David Cronenberg: 'Videodrome', la nueva carne

Y ahora que eres el mundo del vídeo hecho carne, ya sabes lo que debes hacer. Oponerte a Videodrome. Usarás las armas que te han dado para destruirles. Muerte a Videodrome. ¡Larga vida a la nueva carne!

(Bianca O´Blivion)

Seguimos analizando la carrera del director David Cronenberg. Tras finalizar el complicado rodaje de ‘Scanners’, su película más comercial hasta el momento, pero no por ello menos personal e interesante, el canadiense se puso a trabajar enseguida en una historia más arriesgada, retorcida y elaborada que acabaría titulándose ‘Videodrome’ (en un primer momento la llamó ‘Network of Blood’, ‘Canal de Sangre’, un título semejante al de sus primeros largometrajes). Para este proyecto contaría con el mayor presupuesto del que había dispuesto hasta entonces, en torno a seis millones de dólares, una cifra bastante alta si tenemos en cuenta que ‘Scanners’, su film más costoso, había requerido sólo tres y medio. Aun así, el director tuvo que abandonar varias ideas ambiciosas y realizar numerosas modificaciones en el guión antes de poder empezar a trabajar, si bien todos los cambios no se realizaron por motivos económicos.

Al menos, no directamente. Universal Pictures se había comprometido a distribuir la nueva película de Cronenberg en Estados Unidos pero en el contrato se establecía que debía lograr una calificación “R” por parte de la conservadora Motion Picture Association of America (Asociación Cinematográfica de América); es decir, el montaje final debía ser considerado “apto” para adultos y menores acompañados por sus (un tanto irresponsables) padres o tutores. Esto se conseguiría tras no pocos tijeretazos pero fue un gran error, quedando una obra amorfa y desangelada que inevitablemente fue un rotundo fracaso comercial; también fue muy atacada por la crítica pero era no era ninguna novedad para el canadiense al principio de su carrera.

Cronenberg se encontraba en un gran momento, pleno de confianza, ansioso por seguir haciendo sus películas y ampliar su público (nunca ha sido de esos artistas que sólo parecen interesados en satisfacerse a sí mismos), así que no le importaron las condiciones de la poderosa compañía norteamericana y nunca sospechó las consecuencias, hasta ahora su trabajo había funcionado bastante bien en taquilla. No se dio cuenta que esta vez fue muy lejos, ni siquiera su equipo sabía qué estaban haciendo, y tuvo que cortar tanto que el conjunto ya no tenía sentido. Sin embargo, tras un triste paso por las carteleras (se estrenó el 4 de febrero de 1983), y con un nuevo montaje, ‘Videodrome’ encontró su sitio en el mercado doméstico, se convirtió rápidamente en un título de culto y hoy está considerada justamente como un clásico del cine fantástico.

Según cuenta el director canadiense, la idea de la película se originó cuando siendo niño se quedaba hasta tarde viendo la televisión, y a veces encontraba señales piratas que no se recibían correctamente, dando lugar a imágenes distorsionadas e inconexas. No sabía de dónde venían ni qué era aquello, le resultaban un gran misterio, y trató de imprimir eso en el guión. Su protagonista es el cínico Max Renn (James Woods), directivo de Civic TV, una pequeña cadena de televisión cuya única vía para sobrevivir es ofrecer a la audiencia contenidos que no encuentran en otra parte. En su búsqueda de material diferente, Max, da con una señal pobre e inestable que lo único que emite son torturas, aparentemente reales; en un tosco escenario rojizo, un par de tipos encapuchados atan y golpean a una mujer. Se llama ‘Videodrome’.

