Ciencia-ficción: 'Parque jurásico', de Steven Spielberg

Cuando todos pensábamos que con la muy prescindible tercera entrega se había puesto fin a una franquicia que nunca debió pasar de la primera parte, y después de haber transcurrido catorce años desde el estreno de aquélla y veintidós desde el de ésta última, Universal terminaba en 2013 de acallar tres lustros de rumores con el anuncio de la puesta en marcha de la producción de 'Jurassic World' (id, Colin Trevorrow, 2015), un filme llamado a intentar recuperar algo de la magia que Steven Spielberg puso en funcionamiento en 1993.

El estreno de dicha cinta este viernes es el que vuelve a justificar que los próximos tres días altere por completo el normal discurrir de mis entradas —esto es, que esta semana no habrá ni Cómic en cine ni Disney...lo siento— para dejar espacio al repaso de lo que todavía sigue siendo la trilogía de 'Parque Jurásico' ('Jurassic Park', Steven Spielberg, 1993), el que fuera el filme más taquillero de la historia del cine hasta que, cuatro años más tarde, cierto transatlántico le robara el puesto.

El amanecer de la era digital

Hablar de 'Parque Jurásico' es hacerlo de muchas cosas. De la novela original de Michael Crichton. De la millonada que Universal pagó al desaparecido escritor por los derechos cinematográficos y del dinero extra que le entregó al autor para que él mismo adaptara su manuscrito. De cómo dicho desembolso dió al traste con las opciones de Tim Burton, Joe Dante o Richard Donner —cineastas asociados a los intentos de Warner, Columbia y Fox por hacerse con la oportunidad de trasladar la novela. O de cómo Spielberg quería rodar después de 'Hook' (id, 1991) su magistral acercamiento al holocausto nazi pero la Universal le impuso como condición el firmar primero ésta cinta.

Pero si hay algo que se pone muy por delante de todas estas historias —y a otras muchas— eso es el ASOMBRO que supuso para el público de hace veintidós años encontrarse en el cine con los dinosaurios de 'Parque Jurásico'. Tened en cuenta que los que contábamos por aquél entonces con casi dos décadas de edad, todavía andábamos alucinando con lo que veintiún meses antes habíamos visto de mano de James Cameron en 'Terminator 2: El juicio final' ('Terminator 2: Judgement Day, 1991). Y también considerad que cuando pensábamos en lo que Spielberg podría ofrecernos, nuestra idea era la de un par de pasos más sobre lo que Harry Harryhausen había hecho en su momento.

Así nos quedamos todos...

Quizás esto último sea una exageración, pero creo que da una aproximación bastante gráfica de hasta qué distancia descendieron las mandíbulas de toda una generación cuando nos encontramos frente a frente al mismo tiempo que los personajes de Sam Neill y Laura Dern con ese gigantesco braquiosaurio que, si algo afirmaba con rotundidad, es que el cine nunca volvería a ser lo mismo a partir de entonces.

Sólo cinco años habían transcurrido desde que los técnicos del ILM comenzaran a coquetear en firme con las posibilidades de las técnicas de efectos digitales en 'Willow' (id, Ron Howard, 1988), pero el paso de gigante que suponían todas las criaturas que quedaban aquí plasmadas era uno de esos que estaba llamado a convertirse en un hito incuestionable de la historia del séptimo arte: un hito que combinaba de forma alucinante animales generados por computadoras con unos animatronics de infarto —gloria a vosotros Stan Winston y Phil Tippet— para ofrecer, a la postre, algunas de las mejores secuencias filmadas por el ojo de Spielberg.

'Tiburón' en tierra firme

Y lo del escualo no lo digo yo, que es una afirmación que el propio Spielberg hizo en su momento acerca de un filme que, dejando de lado toda una vertiente que ha envejecido a la velocidad del rayo con el paso de los años —un poco más abajo daremos buena cuenta de ella— tiene en su haber momentos que nos dejaron ojipláticos entonces y siguen sorprendiendo ahora por su precisa planificación, su espectacular puesta en escena y, por supuesto, por lo mucho que hablan de la inmensa maestría del que fuera coronado hace tres décadas como el Rey Midas de Hollywood.

