Animación | Los mundos fantásticos de Jules Bass y Arthur Rankin Jr.

Hablar de Rankin/Bass es hacerlo, aunque sea sólo en Estados Unidos, de una auténtica institución de la animación. Fuera de las fronteras yanquis sólo los muy amantes del género sabrán quiénes fueron estos directores, productores y escritores, pero al otro lado del charco, si preguntas por Rudolph, puedo asegurar que casi un 100% de los encuestados sabrían inmediatamente que estamos hablando del reno de nariz roja animado por stop-motion.

Todo un clásico con mayúsculas de las Navidades yanquis; uno que lleva emitiéndose de forma puntual año tras año en las festividades y que el pasado 2014 cumplía cinco décadas de presencia en la pequeña pantalla.

Una influyente adaptación de 'El hobbit'

Pero no estamos hoy aquí para hablar de tamaño récord ni de lo mucho que Jules Bass y Arthur Rankin Jr. llegaron a producir mediante la citada técnica de animación, sino para centrar nuestra atención en lo que los artistas produjeron en el mundo de los "dibujos animados" cuando, tras un par de títulos sin importancia, estrenaron en 1977 bajo el auspicio de la NBC el especial musical animado basado en 'El Hobbit' de Tolkien, un largometraje que sentaría las bases de lo que Rankin/Bass desarrollaría en los años siguientes y que se adelantaba casi un año al estreno en cines de la traslación que Ralph Bakshi llevó a cabo sobre los dos primeros libros de 'El señor de los anillos'.

A destacar en 'El hobbit' ('The Hobbit', Jules Bass y Arthur Rankin Jr., 1977) y en las dos cintas que hoy ocupan nuestra atención en el ciclo de animación, es el hecho de que, por más que fuera una producción estadounidense —las oficinas de Rankin/Bass estaban en el corazón de Nueva York—, y aunque Bass y Rankin ejercieran un fuerte control sobre cómo tenían que ser animadas sus películas, éstas fueran elaboradas por Topcraft, un estudio nipón dirigido por Toru Hara que, tras su quiebra en 1986 serviría de base para la fundación de cierta compañía sin relevancia alguna en la historia del séptimo arte llamada Ghibli —esto último era una ironía como una catedral...huelga decir.

Con el conocimiento de dicho detalle, volver a asomarse tras más de tres décadas sin hacerlo y con el amplio bagaje que uno arrastra en el cine y las series de animación, sirve para dar cuenta de unos dibujos que, aquí y allá, no pueden ocultar el que las manos que los elaboraron fueran las de artistas japoneses: de clarísimas reminiscencias al universo del anime, el trabajo a mano de los animadores de Topcraft es, sin duda, uno de los valores de las cintas de Rankin/Bass que mejor ha resistido el paso del tiempo y que, por encima de aquellos que no lo han hecho tan bien, convierten a los dos títulos que hoy os traemos en citas muy recomendables del género.

'El vuelo de los dragones', magia y ciencia

Inmerso de lleno en la muy amplia filia hacia la fantasía por la que el cine de los primeros años de la década de los ochenta se dejó llevar, 'El vuelo de los dragones' ('The Flight of Dragons', Jules Bass y Arthur Rankin Jr., 1982) se alza como una espléndida muestra de lo que se hacía en el mundo de la animación fuera de los dominios de Disney hace tres décadas: con el claro objetivo de acercarse a ese público adolescente al que la todopoderosa productora no conseguía hablar de tú a tú, la cinta de Rankin/Bass, que se basa en dos libros diferentes, muestra de forma evidente las obvias influencias que en ella ejercen tanto el imaginario de Tolkien como aquello salido de 'Dungeons & Dragons'.

El juego que dio comienzo en 1974 a la actual fiebre por los juegos de rol y de mesa, arrastraba ya a principios de los ochenta tanto éxito que rastrear aquí su incidencia es bien sencillo cuando el protagonista, un joven científico llamado Peter, busca denodadamente el éxito a través de un juego de mesa diseñado por él. Lo que Peter no sabe es que su juego está basado en unos personajes y una época pasada a la que será arrastrado desde su era; una época llena de magia, dragones y seres fantásticos a la que será llevado para enfrentarse al malvado mago Ommadon, un terrible hechicero que pretende seguir influyendo con su malvada magia en la humanidad.

Mezclando pues las citadas influencias, lo que 'El vuelo de los dragones' ofrece es un cóctel bastante bien agitado que gusta por su aspecto visual, tan alejado como decía antes de los cánones imperantes en la animación Disney, encandila por una trama que sorprende por su audacia —hay un enfrentamiento en el que la magia choca contra la ciencia que podría dar lugar a lecturas que van más allá de lo obvio— y que encuentra sus debilidades en el abuso de las canciones, algo muy común en todas las cintas de Rankin/Bass, y en la pobre definición de algunos de sus personajes más arquetípicos.

'El último unicornio', belleza y sensibilidad

Más o menos lo mismo, aunque con mayor incidencia en la sobre-abundancia de tonadillas —hay un tramo de metraje que la cinta engarza dos o tres canciones seguidas que se hace insoportable—, es lo que podríamos afirmar sobre 'El último unicornio' ('The Last Unicorn', Jules Bass y Arthur Rankin Jr., 1982), filme producido el mismo año que la anterior y que, al contrario que 'El vuelo de los dragones', que sería editada directamente en VHS, sí se proyectará en los cines...estadounidenses, que aquí, si la memoria no me falla, tuvimos que tirar de videoclub para descubrir esta pequeña joya.

Adaptada del libro homónimo de Peter S.Beagle por el propio escritor, 'El último unicornio' gira en torno a una de éstas míticas criaturas y al viaje que emprenderá para averiguar si realmente es el único representante con vida de su mágica especie. Por el camino se cruzará con un mago torpe cargado de buenas intenciones que, intentando salvarlo de una amenaza capaz de acabar con su vida, lo convertirá en una humana que deberá encontrar la manera de volver a su forma original antes de perder todo recuerdo de lo que una vez fue.

De igual manera que en 'El vuelo de los dragones' no era complicado rastrear las influencias que servían a Romeo Muller, su guionista, para servir de partida a la trama, en 'El último unicornio' las referencias a la trilogía de Tolkien —que también las hay, por supuesto— se entremezclan, o así me ha parecido ver, con la trágica historia alemana que Tchaikovsky versionaría en su archiconocida y arrebatadoramente bella 'El lago de los cisnes': eliminando aunque no prescindiendo del tono amargo que caracteriza a ésta, el relato de la criatura blanca transformada en mujer debe mucho a la trágica historia de Odette a la que el compositor ruso toco con su "batuta mágica".

Pero más allá de referencias, de tanta canción —que, además, retrotraen de forma directa a la época en la que el filme fue producido— y de una banda sonora que no cesa y agota tanto o más que aquéllas, 'El último unicornio' merece ser rescatada junto a 'El vuelo de los dragones' ya por las razones técnicas e históricas expuestas, ya porque en ellas, al igual que en lo que repasábamos sobre Bakshi, residía la voluntad de hacer algo diferente en el mundo de la animación. Un algo que atrapó la imaginación del niño que servidor era entonces sumándose a todos esos filmes de los ochenta que nos trataban como entes inteligentes y no como borregos a los que adocenar.

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