Ciencia-ficción: 'Terminator genésis', de Alan Taylor

Sabiendo sólo que al otro lado del charco ha generado claras disensiones —por no hablar de un arranque en taquilla bastante modesto— y sin haber querido indagar qué se dice en los mil y un rincones de la red que ahora mismo tienen que estar hablando sobre ella, soy de la firme opinión que 'Terminator genésis' ('Terminator Genisis', Alan Taylor, 2015) es una cinta llamada a dividir en dos grandes grupos a los amantes del séptimo arte que se acerquen al cine en los próximos días a sentarse tras la quinta entrega de la saga iniciada por James Cameron en 1984.

De una parte estarán los que aceptarán de buen grado el macro-espectáculo, se dejarán epatar/convencer —táchese lo que no proceda— por dos horas de imparable acción y efectos visuales y no harán mucho caso a lo que el guión va destilando. De la otra, los que, llegado el momento, empezarán a preguntarse hacia dónde se dirige el filme y cuándo va a empezar a dar respuestas válidas a sus innumerables interrogantes. Un grupo éste al que me adhiero de forma incondicional y que, en última instancia, rechazará de pleno el despropósito que supone una cinta que deja claro, por si quedaba alguna duda, que la saga NUNCA debió pasar de su segunda entrega.

'Terminator genésis', huir hacia adelante...

Esa imparable acción de la que hablaba en el párrafo anterior es quizás la que más consciente hace al espectador de que, eliminada de la ecuación, 'Terminator genésis' es un vacuo producto de mercadotecnia. Uno que sabedor de sus muchas limitaciones, intenta más no consigue ocultarlas detrás de un velo de artificioso relumbre visual que, a poco que se levante, deja al desnudo un esqueleto argumental que es un embrollo de padre y señor mío. Y es una pena que así sea.

Y lo es por la sencilla razón que hasta su segundo acto, la cinta funciona y lo hace bastante bien: el arranque en el futuro post-Día del juicio final, la rápida presentación de los personajes de Kyle Reese y John Connor, y todo lo que sucede hasta que encuentran la máquina del tiempo que permite al líder de la resistencia humana mandar a su padre a 1984 siguiendo al primer Terminator que Skynet ha enviado con el propósito de eliminar a Sarah Connor es, como poco, entretenido a rabiar.

También lo es lo que empieza a mostrarse en ese año tan significativo dentro de la mitología de la saga, confluyendo allí referencias directas e indirectas tanto a la primera como a la segunda entrega de la misma en un alarde de concisión narrativa que llega a provocar en el espectador la sensación de que es tal la cantidad de lo que están metiendo en tan poco tiempo, que habrá que ver si se han dejado algo para después que valga la pena. Por si os lo estáis preguntando, no, no se lo han dejado.

Llega entonces una de las pocas explicaciones que ofrece el filme, una por la que hubiera sido mejor que el tándem de guionistas formado por Laeta Kalogridis y Patrick Lussier no optara y que, sin remisión, arruina tanto lo que hasta entonces habíamos visto como, por supuesto, el resto de una función que desde entonces, y como apuntaba al comienzo del texto, no deja de acumular incoherencias y giros chapuceros —sobre uno de ellos, el peor, volveré en unas líneas— que siguen, por supuesto, envolviéndose en set-piece tras set-piece como "si no hubiera un mañana".

Cierto es, que pedirle algo a una pareja que ha perpetrado lindezas del calibre de 'Drácula 2001' ('Dracula 2000', 2000) —él en triple labor de escritor, editor y director— o 'Shutter Island' (id, Martin Scorsese, 2010) —ella, en calidad de guionista— es como pretender que la dirección de Alan Taylor fuera algo más que un constante meneo del objetivo. Uno llamado a intentar ocultar las grandes carencias que ya le viéramos en la segunda parte de las aventuras de Thor y que, como en aquella y otros aspectos de la cinta, queda sepultado por todo el aparato pirotécnico de la producción. (A partir del próximo párrafo algún spoiler que, dicho sea de paso, ya se veía en los avances).

...a ninguna parte

Cuando transcurrido su ecuador ya se hace evidente que la cinta no va a ser capaz de arreglar el entuerto en el que ella solita se ha metido, y el espectador se ve obligado a desconectar sinapsis sopena de quemar alguna neurona más de la cuenta tratando de ordenar lo que hasta entonces se ha mostrado; es entonces cuando 'Terminator genésis' lanza el órdago más brutal e injustificado de todo su metraje, la aparición de John Connor en ese futuro hacia el que viajan Kyle y Sarah y que es nuevo punto de partida para el Día del Juicio Final.

Lo implausible de la presencia del personaje encarnado por Jason Clarke —a la postre, acaso lo mejor en el terreno interpretativo muy por encima de Emilia Clarke y Jai Courtney— dentro de las reglas que se nos habían explicado de forma moderada al comienzo, y el hecho de que esas mismas reglas vuelvan a ser violadas de forma flagrante en el clímax, conforma sin lugar a dudas un talón de Aquiles del tamaño del Cañón del Colorado que es, a todas luces, imposible de ignorar.

De poco vale que la música de Lorne Balfe respete, sorprendentemente, el espíritu de lo compuesto en su momento por Brad Fiedel o que Mr. Schwarzenegger se lo pase bomba encarnando al Terminator en diferentes "edades" cuando ambos valores quedan aplastados de forma inmisericorde por un conjunto en el que abundan la mediocridad y las decisiones aparentemente tomadas sobre la marcha, uno al que la voluntad de posicionarse como nuevo comienzo para una franquicia completamente agotada le da el tiro de gracia definitivo. Descanse en paz.

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