Cine en el salón: 'Sin pistas', elemental querido Holmes

Que Sherlock Holmes es uno de los personajes literarios que más adaptaciones cinematográficas y más variedad entre éstas ha conocido a lo largo de la historia del séptimo arte es una obviedad puesta de manifiesto por las 250 referencias que la IMDb nos devuelve al introducir el nombre del personaje creado por Sir Arthur Conan Doyle allá por 1887. Evidente resulta pues también ante esa ingente cantidad de producciones, que no todas se han basado de forma directa en los textos del literato británico, tomando al detective como inspiración para muy diversas aproximaciones en muy diferentes claves.

Con la magistral serie actual de la BBC como máximo exponente de las muchas posibilidades que siguen ofreciendo al mundo audiovisual las aventuras de Holmes y el doctor Watson, considerables son aquellas pertenecientes a la gran pantalla a las que habría que hacer aquí referencia obligada. Una lista que vendría encabezada indiscutiblemente por 'La vida privada de Sherlock Holmes' ('The Private Life of Sherlock Holmes', Billy Wilder, 1970) y en la que cabría incluir a 'Asesinato por decreto' ('Murder by Decree', Bob Clark, 1979), 'El secreto de la pirámide' ('Young Sherlock Holmes', Barry Levinson, 1985) o esta 'Sin pistas' ('Without a Clue', Thom Eberhardt, 1988) que hoy nos ocupa.

La premisa de partida de 'Sin pistas' es, simplemente, brillante: considerando que en las novelas de Doyle, Watson sea el responsable de ir recopilando las aventuras que vive junto a Holmes y se convierta en narrador de las mismas, el guión de Gary Murphy y Larry Strawther se saca de la manga el que, en realidad, es el antiguo médico del ejército británico el que detenta todas las habilidades detectivescas siendo Sherlock una creación de su imaginación intepretada a la sazón por un actor de tres al cuarto mujeriego y borrachuzo al que se le ha subido la fama a la cabeza.

A partir de éste inicio, que determina el carácter cómico de la cinta, el libreto se dedica a desarrollar una trama jalonada por la intervención, cómo no, del pérfido profesor Moriarty y en la que, de un modo u otro, se van ridiculizando muchas de las características más identificables del detective de Baker Street, ya sean, por poner dos ejemplos, su habilidad con el violín o su notoria misoginia, algo a lo que ayuda sobremanera la genial interpretación que de los dos personajes hacen Michael Caine y Ben Kingsley.

Ambos británicos se toman sus contrapartidas cinematográficas haciéndose eco directo de la diversión ligera y sin pretensiones con la que están descritos, y eso deriva en que lo mucho que disfrutan con los chistes y los ingeniosos diálogos que escriben para ellos traspase fácilmente la pantalla y contagie al espectador sin remisión, una cualidad que también podemos achacarle a ese torpe inepto que es el inspector Lestrade interpretado por Jeffrey Jones o, en menor medida, al Moriarty que encarna Paul Freeman, el inolvidable Belloq de 'En busca del arca perdida' ('Raiders of the Lost Ark', Steven Spielberg, 1981).

De ritmo narrativo espléndido —la película no para ni un segundo en sus ajustados 107 minutos—, 'Sin pistas' es una de esas sencillas propuestas de la década de los ochenta que pervive en la memoria gracias precisamente a esa falta de pretensiones que comentaba en el párrafo anterior acusando, como tantas otras películas que ya hemos rescatado bajo la etiqueta de "Nostalgia ochentera", una perdurabilidad que la pone por delante de comedias mucho más recientes que carecen de las suficientes armas no sólo para hacer reir en su primer visionado, sino para seguir haciéndolo casi tres décadas más tarde.

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