'Un Buen Año', el film más agradable del año

El 2006 está llegando a su fin y son muchas las películas malas que se han estrenado a lo largo de este año, y no me cabe la menor duda de que aún se estrenarán algunas más. También hemos visto algunas grandes películas y tampoco tengo dudas de que aún veremos alguna más. Ya hablaré en su momento, tal y como hice el año pasado, de lo mejor y lo peor que nos ha deparado el 2006. 'Un Buen Año' no estará en ninguna de las dos listas, pero si hiciéramos una en la que sólo nombráramos películas agradables que transmiten la sensación como de estar pasando unas pequeñas vacaciones, puede que el film de Ridley Scott encabezase dicha lista, e incluso puede que fuera el único.

Para el que esto suscribe Scott es sencillamente uno de los mejores directores de los últimos 25 años. Desde que empezó a dirigir, en cada década nos ha dejado por lo menos una obra maestra. También es cierto que ha tenido meteduras de pata y de las gordas, porque cosas como 'La Teniente O´Neill' no tienen nombre. Últimamente estamos acostumbrados a verlo dirigiendo superproducciones mastodónticas resultado del enorme éxito que tuvo 'Gladiator'. Aún así, de vez en cuando se ha tomado un respiro para dirigir películas más "pequeñas" como en el caso de la maja 'Los Impostores'. Ahora, después de no lograr que Orlando Bloom fuese capaz de transmitir emoción alguna, y antes de embarcarse en la más ambiciosa 'American Gangster', Scott se toma como unas minivacaciones en todos los sentidos para regalarnos un trozo de pequeño buen cine sin más pretensión que la de hacernos sentir bien. Y lo logra.

La historia la hemos visto mil veces, o puede que más. Un importante ejecutivo londinense odiado por todos debido a sus éxitos financieros, recibe la noticia de que un tío suyo ha muerto. Como es el heredero más directo se convierte en el dueño de todo lo que su tío tenía: una gran casa en la Provenza francesa, rodeada de viñedos. Un lugar al que no va desde hace años, cuando siendo niño veraneaba allí mientras aprendía cosas valiosas con su tío. Hay alguna cosa más pero ya os la sabeis, y no quiero ser el culpable de destriparos el previsible final. Eso sí, no hagais caso del trailer, porque si hay una cosa que no cuenta jamás un trailer es la forma en la que un director aborda una determinada historia, su manera de dirigirla.

Scott es consciente de que no está contando la historia más grande jamás contada, algo que otros directores no tienen en cuenta. Ni siquiera aspira a ser una gran película independientemente del argumento, y es en esa falta absoluta de pretensiones donde el film sale completamente victorioso, ayudado además por el impecable estilo de un director que sabe pefectamente que significa la palabra CINE. Ya lo dice uno de los personajes: ¿qué es lo más importante para que una comedia funcione?, el ritmo. Scott lo cumple con creces, el ritmo de la película es perfecto, y a pesar de que nos sabemos de antemano qué es lo que va a ocurrir no nos aburrimos jamás y seguimos con cierto interés hasta el final.

Un interés que no se encuentra en la historia que nos están contando, sino en la forma de hacer Cine por parte de Scott, quien aquí realiza su película más atípica, y esto es lo más curioso de todo: el film más atípico de Scott es una comedia romántica totalmente típica. Pero maticemos, siempre hay que matizar. La película tampoco es una comedia en toda regla, de las que nos hacen reir a carcajadas. De hecho, como mucho esbozamos una sonrisa y nada más. El romanticismo sí lo hay, pero tampoco carga demasiado las tintas ni se vuelve ñoño, aunque eso va a depender mucho de lo que considere el espectador como ñoño (hay seres que consideran que 'Los Puentes de Madison' es ñoña). Y lo que sí consigue el film es contagiarnos de la alegría que desprenden sus imágenes, aunque sin llegar a excedernos por supuesto. Que quede constancia otra vez que no estamos hablando de una gran película. Y es esa alegría y la forma de dirigir de Scott lo que hace que salgamos de la sala satisfechos, sobre todo si hemos entrado pensando que íbamos a ver un truño de tres pares de narices.

En cierto modo y salvando las distancias, esta película me ha recordado a algunos films clásicos hoy ya olvidados por el 99% de la humanidad y con los que guarda ciertos parecidos, aunque no precisamente argumentales. Hay cierto clasicismo en 'Un Buen Año', la rapidez con la que avanza la historia, la sencillez con la que todo está mostrado, lo eficaz de sus diálogos, sus más que buenas interpretaciones. Y eso lo hace alguien que marca la diferencia entre este film y otro de similares características: Ridley Scott.

Como he dicho no es una gran película, su falta de pretensiones le beneficia pero también le perjudica, a lo que hay que sumar una historia más que manida, y algo realmente importante: la ausencia de mementos cómicos de verdad. Se sugieren unos cuantos, pero nunca terminan de desarrollarse por completo, y eso desconcierta bastante. Es como si Scott no quisiese que el espectador se riera, que no recordara este film como uno de esos en los que no te has parado de reir y luego lo olvidas. Creo que en parte lo ha conseguido, pero por otro lado nos quedamos con la sensación de que tal vez un par de buenos chistes no le hubieran venido nada mal, e incluso el film habría ganado con ello.

Respecto a los actores decir que están todos magníficos e increíblemente naturales, como si llevaran interpretando toda su vida a sus personajes. Russell Crowe es un actor sencillamente impresionante, y el hecho de que sólo tenga un Oscar me parece injusto. Aquí choca un poco verlo en un papel no dramático, pero no hay duda de que sabe moverse por el film como pez en el agua. Albert Finney sale menos de lo que uno quisiera, y está claro que la veteranía ayuda lo suyo a lograr una gran interpretación, su personaje es encantador. Como lo es también el de la potagonista femenina, Marion Cotillard, una francesita que puede dejar con la boca abierta a cualquiera. También sale Freddie Highmore demostrando que es uno de los mejores actores infantiles de la actualidad, sus momentos con Finney son de los mejores de la película.

Una buena película capaz de dibujarnos una sonrisa de oreja a oreja y lograr que queramos irnos a Francia de vacaciones aunque sea sólo un fin de semana. Esto para mí ya es bastante. Parafraseando al cantante Luis Moro en una de sus múltiples referencias cinéfilas, no necesito grandes historias, me basta con que me hagan sentir bien. La de Scott no es una gran historia (su defecto), pero te hace sentir bien (su acierto).

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