Ciencia-ficción: 'En los límites de la realidad', de Dante, Landis, Miller y Spielberg

Somos hombres y mujeres de cine. Sí. Pero también lo somos de series. Tanto, que al cabo de la semana, es más que seguro que el tiempo medio que pasáis viendo películas los que soléis pasar por este vuestro rincón de la red se podría equiparar al que invertís en seguir las mil y una cabeceras que nos llegan del otro lado del charco o, por qué no, alguna de las más dignas de las que se producen por estas latitudes. De hecho, también es muy probable que de un tiempo a esta parte paséis más horas pendientes de lo que sucede en la caja tonta que de aquello que trasciende de la gran pantalla.

No en vano, la televisión ha sabido plantarle cara a la industria del cine hasta tal punto que, sin entrar en inertes debates sobre cuál de ambos medios audiovisuales es más válido que el otro, hoy por hoy se cuentan por decenas de millones los que están pendientes de la nueva ocurrencia de la HBO, de aquello con lo que nos sorprenderá de una tacada Netflix, de qué superhéroe se incorporará a las filas de CW o de cuál será el próximo procedimental con el que la NBC seguirá estirando fórmulas.

Eso sí, espero que nadie se lleve a engaño pensando que esta inmensa atención sobre la televisión es algo nuevo, ya que, en lo que a ficción se refiere —otro asunto sería tratar la suma relevancia que las ondas han tenido en lo que a noticias respecta— la pasión actual no es más que la evolución lógica de un fenómeno que prácticamente comenzó con aquellas series de los años 50 que conseguían sentar a toda la familia después de la cena —e incluso éstas no fueron más que la transformación de los seriales de la radio.

'Dimensión desconocida', clásico entre clásicos

Y si de series de televisión del siglo pasado tuviéramos que hablar, está claro que cada década desde el invento del tubo catódico vendría marcada por un puñado de títulos de esos que ya son historia del medio. De hecho, tantos tendríamos que sacar aquí a colación que esta entrada tendría que terminar mudándose a nuestra hermana ¡Vaya Tele! y dar cabida a las decenas de momentos imprescindibles de la pequeña pantalla que forman parte de nuestro acervo. Entre ellos, cómo no, los que le debemos a Rod Serling y a su legendaria 'Dimensión desconocida' ('The Twilight Zone', 1959-1964).

La influencia que los cinco años y ciento cincuenta y seis episodios de 'Dimensión desconocida' tendrían tanto en la televisión como en el cine que la sucedieron es de tal calibre que sería complicado dar con un estándar preciso con el que medirla. Baste decir que incontables fueron las cabeceras televisivas que copiaron el formato y el contar historias de esas que en innumerables ocasiones te dejaban cuanto menos soliviantado y que, en lo que al cine se refiere, muchos han sido los guiones a los que se podría calificar como "una idea salida de Twilight Zone estirada hasta la hora y media o dos de metraje".

Dar cuenta de los talentos que, a uno y otro lado de la cámara, se dieron cita en tan mítico espacio televisivo llevaría casi el mismo tiempo que el que habríamos necesitado antes para enumerar las series de "nuestra vida" y ambos no serían nada si tuvierámos que compararlos con los incontables momentos que aquellos que la hayan visto alguna vez señalarían como parte incuestionable de la mejor televisión que han consumido a lo largo de sus vidas.

Una obsesión homenajeada

Máximo responsable de que aquella emisión semanal que había alimentado sueños y pesadillas terminara siendo trasladada a la gran pantalla, resulta destacable y cuanto menos anecdótico que la carrera de Steven Spielberg arrancara precisamente en 'Night Gallery' hermana de sangre de 'Dimensión desconocida' que, también apadrinada por Serling, comenzaría su andadura de tres años en 1969, dando lugar a que el cineasta rodara dos de sus 44 episodios.

Uniéndose a Spielberg en su aventura de homenajear a tan singular producto televisivo, tres nombres que hoy no necesitan presentación pero que, por aquél entonces no tenían —al menos dos de ellos no— el calado que podría atribuirseles en la actualidad: Joe Dante, John Landis y George Miller: si bien la trayectoria de Landis incluía el doble de títulos que la de Dante en el momento en que se estrenaba 'En los límites de la realidad' ('Twilight Zone: The Movie', Joe Dante, John Landis, George Miller y Steven Spielberg, 1983), ninguno de los dos podía medirse con Spielberg o con el nombre que Miller se había labrado gracias a las dos primeras entregas de su trilogía post-apocalíptica.

Compuesta por cuatro segmentos y un prólogo especialmente escrito para la ocasión, sólo este y el primero de los "capítulos" que componen las dos horas de metraje de 'En los límites...' serán originales, reservándose los otros tres la opción de adaptar sendos episodios clásicos de la serie en una selección que, a todas luces, queda desequilibrada y termina por escindir el filme en dos mitades bien diferenciadas: una primera por la que se transita con dificultad y una segunda que deja al espectador agarrado a la butaca irremisiblemente.

