinski a los actores, que quizá el mejor personaje es precisamente el menos humano de todos, Tron, un súper-luchador entre Darth Vader y Darth Maul (‘Episodio I: La amenaza fantasma’) que no puede dejar de ronronear.

Con retazos de los mayores éxitos del género (todos los títulos que he ido mencionando), la película es un espectáculo mal entendido (sin progresión, sin ritmo) desprovisto de alma, con un realizador que no puede ir más allá de lo superficial, de imágenes que lucen muy bien por separado, pero que no contribuyen a crear un relato compacto y potente. En resumen, ‘TRON: Legacy’ es un enorme pastiche de brillantes efectos visuales que no logran cubrir las deficiencias de un guión ridículo y una puesta en escena mediocre. Un blockbuster miserable con aspecto de videojuego de última generación que sólo entusiasmará a los jóvenes más impresionables y a los fans más conformistas del cine de ciencia-ficción. Menuda cosecha la de este 2010, madre mía.

Otra crítica en Blogdecine:

‘Tron Legacy’ es lo que esperábamos: divertida y espectacular por fuera, floja por dentro

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