Animación | 'Angry Birds. La película', de Clay Kaytis y Fergal Reilly

Lo probé. Me entretuvo de forma escueta durante un breve espacio de tiempo y, agotado por el abuso al que la idea fue sometida, terminó agotándome. Estas palabras, que se refieren a cualquiera de las iteraciones sobre Angry Birds que Rovio fue lanzando desde que la primera aplicación sobre los pájaros cabreados y los cerdos que explotan se convirtiera en un éxito masivo, puede trasladarse, con algún pequeño cambio a su traslación a la gran pantalla.

Fui a verla con reservas impulsado por mi hija. Me entretuvo durante unos pocos minutos y, agotado por el tedio del que hace gala un guión capaz de aburrir a las ostras, terminó echándome a patadas trascendido su prólogo. Sí, lo habéis leído bien, su prólogo. Y es que 'Angry Birds. La película' ('The Angry Birds Movie', Clay Kaytis y Fergal Reilly, 2016) es una de las producciones más tontas y desangeladas que servidor se ha echado a la cara en los últimos tiempos.

'Angry Birds. La película', una pérdida de tiempo

Ni más, ni menos. Los interminables 97 minutos sobre los que se prolonga la esquelética trama que sirve de apoyo a la película de los Angry Birds son, al menos para un adulto, una dura prueba de aguante que encuentra escuetos —casi inexistentes, cabría afirmar— momentos a los que asirse para no mandar a freír espárragos la función y salir de la sala importándote muy poco el desembolso previo hecho en la taquilla.

Entre ellas, entre esas razones por las que uno aguanta estoico la hora y media de función, un equivocado sentido de la cinefilia que siempre se ha interpuesto cuando las ganas de huir de una sala terminaban dominando a cualquier otra sensación; el esperar que a la vuelta de la esquina la cinta consiguiera virar hacia algo que valiera la pena y, sobre todo, que a ver quién era el guapo que arrancaba de sus butacas a mi hija y mis sobrinos toda vez comenzó la función.

Porque sí, porque si algo queda claro desde casi el arranque de la cinta es que 'Angry Birds. La película' es una producción de animación de las que dan "mal" nombre a esta forma de narrar historias. Y entendamos por "mal" a que, al contrario de la tendencia actual del cine de dibujitos, de intentar aludir por igual a cualquier edad que se siente en la butaca de un cine, la cinta producida por Rovio y Sony tiene un claro y único objetivo: que los enanos se lo pasen bomba y los padres sufran lo indecible maldiciendo la hora en que se les ocurrió proponerles a sus vástagos ir a ver el filme.

A ver, que el esfuerzo es tan loable como el que plantea la otra opción, pero cuando uno atiende a los espectaculares resultados de 'Zootrópolis' ('Zootopia', Byron Howard, Rich Moore y Jared Bush, 2016) y ve en ella el tipo de cine que hace que los más peques vibren y que los más grandes sean los que extraen todo el jugo al meollo, encontrarnos con un argumento ramplón, de moraleja desgastada, que intenta funcionar, bien por acumulación, bien por epatarnos con las mil y una piruetas visuales que se nos plantean, termina por provocar nuestro inmediato rechazo.

Así las cosas, resulta imposible calificar a 'Angry Birds. La película' con algo más que un aprobado raspado —apurado al cero, diría yo—; y si así lo hacemos es gracias a algún instante afortunado que, no obstante, mi memoria no es capaz de poner ahora mismo en pie más allá del cameo de cierto dúo de músicos y algún chiste visual que huye de la tónica mediocre en la que se engloban sus compañeros.

Obvio resulta, pues, que ante tal parquedad, y dejando claro que la animación no está nada mal —pero es lo mínimo que puede exigírsele hoy día a una producción digital— mi recomendación es que, parafraseando a uno de los personajes de 'Gremlins' (id, Joe Dante, 1984): por mucho que lloren, por mucho que os rueguen...no llevéis a vuestros hijos a hora y media de vuestra vida que no recuperaréis. Avisados quedáis.

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