La voz más joven de las antípodas regresa con 'Please Like Me'

Tardó casi un siglo en volver, para ser exactos un año y cuatro meses, pero por fin Australia nos brinda más episodios de ‘Please like me’. Eran necesarios. No tanto porque llegan pocos productos desde las antípodas y es curioso consumir televisión de distintos países y culturas, sino porque es una serie con un punto de vista muy determinado y que la diferencia. Es, básicamente, una serie de autor.

El genio detrás de la ficción es Josh Thomas, un joven cómico que ya era popular en el país antes de la ficción, y que aquí escribe sobre sus neuras en raciones de veinticinco minutos. Es normal que en su momento se le definiese como una especie de Lena Dunham (‘Girls’) en clave gay. No duda en mezclar comedia y drama con el cinismo inherente al personaje protagonista, que también se llama Josh y lo interpreta él mismo.

Antes de entrar a analizar la nueva temporada, que procuraré comentar sin destripar detalles importantes, quisiera hacer una pequeña recomendación para aquellos que todavía no le habéis hincado el diente. Es divertida, tiene una voz reconocible y trata con una asombrosa normalidad la visión del protagonista, muy marcada por su homosexualidad. Sólo por esto, porque tiene instantes brillantes y le encanta dotar de humanidad a los secundarios, merece una oportunidad. ¿A qué esperáis?

Un vistazo a…
ENFOQUE PROFUNDO Y LENTES PARTIDAS

Una identidad intacta

Después de tanto tiempo sin nuevos episodios, es un alivio comprobar en un primer instante que Josh Thomas no ha perdido su toque personal y que entiende su serie como un lugar agradable, simpático y feliz. De esto trata ‘Please like me’: de la amistad, de los complejos, de la homosexualidad, de las enfermedades psiquiátricas (su madre está pasando por un mal momento), pero sobre todo de como puede enfocarse todo con humor y superarse gracias al apoyo de los seres queridos.

La primera escena, por ejemplo, lo transmite a la perfección. Hay un diálogo entre Josh, Tom y Patrick, el nuevo compañero de piso, y luego nos introducimos en una discoteca gay con una drag-queen haciendo su número, que se encadena con la música de los créditos. La canción de ‘I’ll be fine’ de Clairy Browne and the Bangin Rackettes es energía positiva a raudales. Y así volvemos a ese estado de sarcasmo, tristeza y diversión que quiere evocar Josh Thomas.

El punto de partida no es tan distinto al de la anterior temporada. No tiene que salir de ningún armario pero sigue siendo una persona caprichosa, egocéntrica y con demasiados complejos para quitarse la camiseta para entrar al jacuzzi con sus amigos (y delante de las cámaras), y su familia todavía es un cuadro. Su padre con su nueva mujer Mae y su madre con más crisis mentales.

Las enfermedades mentales, en el centro

Las tramas, sin embargo, son lo de menos. Es una serie de situaciones, personalidades y dinámicas y, como confirman los nuevos episodios, Thomas está obsesionado con las enfermedades mentales. No es casualidad que, aparte de su madre, conozca a un chico con tendencia a la depresión. Y el cariño que muestra hacia estos seres frágiles es muy tierno, como también el loco (en el buen sentido) centro psiquiátrico donde ingresa la madre.

Geoffrey, por cierto, todavía es el ser más achuchable de la televisión oceánica e internacional

Si en la primera temporada no encajaba del todo, esta vez tiene una óptica más cómica que permite que la serie tenga más armonía. Ya conocemos a la madre y podemos identificar sus crisis al instante, ya no es algo nuevo, y Thomas como guionista lo trata con más cotidianidad y humor. El juego de anécdotas sórdidas para ver quien se queda con su última chocolatina en el centro (con un momento terriblemente incómodo de por medio) es genial y también ese entrañable juego del escondite que llevan a cabo algunos ingresados. La madre y sus compañeros ahora tienen el papel de roba-escenas (¿y hasta qué punto esa tal Ginger no nos sorprenderá en algún momento?).

Pero las reflexiones sobre la nueva juventud, las disertaciones directas o indirectas sobre las relaciones sentimentales (Tom y sus chicas), la falta de objetivos en la vida (Josh es un Peter Pan y eterno estudiante) y la fluctuación de las relaciones todavía están en el centro de la ficción. Es de aquello que quiere hablar Josh Thomas y se le da francamente bien, permitiendo que en Australia podamos tener un improbable ‘happy place’ habitado por estos defectuosos y cariñosos personajes. Y Geoffrey, por cierto, todavía es el ser más achuchable de la televisión oceánica e internacional.

En ¡Vaya Tele! | En Australia también hay series de calidad

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