Violencia, sexo y televisión

Max queda fascinado por la emisión, por la sencillez y la capacidad de atracción de sus imágenes. Lo que no sospecha es que su mundo ha comenzado a transformarse desde que vio ‘Videodrome’. Las señales afectan a su forma de experimentar la realidad, empieza a no poder distinguir entre la vigilia y el sueño, a no diferenciar lo que ocurre con lo que imagina, y se ve incapaz de superar esta nueva adicción, tan dañina como placentera. Cronenberg dice que su film trata sobre la violencia y el sexo en nuestra sociedad, y más concretamente de cómo nos puede llegar a afectar ver determinados contenidos a través de la televisión, es decir, cómo influye en nuestra manera de entender y vivir la realidad. Se dice que el ojo es la ventana del alma, así que, ¿hasta qué punto estamos expuestos, hasta qué punto lo que vemos altera nuestro ser?

Esta interesante pregunta es la cuestión de fondo de un debate televisivo al que es invitado Max, para enfrentarse a los puntos de vista de Nicki Brand (Deborah Harry), la consejera estrella de un popular programa de radio, y Brian O´Blivion (Jack Creley), un teórico de los medios de comunicación (basado en Marshall McLuhan) que no está presente en el plató, pues ya sólo se deja ver a través de una pantalla. Evidentemente, Max defiende la idea de que no hay ningún problema en ver su canal, o cualquier otro cuya programación esté centrada en todo tipo de perversiones, que la violencia en televisión no engendra violencia en las calles; al contrario, al satisfacer esos deseos en la pequeña pantalla, imaginariamente, no se tendría necesidad de ejercerlos fuera, realmente. Por su parte, Nicki mantiene la posición opuesta, que sí influye, que el público queda afectado por lo que ve.

El escéptico Max empezará a cambiar de idea cuando mantiene un breve romance con Nicki. Es muy interesante la relación que mantienen, pues vemos que ella no se resiste a sus impulsos, es consciente de sus deseos y sus perversiones, y no lo oculta, mientras que él, que públicamente vende un canal que escandaliza a la opinión pública, en su intimidad es mucho más tímido y convencional; esto queda de manifiesto muy claramente cuando ella se interesa por ‘Videodrome’ y él dice que no es sexo, sólo violencia, a lo que ella responde que no es cierto, que ambas cosas están relacionadas. Nicki desea nuevos estímulos y decide que quiere participar de ese perturbador show. Max no la volverá a ver, al menos no de la misma forma; Nicki parece haberse mezclado con la televisión y vivir dentro de ella, arrastrando a Max al mismo destino.

De nuevo nos encontramos con la habitual degradación y transformación que sufren los protagonistas de las películas de Cronenberg; unos personajes que sufren porque se resisten a aceptar lo inevitable. A través de las señales de ‘Videodrome’, el cuerpo y la mente de Max comienzan a mutar, a fundirse con el mundo del vídeo, hasta el punto de crear en su estómago una especie de reproductor, abriéndose para poder introducir cintas; u otros objetos, como una pistola, que más adelante llega a unirse a su mano, formando una nueva cosa. Max descubre, demasiado tarde, que está en el centro de una batalla entre corporaciones que funcionan en secreto (otro de los recursos habituales del canadiense), enfrentadas por el poder de unas fantásticas ondas catódicas creadas por O´Blivion (el clásico científico de Cronenberg, cuyos experimentos provocan efectos muy alejados de los deseados).

La trama, en el fondo muy simple, y bastante similar a la de ‘Scanners’ (el héroe marginado contra el villano que pretende dominar una nueva especie de humanidad), da pie a Cronenberg para explorar los temas que le interesan, y para ofrecer al público otra buena ración de poderosas imágenes que se quedan grabadas en las retinas, posibles gracias al formidable trabajo de Rick Baker, como la de Max introduciéndose en la pantalla del televisor (manteniendo algo así como relaciones sexuales con ella), creando ese orificio en su barriga, o el sangriento asesinato de Barry Convex (Les Carlson), cuyo cuerpo es brutalmente destrozado por las balas de la pistola-mano de Max. Hay que destacar igualmente la impecable interpretación de James Woods, siendo imposible imaginarse a otro en la piel de Max Renn, y la inquietante composición musical de Howard Shore, imprescindible para adentrarnos en el turbador, enfermo, sucio relato de Cronenberg.

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