El escándalo de Patricia Douglas: cuando Hollywood no creía en el #MeToo

El 15 de octubre de 2017, la actriz Alyssa Milano hizo uso de la red social Twitter para invitar a las mujeres que hubieran sufrido algún caso de acoso o agresión sexual a que hicieran uso del hashtag #MeToo como forma de denuncia y, al mismo tiempo, como reconocimiento de un hecho que, hasta entonces, había sido silenciado y ocultado, particularmente en el aparentemente progresista y brillante universo hollywoodiense.

Todo había surgido a raíz de la publicación de varios artículos en The New York Times y The New Yorker en los que, docenas de mujeres, acusaban a uno de los más importantes productores de la industria del cine estadounidense, Harvey Weinstein, de una serie de violaciones impunemente perpetradas.

Pese a ser un hecho aparentemente conocido en ese mundo, nadie hasta entonces había osado enfrentarse a la colosal figura de Weinstein, pese a ciertas alusiones, bromas más o menos intencionadas, etc. Pronto se descubrió que lo del productor era sólo el extremo del iceberg de un amplio espectro de personajes que habían actuado de manera similar.

Antes de Weinstein

Sin embargo, se tiende a pensar que estos hechos son, en cierto sentido, el fruto de mentes perturbadas, algunos casos individuales de seres que, amparados por su cercanía con el centro de poder de los grandes estudios, abusaban de su situación para obtener los réditos sexuales deseados.

Hechos aislados, en definitiva, también consecuencia de un relativismo moral ajustado a los tiempos que corren, algo que en la época dorada del Hollywood y su rígidos códigos morales jamás podría haber existido.

Como una sardina muerta en la basura

Viajemos a 1937. El advenimiento al poder de Adolf Hitler en la Alemania posterior a la República de Weimar, ha llevado a algunos de los más importantes cineastas de ese país a emigrar a la joven democracia estadounidense. Nombres como Ernst Lubistch o Fritz Lang se han unido a los ya presentes Leo McCarey, Frank Capra, King Vidor, Frank Borzage etc. para configurar uno de los periodos más esplendorosos, artísticamente hablando del Hollywood clásico.

Estudios como Metro Goldwyn Meyer, Paramount Pictures o Columbia Pictures dibujan el sueño americano con colores brillantes, idealismo y cierta inocencia, aún no contaminada por las matanzas de una guerra aún por venir.

No obstante, las secuelas del crack económico del 29 y de la Gran Depresión que le siguió, han dejado huellas y consecuencias en en estos grandes estudios: Fox, Paramount o RKO se han declarado en bancarrota

Una situación que Metro Goldwyn Meyer ha conseguido evitar gracias a una nueva táctica comercial con los exhibidores: en lugar de un porcentaje sobre la taquilla, se establece una cuota fija, un fee, en función de cada filme. La política de ventas resulta ser un éxito y salva al estudio de Louis B. Mayer del destino de sus colegas.

Una fiesta en Culver City

Él éxito de esta estrategia comercial recaía en gran parte sobre los vendedores a sueldo de Mayer. Así que para mostrar su agradecimiento, éste anuncia que la convención anual de la compañía del león se celebrará en Culver City, en los mismos estudios de la Major.

Louis B. Mayer y Jean Harlow

282 ejecutivos de ventas se reúnen en California después de su año de duro trabajo, bajo la promesa de diversión, mucho alcohol y chicas que les acompañarán durante su estancia.

En efecto, 119 aspirantes a actrices y bailarinas son elegidas tras un proceso de casting, en el que se dice que el objetivo final es el rodaje de una película. Sin embargo, ningún set las espera en el rancho de la Metro, sólo los alcoholizados y ansiosos comerciales. 282 hombres a los que se les ha prometido “compañía femenina.” Es el cinco de mayo de 1937.

El relato en los medios

Casi un mes después de esa fecha, una noticia recorre el país: Patricia Douglas, una joven de 20 años nacida en Kansas City y aspirante a convertirse en actriz de Hollywood, acusa de violación a uno de los comerciales que asistieron a la fiesta de Culver City. Los periódicos no usan el mismo término, sino “asalto” o “abuso.” Algo que, por diferentes motivos (o no), seguimos viendo en la actualidad.