Los límites de Landis y Spielberg

Después de que la intención inicial de que ciertos personajes se repitieran entre los diferentes segmentos que componen la cinta se fuera al traste, la responsabilidad de arrancar con 'En los límites de la realidad' recae doblemente sobre John Landis. Primero, como artífice del guión y dirección de esa tontería simpática protagonizada por Dan Aykroyd y Albert Brooks que ya servia de homenaje a la relevancia en la cultura popular de 'Dimensión desconocida'. Segundo, y repitiendo roles, dirigiendo y escribiendo 'Time Out', primero de los capítulos de la cinta.

Un capítulo que pasaría a la historia del séptimo arte no por la calidad de lo puesto en juego por Landis —que no es nada del otro mundo— sino porque supondría la última intervención de Vic Morrow en el cine al fallecer víctima de un accidente de helicóptero que se cobró también las vidas de dos niños durante el rodaje. De hecho, el veterano actor es lo mejor de ésta historia en la que un desagradable y xenófobo americano de pro se ve transportado, sucesivamente, a la alemania nazi, la america profunda del Ku-Kux-Klan y las junglas de Vietnam, sufriendo en sus carnes ser confundido por un judío, un negro y un soldado del vietcong.

Aún considerando las debilidades de este primer segmento, sale ganando si se le compara con la chorrada sensiblera puesta en pie por Spielberg, traslación más o menos fidedigna de 'Kick the can', episodio de la tercera temporada de la serie y, sin duda alguna, diez de los minutos más melosos que ha firmado el cineasta a lo largo de su carrera y de los que servidor sólo destacaría la extraordinaria partitura de Jerry Goldsmith, un músico que aquí daba muestras de auténtica genialidad con cuatro composiciones a cada cual más diferente y que tocaba la maestría con la que cierra el metraje.

Dante y Miller sin límites

Ahora bien, todo cambia en cuanto Kathleen Quinlan hace acto de aparición. Ella es una de las protagonistas de 'It's a Good Life', una muy suavizada adaptación del episodio del mismo nombre que, también emitido en la tercera temporada de la serie, es considerado por muchos —entre los que me cuento, sin duda alguna— como uno de los mejores con los que contó 'Dimensión desconocida': escrito por Rod Serling adaptando el relato original de Jerome Bixby, es aquí Richard Matheson el encargado de dar forma a una terrible historia de terror.

Una historia que, como digo, era mucho más "bestia" en su formato original —sobre todo en su conclusión— y que aquí, no obstante, deja alguno de los momentos más turbadores de la filmografía de Dante —lo del conejo me sigue pareciendo, tantos años después de haberlo visto por primera vez, acoj...— al acercarse a ese niño omnipotente llamado Anthony que tiene atemorizados a los cuatro miembros de la postiza familia con la que vive en una casa que está a caballo entre el delirio cartoon y la más umbría de las pesadillas.

Y llegamos así a la que es la madre del cordero de las cuatro historias que aquí se nos narran. Una que, de nuevo con guión de Matheson adaptando el relato original que publicara a principios de los sesenta, sirve para obliterar cualquier recuerdo que pudiera tenerse de la risible traslación que del mismo se había hecho en la última temporada de la serie. Una traslación que, con William Shatner como protagonista, ponía en la piel del gremlin que le crispaba los nervios a bordo del avión a un actor enfundado en un traje de peluche que...en fin...dejémoslo en que no daba mucho miedo.

Lo mismo no puede decirse de los veintidós magistrales minutos en los que Miller, Goldsmith y John Lightgow nos quitan, como poco, las ganas de coger un avión durante un tiempo: a lo enervante e imaginativo de la dirección del primero, que se afana en buscar las angulaciones más exageradas para trasladar al espectador el estado de paranoia del actor, se unen las potentes cuerdas de la enérgica composición del segundo para plantear un marco en el que Lightgow, directamente, se sale.

Todo calificativo se queda corto para alabar lo muy tridimensional de ese pasajero de un avión que odia volar y que asiste impávido a cómo un ser de aspecto horrible destroza el ala y el motor del aparato en el que viaja ante la total y completa incredulidad del resto del pasaje y la tripulación. No se puede describir con palabras lo que las imágenes llegan a transmitir, es una experiencia cinematográfica que hay que disfrutar en persona y que rubrica el claro intento de Spielberg por revivir el interés por 'Dimensión desconocida'.

Un intento que, aunque no fue el éxito que se deseaba, sí que sirvió a la CBS para dar luz verde a la encarnación de los ochenta de la serie —una que también dejaría algún que otro momento para el recuerdo— y sobre el que dos años más tarde volvería a insistir el cineasta por medio de sus 'Cuentos asombrosos' ('Amazing Stories', 1985-1987), una reimplementación del espíritu de Serling que se prolongaría durante 45 episodios y que aquí conoceríamos a través de los tres episodios que conformarían la película estrenada de forma exclusiva allende las fronteras yanquis en 1987. Pero eso, como hemos dicho en otras ocasiones es, en este caso, otro cuento...

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