'Cuando todo está perdido', tour de force de Robert Redford

En los nominados al Oscar al mejor actor principal este año tenemos cinco interpretaciones de las que se recordarán durante mucho tiempo, y cualquiera que se lo lleve será merecido. Sin embargo algunos notamos una falta que no hubo en los Globos de oro —las categorías están más repartidas, ergo más posibilidades—, la de Robert Redford por su ejemplar composición en ‘Cuando todo está perdido’ (‘All is Lost’, J. C. Chandor, 2013), una de esas películas que pondrá a prueba la paciencia de muchos espectadores no acostumbrados a películas con un solo actor y un par de líneas de diálogo. Una aventura personal y solitaria que sorprende por su minimalismo y ofrece un tour de force del señor Redford basado única y exclusivamente en el saber estar delante de una cámara y carisma.

Que el segundo trabajo de dirección de Chandor navegue a contracorriente —un film con una estrella, el único actor del reparto, ambientado en alta mar, dentro del actual panorama hollywoodiense de consumo inmediato y olvido rápido— es toda una celebración. Y aunque a primera vista parezca que el director ha cambiado por completo de tercio con respecto a su ópera prima, ‘Margin Call’ (2011), un incisivo golpe a los orígenes de la actual crisis económica, lo cierto es que ‘Cuando todo está perdido’ bien podría estar hablando también de la crisis a partir de la odisea de un hombre normal y corriente abocado al abismo de la impotencia en un marco que le supera por todos lados. Y su parecido con ‘Gravity’ (id, Alfonso Cuarón, 2013) es evidente.

La premisa de la película es bien simple, un hombre está perdido en la inmensidad del océano índico tras chocar su embarcación contra un contenedor. A partir de ese instante deberá hacer todo lo posible por sobrevivir. Lo cierto es que una premisa tan breve, con apenas bifurcaciones tiene su riesgo, y el logro de Chandor ha sido no resultar demasiado ambicioso ni pretencioso. La, a primera vista, aventura de un hombre mayor perdido en una porción de un planeta habitado por más de seis mil millones de personas, parece ir más allá en su sencilla propuesta. En ese mar tranquilo aparece un imprevisto que le hace reconsiderar su situación. Como en toda crisis deberá ir desprendiéndose de lo más valioso si quiere sobrevivir.

Dejando a un lado la rutinaria puesta en escena de Chandor —ahí ciertamente la película no resiste la comparación con el trabajo de Cuarón, ergo pierde varios puntos—, que sin llegar a niveles de telefilm por muchas transparencias y planos medios que utilice, al menos no marea al espectador con un montaje caótico, una de las principales modas en el cine actual, lo cierto es que el film se sustenta todo él sobre el carisma arrollador de uno de esos actores con presencia física que no necesitan nada más. Robert Redford, a sus 78 años, no esconde sus arrugas —nunca lo ha hecho— y se entrega con totalidad a un personaje del que no llegamos a saber prácticamente nada. Ese anonimato es la única conexión —podría ser cualquiera de nosotros— emocional del espectador con el solitario náufrago.

El veterano actor, que dicen no recibió de buen grado su no nominación al Oscar, se moja, nunca mejor dicho, por completo, entregándose al ejercicio de la contención y al esfuerzo físico y mental. Pocas veces en la historia del cine, un actor de esa edad ha aguantado estoicamente plano tras plano una historia nada complaciente —nadie quiere ver a un hombre ahogarse poco a poco— y salir victorioso de tal empresa sin haber echado mano de tics heredados de escuelitas de interpretación. La cámara de Chandor está totalmente a su servicio y completamente enamorada de él. Al lado de Redford sólo destaca la fotografía de Frank G. DeMarco y Peter Zuccarini, que se encarga de la fotografía bajo el agua; y también una casi imperceptible música de Alex Ebert —ganador del Globo de oro por su trabajo y ni si quiera nominado al Oscar— de la que no se abusa en ningún momento.

Film angustioso, aunque también es cierto que podría haberlo sido mucho más, que no pretende destacar ni impresionar por la espectacularidad que otro director le habría dado a la historia, sino por su desbordante humanidad, a pesar de ser repetitivo en más de una ocasión. La odisea de Redford puede pecar de ser un poco reiterativa aunque la falta de épica es todo un acierto por parte del director, que somete a su personaje a extremas calamidades dentro de un contexto nada esperanzador, apostando por un tono realista, asomando brevemente la poesía en su tramo final.

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