Douglas cuenta en los tabloides estadounidenses el engaño del casting, el ambiente cada vez más enrarecido de la fiesta, los comentarios soeces y los tocamientos a las chicas, unos abusos que, en el caso de Patricia, son protagonizados fundamentalmente por David Ross, uno de esos ejecutivos tan venerados por la compañía, nacido en Chicago con el inicio del Siglo XX. “Tengo a un tipo detrás mío y es realmente pegajoso” comenta Douglas con sus compañeras de camerino.

Ross y otro colega terminarán cumpliendo su voluntad. Ambos la atacan y, mientras uno le tapona la nariz, otro le vierte whisky y champán por su garganta. Patricia se resiste pero no le servirá de nada, ella contará más adelante que “ambos se reían por sus intentos de luchar para evitar el ataque.”

Ross la lleva a la parte de atrás de un coche y, tras amenazarla de muerte, consuma la violación. Un abuso sexual en el que obliga a la joven a estar despierta. Cuando ésta se encuentra a punto de desmayarse, el hombre la abofetea y la conmina a no cerrar los ojos: “Colabora, te quiero despierta.” 

Comienza el encubrimiento

Finalizado el ataque sexual, Ross abandona el lugar corriendo ante la llegada de uno de los trabajadores del parking. Una sollozante Patricia Douglas es atendida por Edward Lindquist, doctor del Hospital de Culver City, un centro prácticamente dependiente de los ingresos generados por la empresa cinematográfica.

Se le dice que tome una ducha con antelación al reconocimiento médico. Ella, aún en shock, lo hace. Posteriormente, ningún resto biológico de la violación será hallado en su cuerpo.

Mientras tanto, hasta once policías están presentes en el parking donde tuvieron lugar los hechos. Ninguno de ellos levanta atestado o investiga más allá de lo procedimental. Ningún informe policial será nunca redactado. Su violador regresa a Chicago sin cargos en su contra.

El tormento

Indignada por la inacción policial y judicial, Patricia Douglas presenta una denuncia en la Oficina del Fiscal de Distrito del Condado de Los Ángeles. Es la primera vez que alguien, una mujer, vincula a uno de los grandes estudios hollywoodienses con un acto de esta naturaleza.

Una bomba de relojería para una industria que, como hemos visto, acababa de salir de un periodo de gran dificultad comercial por las consecuencias de la gran crisis económica.

Las semanas pasan y Douglas no recibe ninguna respuesta del Fiscal de Distrito, Buron Fitts, amigo personal de Louis B. Mayer. Cuando el escándalo estalla en la prensa, un mes después del crimen como hemos dicho, Mayer y la Metro niegan cualquier conocimiento: “nos parecen unos hechos imposibles” hacen saber en un comunicado oficial.

Mientras niega cualquier conocimiento, el estudio toma sus medidas: muchas de las jóvenes asistentes a la fiesta son presionadas para hacer comentarios despectivos sobre Patricia en medios afines: “alcohólica”, “buscona” o “embustera” son sólo algunos de los adjetivos utilizados para la campaña de desprestigio.

Se busca que sean mujeres las que desacrediten a otra mujer. El ginecólogo de la joven es presionado para que declare que ésta ha padecido gonorrea cuando ella era, en el momento en que la violación tiene lugar, virgen. El doctor se niega a hacerlo.

Finalmente, ante el Gran Jurado, solo dos de las 119 actrices presentes en la fiesta, declaran a favor de Patricia Douglas. El abogado de la otra parte la señala mientras exclama que "quién querría violar a una mujer así". Sin nada más en lo que apoyarse aparte de su testimonio, la joven cae derrotada, el Gran Jurado no presenta cargos contra su violador. 

Una demanda civil posterior realizada contra la Metro Goldwyn Meyer también será desestimada. Douglas cae para siempre en el ostracismo.

70 años después...

Setenta años después de ser violada, calumniada y apartada, un documental, 'Girl 27', revivía los hechos acaecidos en la vida de Patricia Douglas en aquellos días del Hollywood dorado.

Su estreno en 2007 pasó, sin embargo, desconocido para el gran público... o al menos fue así hasta que los acontecimientos del #metoo obligaron a contemplar el panorama de la industria cinematográfica desde otra perspectiva.

Jessica Chastain lo ha considerado como "de obligatorio visionado" para conocer los entresijos del apparatus hollywoodiense y por el reconocimiento y las disculpas que emiten algunos de los participantes en la trama de acusaciones falsas y encubrimientos contra Douglas.

"Fui bastante valiente, ¿no es cierto?", comentó la víctima nonagenaria tras conocer la confesión de algunas de las voces que acallaron la suya por siete décadas. En realidad sí que lo fue.

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