Ciencia-ficción: 'El ser del planeta X', de Edgar G. Ulmer

La ciencia-ficción de serie B será siempre aquella por la que se recuerde a la década de los 50 pero, lejos de ser la única que caracterizó al género, hubo otra, la de serie Z en la que, apenas escarbemos un poco, encontramos un nombre sobresaliendo por encima de los demás, el de Edgar G.Ulmer: cineasta austríaco que emigra a Estados Unidos en 1930 tras haberse formado junto a nombres tan capitales del séptimo arte como los de Murnau, Lang, Lubitsch o Eisenstein, Ulmer se recluiría de forma voluntaria a su llegada a Hollywood en el cine de ínfimo presupuesto buscando una libertad que en no pocas ocasiones le llevaría a levantar producciones literalmente de la nada.

Rodada en 6 días aprovechando los decorados de la 'Juana de Arco' ('Joan of Arc', 1948) de Victor Fleming y con un ínfimo presupuesto de menos de 50.000 dólares, 'El ser del planeta X' ('The man from planet X', 1951) es, sin lugar a dudas, el más logrado ejemplo de lo que la filmografía "ulmeriana" legó a los amantes —arqueólogos más bien— de la ciencia-ficción en el séptimo arte; un filme que, con el paso de los años ha llegado a ser considerado por los estudiosos como una de las mejores películas de bajo presupuesto del género rodada en los años 50.

Una afirmación que no deja de ser paradójica si, ciñéndonos al ámbito artístico y técnico, 'El ser del planeta X' no consigue asombrar al espectador ni por medio de su guión, un libreto poco brillante escrito por los productores del filme, ni gracias a sus actores, que hacen gala de unas actuaciones anodinas en el mejor de los casos ni, por supuesto, por mor de una factura que encuentra en esos acartonados decorados cubiertos por una sempiterna niebla y en el diseño del extraterrestre su más risible escaparate. ¿Por qué entonces se podría afirmar de ella que resulta un filme hasta cierto punto fascinante?

La respuesta cabe encontrarla, antes que cualquier otra disquisición, en la manera en la que Ulmer saca partido de los materiales de derribo con los que construye la cinta, construyendo una película que juega a tres bandas, mezclando sin estridencias su vocación de ciencia-ficción, con tintes de cine negro y matices de terror gótico al tiempo que se acoge a una filosofía de "lo esencial" aplicada de forma intensiva a todos los aspectos de la producción, ya sea a sus personajes, los justos para poder hacer avanzar la historia; ya a la presencia de un único extraterrestre —para qué más si con una sencilla frase se nos advierte que éste es tan sólo la avanzadilla de una invasión—; ya por una aldea construida más en la imaginación del espectador que en los cuatro planos mal contados de sendos edificios.

Pero toda esta economía desnuda de ornato no hace sino poner de relieve la capacidad de Ulmer para dotar de emoción al poco original relato. Un relato que se inicia con la voz en off de uno de los protagonistas mientras escribe un manuscrito en el que se nos dice que la Tierra va a perecer por la amenaza de un planeta en rumbo de colisión, pasando la cinta a plantear un enorme flashback con el que aclararnos su ominoso comienzo y abundar en ese fatal fin del mundo.

Será entonces cuando se exponga que nos encontramos en un islote perdido de las costas de Escocia al que llega un periodista norteamericano persiguiendo una increíble historia: un científico ha detectado a un planeta, que llama X, que se dirige hacia el nuestro, justificándose el que la trama discurra en dicha localización con un peregrino argumento carente de base científica —que, la verdad sea dicha, importa bien poco—. Pero lo mejor está aun por llegar, ya que en un casual paseo por los neblinosos páramos que conforman la orografía del lugar, la hija del científico se da de bruces con una nave espacial y su "horripilante" tripulante.

Es en la definición de éste y del "héroe" de la función —el periodista guaperas— donde la cinta comienza a dar atisbos de no estar transitando por territorios muy comunes de la ciencia ficción: jugando a que el público no se identifique con el héroe y sí lo haga con ese "x-iano" de patético rostro y torpes movimientos, Ulmer consigue trastocar el normal orden del género y consigue que sintamos compasión por el antihéroe por excelencia de la ciencia-ficción, un extraterrestre temido y atacado que nunca amenaza las vidas de nadie y que sirve al cineasta para poner en pie un discurso nada desdeñable sobre los miedos xenófobos que siempre han hecho presa del hombre.

Con una cuidada e imaginativa fotografía de John L.Russell —el que años más tarde pondría luces y sombras al 'Psicosis' ('Psycho', 1961) de Hitchcock— y una correcta ambientación musical llamadas a enfatizar el carácter dramático con el que queda revestido el destino del alienígena, Ulmer hermana la definición del mismo en su matiz de outsider con el Tom Neal de 'Detour' del que ya os hablaba mi compañero Alberto hace unos meses: ambos, en sus muy diferentes acepciones, no dejan de ser personajes que nunca podrán llegar a conseguir sus objetivos debido a la ambición y la estupidez humana.

No será ni mucho menos una película perfecta, pero 'El ser del planeta X' es una muestra inequívoca de que la mejor ciencia-ficción nunca será necesariamente la que venga envuelta en grandilocuentes espectáculos de efectos visuales y derrochadores presupuestos multimillonarios.

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