Ciencia-ficción: 'Parque Jurásico III', de Joe Johnston

Éxito más moderado que la primera entrega, pero éxito categórico a fin de cuentas, 'El mundo perdido (Jurassic Park)' ('The Lost World: Jurassic Park', Steven Spielberg, 1997) dio las suficientes alas a los ejecutivos de la Universal como para poner en marcha casi de forma inmediata una segunda secuela de la cinta que, en 1993, había barrido las taquillas del planeta. Poco importaba que la continuación hubiera dado ya muestras clara de lo poco que podía exprimirse de la idea inicial si, como suele pasar, los millones de dólares de ingresos estaban prácticamente asegurados.

Con Spielberg sirviendo sólo en calidad de productor, y la dirección yendo a parar a un Joe Johnston que ya hizo campaña años antes para tomar el control de la segunda entrega de la franquicia, la producción de 'Parque Jurásico III' ('Jurassic Park III', Joe Johnston, 2001) comenzó muy pronto a aquejar graves problemas que, en última instancia, quedarían reflejados en la cinta que pudimos ver en los cines a comienzos de este siglo. Unos problemas que, entre otras cosas, convertirían al filme en el peor que la saga de los dinosaurios ha visto hasta la fecha.

'Parque Jurásico III', ¿lo mejor? Que dura muy poco

Quedaban sólo cinco semanas para que arrancara el rodaje cuando Spielberg y Johnston, descontentos por completo con el guión que Craig Rosenberg había redactado, dieron alto al comienzo de la filmación para que aquél se reescribiera casi de principio a fin de manos de Alexander Payne y Jim Taylor. Consecuencia directa de dicha decisión fue que, cuando la fotografía principal arrancó a finales de agosto del 2000, el nuevo libreto estaba aún lejos de ser finalizado y, como el director afirmaría más tarde, "rodábamos páginas que terminarían formando parte del guión final, pero no teníamos un documento".

Esto, que a fin de cuentas seguro que pasa más veces de las que probablemente nos enteremos, no suele desembocar en nada positivo toda vez la producción llega a las pantallas, y la prueba está en que, más que una idea desarrollada, lo que vemos en 'Parque Jurásico III' es un conjunto de hechos sueltos que quedan cosidos por una lamentable e implausible premisa de partida, una que vuelve a insistir en la idea de que un chaval forme parte de la trama y que, no conformándose con el limitado y prescindible talante que la hija de Ian Malcom tenía en 'El mundo perdido', convierte a Trevor Morgan en una suerte de Rambo en miniatura.

Si ya la anterior cinta había acusado sobremanera bien una personalidad pobre, bien el que las secuencias de acción parecieran fases de un videojuego cualquiera, bien la escueta —por no decir inexistente— definición de unos protagonistas que se antojaban excesivamente numerosos, esta tercera entrega de la saga incide en volver a hacer gala de los mismos errores, aumentados en el caso de unas set pieces metidas con calzador y atenuados aunque no corregidos en que, de acuerdo, hay menos protagonistas, pero son aún menos interesantes que los de la predecesora —algo imperdonable en el caso de un Sam Neill que no se sabe muy bien qué pinta aquí.

Sorprendentemente, en lugar de terminar disimulados por lo breve del metraje —que se quita de en medio media hora con respecto a sus dos antecesoras— dichos problemas quedan expuestos para sufrimiento del espectador por la estridente ineficacia ya de unos efectos especiales que parecen terminados a toda prisa y palidecen comparados con los que la cinta original lucía casi una década antes, ya por mor de las escenas que sirven de enlace entre momento de acción y momento de acción, de una estupidez que raya en lo supino.

Quedando señalada como una de las principales causas de esa paupérrima personalidad que acusa el filme, la teatralizada dirección de Johnston —que entendemos hizo lo que pudo con lo que tenía entre manos— es, a la postre, origen y final de lo poco que se puede extraer del visionado de 'Parque Jurásico III'; una película de la que acaso cabría destacar el continuista y enérgico trabajo que Don Davis hace en los pentagramas y que, con un elenco de intérpretes que no hay quien se lo crea, zozobra nada más comenzar para terminar naufragando toda vez el espectador es consciente de que nada va a poder sacar en claro de tamaño desaguisado. Para ver y olvidar.

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