Añorando estrenos: 'Granujas a todo ritmo' de John Landis

Ahora que casi todo el mundo está encandilado con la última película de Damien Chazelle, es oportuno rescatar algún que otro musical, digamos imprescindible. ‘Granujas a todo ritmo’ (‘The Blues Brothers’, John Landis, 1980) es uno de los más recordados de la década de los ochenta. Supone una de las cimas de su director —al lado de ‘Un hombre lobo americano en Londres’ (‘An American Werewolf in London, 1981) y ‘Cuando llega la noche’ (‘Into the Night’, 1985)—, llena de ritmo y humor.

Dan Aykroyd, una de las estrellas del mítico Saturday Night Live escribió un guion que en realidad se titulada ‘The Return of the Blues Brothers’, que compondría dos películas. John Landis se pasó durante tres semanas arreglándolo a su estilo para convertirla en sólo una —la secuela que se planteó en 1998 es mejor dejarla donde pertenece: el olvido—. Una fuerza arrolladora y una pareja de actores en estado de gracia hicieron el resto.

Una premisa sin importancia

La historia de ‘Granujas a todo ritmo’ —el “traductor” de títulos de películas en nuestro país algún día pagará por todos sus pecados— es muy sencilla. Jake Blues (John Belsuhi) acaba de salir de la cárcel, y su hermano Ellwood (Dan Aykroyd) va a buscarlo. En su encuentro con la monja que cuidó de ellos en un orfanato, descubren que van a ser desahuciados, así que ambos idearán el plan más loco: reunir de nuevo a los Blues Brothers para recaudar el dinero necesario y salvar así el orfanato.

No hay más. Incluso el apunte de una Iglesia pagando los impuestos de esa forma tiene un punto imposible, al menos en la época en la que se filmó el film. No importa. Landis juega todo el rato con el humor absurdo, con los imposibles. Llega con presenciar todas las apariciones de Carrie Fisher, que da vida a una ex de Jake, con la que Landis viola todas las reglas de lo creíble, con fines puramente humorísticos. La vieja comedia de los hermanos Marx, e incluso del cine mudo, es evocada a ritmo de blues.

El film está planteado precisamente como si de un gran tema musical se tratase, uno de esos clásicos medley que suelen hacerse. Una intro para presentar a los personajes, con los que uno empatiza al instante por la divertida irreverencia que les caracteriza, también por la entrega absoluta de dos actores compenetrados hasta la médula. Varios temas universales mientras reúnen a la banda y se ganan enemigos por el camino, y un solo final espectacular, traducido en un concierto seguido de una persecución/destrucción de coches.

La música, una actitud

Lo extraño del asunto, tanto en el momento de su estreno como a día de hoy —más sorprendente aún— es que el film funciona en todo momento. La premisa se olvida cuando el espíritu musical se adueña de la película. Para ello Landis y sus actores se rodean de una cantidad de colaboradores que, lejos de aparecer simplemente como estrellas invitadas, se dejan la piel en sus apariciones. Tal es el caso de Cab Calloway, que volvió a grabar su hit ‘Minnie the Moocher’ para la ocasión.

A Calloway hay que sumar cómo no, las apariciones de Aretha Franklin, John Lee Hooker, Ray Charles, James Brown, Steve Cropper, Tom Malone e infinidad de músicos extraordinarios. Además la pareja protagonista desvela una energía fuera de lo común, entregándose muy visceralmente a su “misión divina” con el ritmo del blues metido en la cabeza y el cuerpo. Las actuaciones de los hermanos sobre el escenario no difieren de su comportamiento fuera de él. The Blues Brothers es una filosofía de comportamiento, de actitud.

Y probablemente el tema musical que mejor refleje el tono del film sea el ‘Peter Gunn’ de Henry Mancini. Viste como pocos a los desvergonzados —atención a la hilarante secuencia del restaurante al que acuden para reclutar al trompetista— protagonistas, un non-stop cuyo crescendo marca también el de la película que concluye por todo lo alto. Si Chazelle en su última obra apela a la emoción Landis consigue emocionar sin buscarlo, dejándonos con un excelente sabor de boca y literalmente bailando en la butaca.

No cabe duda de que todos se lo debieron pasar de miedo filmando la película. Entre las muchas anécdotas de rodaje está la de la cocaína formando parte del presupuesto del film para poder soportar las tomas nocturnas, algo que alegró profundamente a Belushi.

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