De entre todas ellas, servidor seguirá siempre admirando una...que casi podría afirmarse que son tres distintas: todo lo que acaece a ambos lados de la valla que encierra al Rex. Desde que se ven las primeras ondas de impacto en los charcos de agua hasta que el todo terreno conducido por el personaje encarnado Robert Peck huye a toda velocidad de las implacables mandíbulas del gigantesco depredador lo que observamos en pantalla son muestra tras muestra de que, cuando así lo quería, Spielberg estaba en otra esfera muy distinta al resto de cineastas.

Pero destacar sólo aquello que tiene como protagonista al Tiranosaurio sería desmerecer otras secuencias magníficas en las que el director abunda en destilar el mismo tipo de terror que había practicado bajo agua en los comienzos de su carrera. Y aquí no hay mejor ejemplo que la aparición del Dilofosaurio o, por supuesto, la incursión de los Velociraptores en el centro de visitantes del parque, ambas sobradas merecedoras de un puesto muy destacado en el hipotético libro de "Secuencias de cine para aprender a dirigir".

'Parque Jurásico', ¡¡matad a los niños!!

Con la cantidad de cambios que el guión que terminaría firmando David Koepp ejerció sobre la novela original —eliminando capítulos completos de explicaciones y alterando de forma radical la personalidad de algunos de los protagonistas— siempre me he preguntado por qué a nadie se le ocurriría en su momento, proponer la completa y total eliminación de los personajes de Timmy y Lex: ya cuando pude ver el filme con diecisiete años me parecieron una molestia intermitente que poco o nada aportaba al discurrir del metraje. Y hoy, dos décadas después —e incontables visionados intermedios mediante— dicha sensación no ha hecho más que agravarse.

Es más, puestos a sopesar en su totalidad 'Parque Jurásico' —y más allá del hecho de que, por la famosa huelga de profesionales que "azotó" nuestro cine por aquél entonces, la cinta cuente con un doblaje algo erróneo— es muy posible que lo único que servidor le terminara achacando a tan modélico filme fuera la irritante presencia de los dos nietos de John Hammond; máxime si consideramos que, al margen de ellos, las decisiones que apartan a película y libro son muy razonables y que, atendiendo a los valores artísticos de la cinta, todo está a un nivel superlativo.

Con esos efectos especiales a la cabeza; un reparto muy ajustado del que me quedo, sí o sí, con esa "estrella del rock" que es el Ian Malcom de Jeph Goldblum; una dirección asombrosa y una espléndida fotografía de Dean Cundey —del que hablábamos hace unos días con motivo de 'La cosa' ('The Thing', John Carpenter, 1982)— que saca fantástico partido de interiores y exteriores por igual, creo que, como con tantas otras cintas de Spielberg, 'Parque Jurásico' no habría sido lo mismo sin la mayestática partitura de John Williams.

El trabajo en los pentagramas del maestro, concretados en un tema principal de esos que el compositor solía sacarse de la chistera sin dificultad —y que tan sólo después de haber escuchado una vez ya podías tararear— traslada a la perfección el sentido de la maravilla que se deriva, por ejemplo, de la presentación de los dinosaurios, explotando con toda su fuerza tras el "Bienvenidos a Jurassic Park" que espeta Richard Attenborough. Unida a la vertiente de acción del score, que tampoco es moco de pavo, la música de Williams para el filme es, sin duda, un hito en la prolongada trayectoria del artífice de algunas de las mejores bandas sonoras de la historia del cine.

Pulverizando como decía antes todos los récords de taquilla habidos y por haber —en el recuerdo quedan las inmensas colas que daban la vuelta a la manzana en la que se situaba el cine donde acudí a ver la cinta por primera vez— 'Parque Jurásico' hereda mucho del cine de los ochenta sirviendo como perfecto preludio a lo que veríamos durante la década de los noventa y se eleva sin problemas como lo mejor de una franquicia que, a partir de aquí, "irá cuesta abajo y sin frenos".

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