Cine en el salón: 'The Holiday (Vacaciones)', tú a Surrey y yo a L.A

Plagado de estrenos aunque sin ninguno de especial relevancia, la abultada cartelera de mañana viernes —de la que sólo me quedaría con el muy atractivo debut tras el objetivo de James Vanderbilt que a priori parece ser esa 'La verdad' ('Truth', 2015)— ha terminado propiciando que la atención que solemos dedicarle al citado día desde Cine en el salón se traduzca esta semana en ofreceros no una ni dos, sino tres cintas relacionadas con sendos realizadores de los que en menos de veinticuatro horas nos llegarán sus últimas propuestas.

Y claro está, puestos a elegir por dónde empezar, qué mejor que hacerlo con una debilidad personal. Creo haber referido alguna que otra vez que, en lo que a comedia romántica se refiere, mi criterio suele tomarse unas vacaciones y dejar que el gran placer culpable que es mi filia por el género sea el que juzgue si la producción de turno merece entrar a formar parte de aquellas que se cuentan como favoritas o, por el contrario, es de las que es mejor olvidar. Aplicado a dicho parcial juicio, 'The Holiday (Vacaciones)' ('The Holiday', Nancy Meyers, 2006) se alzaba hace nueve años, y lo sigue haciendo hoy, como un estupendo ejemplo de la rom-com más peliculera y afable.

'The Holiday (Vacaciones)', pasión por el cine

Puntualizada en todo momento por una sencilla y tremendamente efectiva partitura de Hans Zimmer, 'The Holiday' es un filme que se aferra a la clara voluntad de poder agradar a cuanto más público, mejor: todo en la producción capitaneada por Nancy Meyers parece querer reforzar ese talante de crowd-pleasing, desde un guión que no alberga ningún tipo de sorpresas pero ante el que resulta imposible no caer rendido tanto por sus diálogos —más acerca de ellos en un momento— como por el escueto acercamiento que ofrece al cine desde dentro del cine; hasta un cuarteto de actores en especial estado de gracia. Y sí, incluso Jack Black está soportable.

De hecho, lo que más destacaría de esta comedia de amores y desamores es precisamente aquello que nos sirve para asomarnos, aunque sea de forma tímida y poco realista, a la industria desde dentro, ya por la figura del compositor encarnado por Black, ya por la realizadora de trailers a la que da vida Cameron Díaz —geniales las interrupciones narradas a modo de avance sobre su vida— ya, sobre todo, por ese inmenso personaje que es el escritor octogenario interpretado por un incomensurable Eli Wallach, actor que roba de forma sistemática todas las escenas en las que aparece y eso teniendo en cuenta que a quien suele tener delante es a una estupenda Kate Winslet.

Con Jude Law completando el cuarteto protagonista en un papel claramente destinado a hacer suspirar a las féminas —padre viudo con dos hijas que intenta casar su labor de progenitor con su vida profesional y amorosa y que, seamos francos, resulta irresistible— el trabajo de Nancy Meyers detrás del objetivo cumple a la perfección la función de servir de constante refuerzo al lucimiento de los intérpretes al tiempo que intenta no convertirse en un despersonalizado vehículo que podría haber filmado cualquiera. En otras palabras, que aunque no sea un dechado de virtudes cinematográficas, la realización de la cineasta tiene cierta personalidad que se agradece de forma puntual.

Ahora bien, como decía antes, es en los diálogos y situaciones que de ellos se derivan donde 'The Holiday' encuentra su baza más sólida: mezcla más o menos precisa entre el sesgo peliculero que siempre termina caracterizando al amor visto en la gran pantalla y una naturalidad que se aprecia de forma esporádica a lo largo del metraje, son los cruces entre Winslet y Wallach, las constantes referencias de éste a cómo se redacta un guión y —por afinidad personal— la escena del videoclub entre la actriz británica y Black momentos para recordar de un libreto que, eso sí, gasta almibar en tarros de cinco kilos.

Porque, que nadie se lleve a engaño, que a servidor cualquier comedia romántica le tenga ganado de partida un considerable porcentaje del criterio no implica que impida ponderar en su justa medida lo meloso y constantemente amable —y peliculero, lo decía antes— de casi todo lo que aquí acaece. Pero si uno acepta previamente las reglas del juego que propone el filme —que proponen, en mayor o menor medida, estas historias en términos generales— lo que le aguarda aquí es uno de esos productos pensados para hacerle sentir bien y mantenerle una sonrisa perpetua que nunca se transforma en risa pero que entretiene, y cómo, durante 138 minutos que se pasan en un suspiro.

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