10 razones para despreciar a Christopher Nolan

(Este texto es una provocación, sintética, que se propone derribar el mito contemporáneo por excelencia: la calidad de Christopher Nolan)


Una gran crítica de cine

1. No es un autor.
¿Puede un cineasta firmar tres películas de Batman siguiendo la servil obligación de los estudios? Sí, puede, si, pero ninguna de sus dos primeras entregas es comparable a, snif, ‘El Padrino 2’ (The Godfather part 2, 1974) posiblemente la más cara y aparatosa película de arte y ensayo filmada con nombre americano. En todo caso, si por autor entendemos una estética diferenciada (que no reconocible), una visión del mundo más allá de thriller grandilocuentes o pálidos remakes, como esa versión de una (superior, excelente, sutil) cinta escandinava, entonces no. Y si entendemos la teoría de los autores como una selección (estética, política) de la relevancia, entonces no me queda ninguna duda.: Nolan es absolutamente irrelevante.

2. Nunca fue un gran cineasta independiente.
A diferencia de hombres de la noble estirpe de Steven Soderbergh o Joel y Ethan Coen, Nolan nunca fue un cineasta independiente, siempre estuvo con un ojo en Hollywood. Ningún problema con eso, pero actuar bajo normas que no sean el servilismo jamás han estado entre sus ambiciones artísticas. Quede dicho en el currículum del hombre, con solamente dos títulos ingleses y tras el que se convirtió en hombre de culto decidió aceptar encargos de la Warner Brothers en las cual ha operado con una tendencia más que notable a la superproducción aparatosa.

3. Cinemática cero.
¿Maravillas de montaje y gloria a la composición? Con escasez. ¿Decisiones formalmente distinguibles? Lo cierto es que Nolan sigue el mismo estilo de montaje en el cine contemporáneo, no veo en su puesta en escena elementos arrolladores y al margen de trabajos muy correctos de Wally Pfister, su trabajo visual no se caracteriza por unidades temáticas concretas y búsquedas más allá de detalles interesantes pero no determinantes (cierto naturalismo en el primer tercio de ‘Origen’). No hablaré de su (inexistente) puesta en escena o de su falta de sentido visual, en las antípodas de auténticos cineastas visuales puros como Michael Mann, omnipresente en sus películas menos logradas.

4. Subrayados para idiotas.
Marshall Brickman le contaba a Woody Allen, en su mítico libro de conversaciones con Eric Lax, que cada vez que algo falla en un guión el defecto suele ser que sobra la sabiduría. En una película de Christopher Nolan, alguien va a contarnos su significado en cualquier momento, siendo su díptico de Batman una cima del diálogo cachondeo. ¡No estoy pidiendo a Shakespeare ni a Dostoievski, pero me cuesta imaginarme a esos personajes explicando sus traumas en líneas de poética bakala (¡O mueres como un héroe o vives suficiente para convertirte en un villano! Quia!)

5. Sus blockbusters ni siquiera son renovadores.

Si estamos hablando de modelos enteramente canónicos, daré cuatro: ‘Star Wars’ (id, 1977), ‘En busca del arca perdida’ (Raiders of the Lost Ark, 1981), ‘Arma Letal’ (Lethal Weapon, 1987) y ‘Toy Story’ (id, 1995). ¡Y todo esto al margen de su calidad! Me guste o no, estas son piezas quintaesenciales de nuestro cine comercial contemporáneo (aunque debo decir que excepto la anticualla pulp de Lucas, el resto tienen mis mejores simpatías).


6. Escenas de antiacción

Y esto ya es dolor, auténtico sufrimiento por los espíritus de William Friedkin y John Woo, los ancestros de Brian DePalma. Las escenas de acción de las películas de Nolan son las peores que he visto en mucho, mucho tiempo para producciones de ese calibre y dinero, llevándose la palma esas escenas de ‘Batman Begins’ (id, 2005) donde el hiperrealismo es confundido con “mueve la cámara caóticamente, pon sonido arrollador y declara que todo estaba pensado”: incapaz de localizar con claridad visual una persecución, y no es culpa del montaje veloz como sabe Paul Greengrass, ninguna de sus set pieces contiene la capacidad asombrosa requerida por técnica y espectadores. Atendiendo a los propósitos de espectacularidad de Batman y ‘Origen’, uno se pregunta qué salió mal para que Nolan ni siquiera relevara en un gran segunda unidad.

7. Nolanie, el ladrón (de lo femenino)

Un cineasta que ha trabajado con Maggie Gyllenhaal, Scarlett Johansson ¡incluso Marion Cotillard! La pasión mueve la mayor parte de sus trabajos pero las mujeres de Nolan, destinadas para morir y crear complejo de culpa en el macho protagonista, son el perfecto reverso de las de Hitchcock: allí donde el deseo y su abismo sinuoso o el espíritu aventurero poseen cada plano que llenan Ingrid Bergman, Grace Kelly o Tippi Heddren, solamente Cotillard ha conservado su (por otra parte incontestable) belleza en una aventura nolaniana. Pero ¿qué clase de tormento y sufrimiento podemos sentir por personajes cuya subjetividad apenas traspasa las líneas de diálogo?

8. Usar bien la música, ese reto.

O ¡Basta ya Hans Zimmer! Nunca detesté a David Julyan, pero lo de Zimmer pasa de castaño oscuro: la misma, macachona melodía del compositor, con notables excepciones (ese temazo llamado Time al final del score de ‘Origen’) y un cineasta incapacitado para dar espacio (sonoro) al silencio y a los diálogos. La música nos atrona y nos indica hacia donde tenemos que ir…..todo el tiempo. La película no existe: se multiplica en su anodino frenesí.

9. Grandes premisas, fatales resoluciones.

Desde ese final, con cháchara en un tejado, en ‘El Caballero oscuro’ (The Dark Knight, 2008) hasta ese relato onírico donde todos los personajes saben qué hacer en todo momento (¡y no existe ninguna emoción, ni ningún gran golpe!) y donde se llevan al extremo las literalidades hiperracionales. ¿Alguien se ha preguntado como una proyección del subconsciente descontrolada puede venir preparada para la nieve? ¿Le ha mandado el subconsciente un recado para que coja el abrigo, que hace frío en los sueños? En fin.

10. Historias un poco menos lineales

Tanto ‘Following’ (1998) como ‘Memento’ (id, 2000) son cintas muy reivindicables, incluso de culto, pero ninguna de las dos me parece merecedora del status de obra maestra: si a la primera le falta un dominio de la forma mayor, de la segunda cabría preguntarse qué está diciendo que sea tan relevante sobre el ser humano, más allá de un relato con una irónica resolución que nos conduce al nihilismo de su primera mitad. Lejos de dejar respirar a sus personajes en complejidad, Nolan destina todo a grandes entretenimientos narrativos, lo cual es estupendo, pero lo que también revela que sus propósitos y efectos son opuestos a los de otros narradores no lineales (Resnais, Buñuel o, glups, Tarantino).

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