Walter Hill: 'Driver'

Si la ópera prima de Walter Hill, ‘El luchador’ (‘Hard Times’, 1975) destaca entre otras cosas por un trabajo de síntesis impecablemente realizado, su segundo trabajo tras las cámaras hace gala de ese dominio, un rasgo que se convertiría en parte del estilo de un director que no se andaría por las ramas en todos y cada uno de los géneros que trató, sobre todo los thrillers o films de acción.

A Hill no le gusta perder el tiempo y va directo al grano en sus películas, lo cual no quiere decir que sus historias estén narrada de forma atropellada, uno de los principales males del actual cine de acción que además sobrepasan la mayoría de las veces las dos horas de duración. En el cine de Walter Hill eso no existe, y salimos ganando todos.

‘Driver’ (‘The Driver’, 1978) es un excelente thriller que por una de esas desconocidas razones no es demasiado conocida ahora, al menos por estos lares —cuando se estrenó en España no gustó demasiado—, y resulta una verdadera pena, pues todos aquellos que admiran ‘Drive’ (id, Nicolas Winding Refn, 2011) deberían ver el trabajo de Hill para comprobar la máxima fuente de inspiración de Winding Refn a la hora de realizar su ya film de culto. No pretendo quitarle enteros a la película protagonizada por Ryan Gosling —ya sabéis que me encanta— pero los tratamientos son muy parecidos, al igual que algunos de sus personajes y situaciones. Eso sí, a Hill las historias de amor o derivados no le salían muy bien, al menos en esta película sobrada de muy buenos elementos.

(From here to the end, Spoilers) Al igual que ‘Drive’ el argumento de ‘Driver’ es mínimo. Ryan O´Neal, sin duda en su mejor época, los 70, da vida a un misterioso conductor del que nunca sabremos el nombre, cuya mayor habilidad, probablemente la única, es ser un excepcional conductor que presta sus servicios para atracos y robos importantes. Tras él, un policía cuyo nombre tampoco sabremos, en la piel del mítico Bruce Dern, obsesionado con pillarlo, y por el medio, una también misteriosa mujer, de nuevo sin nombre, en el físico de Isabelle Adjani y que servirá de coartada al conductor en uno de sus trabajos. Poco más hay pues hablamos de un film de menos de 90 minutos de duración, aunque existe un montaje que llega a las dos horas —no lo busquéis, es imposible de conseguir a no ser que se sea amigo personal de Hill—.

No sé como hubiera sido la película con media hora más, lo cierto es que de esas que al terminar de verlas estás deseando saber más, y esa es una buena sensación al terminar de ver una película. Además, Hill consigue lo que muy pocos en el género, con un mínimo de elementos consigue un máximo de resultados. Así del personaje central nunca llegaremos a saber nada de su vida, al igual que del resto, haciendo más amplio así una de las máximas del western, género que Hill demuestra admirar en la mayoría de sus trabajos. Sus vidas no nos interesan, y es cierto, sólo nos importa la relación entre ellos. Pero esto no quiere decir que los personajes no estén dibujados o perfilados, lo están y mucho, todo reside en las interpretaciones, bastante bien controladas por Hill, de O´Neal, Adjani —indudablemente la peor de todo el reparto, un mal menor, debido a lo insustancial de su personaje— y sobre todo Dern, quien parece ser el que mejor se lo pasa.

‘Driver’ es sobre todo un relato de perdedores, personajes sin rumbo abocados a cierto destino fatal, y tal y como reza el irónico final no están libres de la influencia de la casualidad, elemento importante dentro del Film Noir. Así el film parece un largo duelo que jamás tendrá el enfrentamiento que se desea, porque al fin y al cabo Dern es como O´Neal, sólo que un poco más tonto. Dos solitarios, sin amigos o gente que les comprenda, cuya razón de ser están en ser antagonistas, y mientras uno no duda en aprovecharse de su posición de poder para conseguir atrapar al famoso conductor, este da señales de ser alguien cuando se sienta al volante de un coche y deja con la boca abierta a todo el mundo. Su destreza para conducir choca con la vida que lleva, siempre escondiéndose y en moteles, o acosado por la policía.

Hill nos regala unas cuantas set pieces de persecuciones que entran por derecho propio en la antología del séptimo arte. Escenas medidas al milímetro, prodigio de ritmo, montaje y planificación —lo que hubiera gozado Steve McQueen, actor en el que se pensó al escribir el guión— que nos llevan al límite, y donde cada pieza se complementa con la anterior. Destacan absolutamente todas las persecuciones del film, desde la del inicio —y que Winding Refn no se corta en calcar para el inicio de ‘Drive’—, hasta la del final, que ocupa un buen tramo del film y que además introduce unas pizcas de suspense muy bien llevado, pasando por la demostración a unos delincuentes de que el conductor es el mejor en lo que hace y que deja un Mercedes destrozado.

Uno de los mejores trabajos de su director, directo, conciso, sincero y sin florituras de ningún tipo, también con cierto aire europeo, bebiendo sobre todo de Jean-Pierre Melville en lo que respecta al personaje central, parco en palabras y con largos silencios como forma de expresión e identidad de un vida solitaria. O´Neal pocas veces ha estado tan convincente. Y una pequeña observación final: podría haber sido un film mudo. Si nos fijamos bien, los diálogos no son realmente necesarios, toda la fuerza del film reside en la puesta en escena de Hill, quien saborearía las mieles del éxito con su siguiente trabajo.

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