Disney: 'Robin Hood', de Wolfgang Reitherman

La adoraba de pequeño: me parecía alocada, divertida y entrañable y me lo pasaba bomba desgastando una y otra vez la copia en VHS que mis padres me regalaron en cuanto fue editada allá por mediados de los ochenta. Ajeno a otras disquisiciones que aludieran a lo que hoy, tantos años después, busco en un filme —sea de animación como de cualquier otro "género"—, el 'Robin Hood' (id, Wolfgang Reitherman, 1973) era una de mis películas favoritas de Disney y en mi bisoñez, la situaba a la altura de la que sigue siendo el icono por excelencia del legendario personaje en el cine, el 'Robin de los bosques' dirigido en 1938 por Michael Curtiz.

Eran éstos motivos y no otros los que durante más de tres lustros me han llevado a huir del revisionado una de esas cintas pertenecientes a la irregular etapa que vivió la productora tras la desaparición de Walt Disney en 1965. Ese miedo que muchos tenemos a que un capítulo tan relevante de nuestra infancia cinéfila se cerrara con amargas tonalidades había sido el directo responsable de que ni la copia en DVD que adquirí hace unos años, ni la de Blu-ray que actualmente descansa en las estanterías de mi videoteca salieran de sus amarays para ser convenientemente reproducidas.

A la luz de lo que el obligado visionado del clásico número 21 de la compañía ha sido capaz de ofrecerme, ha quedado muy claro que mis miedos eran muy fundados y que, aún considerando sus virtudes, 'Robin Hood' dista muchísimo de ser aquél filme que mi memoria atesoraba como uno de los puntos álgidos de la animación de la casa de Mickey Mouse. No me atrevería a afirmar, como muchos han hecho a lo largo de los años, que se trate de la peor producción de la compañía, pero sí que, en virtud de ciertos detalles que ahora comentaremos, se queda cerca de abrazar tal cualidad.

Descuidando la animación

Entre esos detalles está, sin duda alguna, un diseño de producción que raya por momentos en la mediocridad más flagrante: ya no se cuidan aquí los fondos como otrora se hiciera, reutilizándose en muchos momentos descartes de anteriores producciones y acusando los mismos en términos generales una desgana asombrosa y una definición paupérrima que supone uno de los primeros pasos para alejar a 'Robin Hood' de la grandeza que Disney había detentado años atrás, algo achacable también, obviamente, a aquello que atañe a los personajes diseñados para la ocasión.

Unos diseños que allá por 1938 ya se habían empezado a configurar por la voluntad de ciertos animadores de la compañía de adaptar el relato 'Reynard, the Fox' a la gran pantalla y que, cuatro décadas después serán transformados en unos Robin Hood, Lady Marian, Little John, el Príncipe Juan, el sheriff de Nottingham o Sir Hiss que, con los mismos problemas derivados de la "xerografía" que ya viéramos la semana pasada con 'Los Aristogatos' ('The Aristocats', Wolfgang Reitherman, 1970), añaden otros de cosecha propia que agravan el descenso de calidad del producto final.

'Robin Hood', con la mediocridad por bandera

El primero y más llamativo es el que algunos de los protagonistas de la acción sean reciclados de cintas anteriores de la productora, siendo de un descaro bochornoso en este sentido el que Little John y Sir Hiss no sean más que remedos mal disimulados de Baloo y Kaa, el oso y la serpiente de la espléndida 'El libro de la selva' ('The Jungle Book', Wolfgang Reitherman, 1967). Un hecho que queda compensado en parte tanto por el diseño del zorro que es Robin como por ese león cobarde y flacucho que es el príncipe Juan, sin lugar a dudas el mejor personaje del filme.

Lo que resulta imposible de compensar es, de una parte, la podredumbre de formas que acusa la animación en general, con repeticiones de movimientos de personajes —las comadrejas a las órdenes del sheriff de Nottingham— y escenas como las del baile directamente calcadas de 'Los artistogatos' y, de la otra, el bajísimo nivel que detentan las canciones que trufan el metraje, con esa "Amor" que Marian canta en la escena más prescindible de un filme que, además, abusa de repetir fórmulas —¿cuántas veces se disfrazan Robin y Litlle John para lograr sus objetivos?— hasta el cansancio.

Considerando todo lo anterior, es muy complicado señalar algo positivo de entre la mucha y muy grave medianía que atesora 'Robin Hood', quedando reducidas las apreciaciones más benévolas para con la cinta al torneo de tiro con arco —casi calcado del de la cinta de Curtiz— y la secuencia final en el castillo, dos momentos que, no obstante, no resultan suficientes para que el filme siga ostentando idéntica relevancia a nivel personal que aquella que tenía hace tres décadas. Otro mito de la infancia que pasa a mejor vida. ¿Cuántos más quedarán por caer?

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