Cine en el salón. 'Shortbus', el sexo como crítica socio-política

Hoy algo olvidadas tras el ruido que hicieron en su momento, las producciones que intentaron conciliar sexo explícito con cine comercial se asomaron tímidamente a las carteleras en el primer lustro de la pasada década, encontrando entre el 2000 y el 2006 cuatro títulos de diverso calado. A dos de ellos cabría calificarlos con toda la suerte de epítetos negativos que, empezando con execrable, se os fueran ocurriendo, no encontrando ni en 'Fóllame' ('Baise-moi', Virginie Despentes y Coralie Trinh Thi, 2000) ni en la pretenciosa 'Lie with me. El diario íntimo de Leila' ('Lie with me', Clément Virgo, 2005) valores cinematográficos sólidos que justificaran su fuerte contenido sexual.

Afortunadamente para el espectador interesado en estas propuestas, los otros dos títulos que restan del singular cuarteto si conseguían, cada uno de modos muy diferentes, superponer a lo explícito de su carácter visual una historia que tuviera algo que contar. Y si 'Ken park' (id, Larry Clark y Edward Lachman, 2002) lograba hacerlo por mor de un relato sobre adolescentes, es en 'Shortbus' (id, John Cameron Mitchell, 2006) donde sexo y mensaje se dan de forma íntima la mano para conseguir una cinta que trascienda su arriesgada propuesta.

Lo primero que sorprende de 'Shortbus' es su arranque. En el observamos por una parte a una pareja haciendo el amor de forma desaforada y en múltiples posturas; a una dominatrix castigando a uno de sus clientes y a un homosexual intentando practicarse una autofelación. Lejos de ofender la mirada del espectador con tanta carga sexual, el comienzo de la cinta es sólo una pequeña muestra de lo que John Cameron Mitchell nos ofrece a lo largo de los cien minutos de metraje: una reflexión bastante acertada de las inquietudes sexuales de una sociedad, la americana, en un marco sin igual, Nueva York y con un trasfondo social claro, el de exorcizar los demonios de la política del miedo instaurada por George Bush tras el 11-S.

Así, el realizador no se corta un pelo a la hora de mostrarnos el sexo con una naturalidad que se aleja por completo de la industria pornográfica al tomar interés por lo que hay detrás de cada una de las personas que vemos en pantalla. En este sentido Mitchell sabe dotar de voz propia a los tres protagonistas principales del relato: la sexóloga, el homosexual que nunca se deja penetrar y la dominatrix. La primera de estos tres es la que probablemente lleva el mayor peso del relato, pues es a través de su viaje iniciático al mundo del Shortbus —un club neoyorquino— que conocemos a la galería de personajes que terminan de concretar la historia. El hecho de no poder tener un orgasmo, sirve a Mitchell como excusa para situar al personaje en una posición única, la de una suerte de exploradora dispuesta a probarlo todo con tal de alcanzar el extásis sexual.

En segundo lugar tenemos al homosexual re/deprimido. Quizás mejor dibujado que la protagonista, el personaje de James sirve como agitador de conciencias de una condición, la homosexual, que sigue siendo presa de la represión social. En este sentido es reveladora la conversación que mantiene con otro homosexual y en la que le cuenta que "nunca se deja penetrar porque él no quiere ser así". Toda una crítica a ese chillón sector de la sociedad que sigue creyendo a pie juntillas que la homosexualidad es una enfermedad a erradicar.

Por último, Mitchell intenta cerrar su fresco con una de las mal llamadas "desviaciones" sexuales, la dominación. Es en la descripción del personaje de Severin y en esa falsa moralina de que lo que quiere todo el mundo es estar casado y llevar una vida normal donde Mitchell más se aparta del realismo del resto del relato y donde, a la postre, más flaquea la cinta. Aún así, es un mal menor en una producción con una vocación coral tan clara como bien resuelta.

Y ello es atribuible en un alto porcentaje a la enorme y comprometida labor de un grupo de actores desconocidos cuyo anonimato es aprovechado por el cineasta para que la cercanía que pueden llegar a transmitir sea tan real como la vida misma. Es tal la relevancia del papel que desarrollan los intérpretes que el propio director llegaba a declarar en su momento que muchas escenas y diálogos se fueron escribiendo casi al mismo tiempo que se rodaban para dar mayor frescura y naturalidad a lo que después quedaría en la gran pantalla. Este compromiso se traduce en que ninguno de ellos tiene problema a la hora de practicar sexo real delante de la cámara o, y ello tiene aún más mérito, desnudar su alma en unos personajes a los que se les intuye cierto grado de carácter autobiográfico.

Aunque hacia el final del relato la cinta pierde un poco de fuelle, las situaciones, conversaciones, sentimientos y pensamientos que Mitchell pone en juego durante el desarrollo de la acción patentan un deseo nada velado de rebelión contra el estado de miedo constante al que el pueblo americano se vió sometido tras el derrumbre de las Torres Gemelas. Y aunque lo parezca, 'Shortbus' no es una película sobre sexo, es un filme sobre la libertad y la autodeterminación del individuo. Y en un mundo que tiende a la globalización y a la eliminación de lo que nos hace únicos, el sólo hecho de que una producción cinematográfica grite a contracorriente debería ser motivo suficiente para el regocijo.

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