'El gran Gatsby', los excesos románticos de Baz Luhrmann

Es cierto que en el cine hay nuevas versiones de historias ya contadas desde antes de que todos nosotros hubiéramos nacido, pero también lo es que en los últimos años —o incluso décadas— hay un preocupante aluvión de estas películas. Todo ello no deja de ser una consecuencia directa de las pocas ganas de riesgo que tienen los ejecutivos de Hollywood a la hora de arriesgar cantidades importantes de dinero —a menos inversión, más opciones tienen las historias originales y arriesgadas de salir adelante—, algo comprensible desde un punto de vista empresarial, pero muy poco estimulante para los espectadores más inquietos.

Sin embargo, hay ocasiones en las que el director detrás de una estas nuevas versiones es tan personal que el interés de la película pasa a ser la visión que éste tendrá al respecto. Esto no es algo necesariamente positivo —personal no equivale a ser bueno—, pero sí que añade más interés a priori a una cinta como ‘El gran Gatsby’ ('The Great Gatsby', Baz Luhrmann, 2013), nueva aproximación a la novela de F. Scott Fitzgerald que ya había sido llevada en tres ocasiones a la gran pantalla. La académica versión de Jack Clayton con Robert Redford dando vida al Gatsby del título seguramente sea la más recordada por los cinéfilos, pero conviene olvidarse de ella y de sus predecesoras, ya que la versión que ahora nos ocupa es tanto para bien como, sobre todo, para mal una película de Baz Luhrmann.

El toque Luhrmann

Siempre he creído que el director de una película ejerce sobre todo las funciones de arquitecto –junto al guionista- y director de obra —junto al productor— de la misma, siendo normalmente básico que se imponga en ambos cargos para que la cinta pueda llegar a convertirse en algo realmente digno de ser recordado. En el caso de Luhrmann, éste siempre ha participado como guionista en sus películas, contando con la ayuda de Craig Pearce en todas ellas salvo en la catastrófica ‘Australia’ (id, 2008), donde Ronald Harwood, Stuart Beattie y Richard Flanagan también metieron en el guión, y como productor salvo en ‘El amor está en el aire’ (‘Strickly Ballroom’, 1992), su ópera prima. Ese poder le ha llevado no a perfeccionar sus dos funciones principales, sino a descuidar exageradamente el cargo de director de obra para convertirse en un glorificado decorador de la imagen.

Guste o no su cine, todo cinéfilo que se precie sabe que va a enfrentarse a una historia visualmente recargada cuando ésta haya salido de la mente de Baz Luhrmann. Hubo una tímida tentativa de alejarse de esta vertiente con ‘Australia’ en beneficio de una historia más humana, pero su debacle, tanto económica como artística, le ha llevado a reincidir en viejos vicios con ‘El gran Gatsby’, una historia idónea sobre el papel para que Luhrmann despliegue todo su arsenal visual alrededor de un romance a tres bandas —o a cinco si tenemos en cuenta una trama menor de la película— condenado a convertirse en tragedia de una forma u otra.

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La pomposidad de Luhrmann

En ‘El gran Gatsby’ podríamos hablar de dos mitades claramente diferenciadas en función de la preponderancia del Luhrmann director de obra o del Luhrmann decorador. Este último es el que tiraniza la primera hora de metraje, donde los personajes son un mero accesorio para mostrarnos las piruetas visuales de las que es capaz Luhrmann y la cantidad de millones de dólares que ha sido derrochada para que ‘El gran Gatsby’ sea una cinta muy vistosa. Me atrevería a aventurar que el objetivo de esto —y la propia utilización del 3D— es atrapar a un espectador más juvenil que seguramente sentiría una pereza extrema ante un acercamiento más tradicional a la historia que se nos cuenta, pero de poco sirve si a cambio construyes unos cimientos tan débiles como los que tiene esta película.

La excesiva fiesta en casa de Gatsby, más propia de una discoteca actual que de las celebraciones de principios del siglo pasado, no es más que la primera cima de este aspecto, donde Luhrmann muestra cierto desinterés por los personajes y los progresos de sus historias. Da hasta la sensación de que lo ve como un simple peaje hasta llegar a lo que realmente le interesa: La relación entre Gatsby —magnético y carismático Leonardo DiCaprio— y Daisy —decepcionante Carey Mulligan—. De hecho, el único exceso visual de esta primera mitad que aporta algo de relieve a la historia es cuando Gatsby decora ostentosamente el tímido hogar de Nick —anodino Tobey Maguire— para poder impresionar a su amada, como dudando —algo que va a más cuando le surge la necesidad de marcharse— de que su mera presencia no sea suficiente para causar un gran impacto en ella.

Amor a medio gas

Luhrmann decide rebajar —que no eliminar— la pomposidad cuando le toca centrarse exclusivamente los vaivenes sentimentales de sus protagonistas, llegando al punto de obviar casi por completo el caos habitual de las celebraciones de Gatsby cuando Daisy y su marido Tom —correcto Joel Edgerton— van de visita. El problema es que ya es demasiado tarde para subyugar al espectador con el romance que se nos está contando y la sensación dominante es de un quiero y no puedo bastante importante. La transición de espectáculo visual a historia de personajes es ya de por sí suficientemente débil, pero es que era ahora cuando Luhrmann realmente tenía que demostrar, tal y como ya hizo en su momento con ‘Moulin Rouge’ (id, 2001), que es capaz de simultanear una historia de amor interesante con su inagotable imaginario visual, pero no lo hace aquí.

Los trucajes visuales pierden presencia quedando relegados por regla general a ser un telón de fondo intrascendente y únicamente la notable actuación de DiCaprio consigue mantener el interés sobre la decisión que acabará tomando Daisy. Los minutos avanzan, la trama se complica —hay un giro dramático que confía mucho en una coincidencia temporal excesiva y lo digo a sabiendas de que Luhrmann no se lo ha sacado de la nada— y lo que —spoilers hasta el fin de este párrafo— debería ser una puñalada emocional para el espectador cuando ella decide ignorar a Gatsby y éste sucumbe por culpa de su acto de amor absoluto hacia ella queda reducido a poco más que indiferencia por mi parte ante lo que aparece en pantalla.

Por no hablar de problemas ‘menores’ de esta segunda mitad como que algunos personajes estén muy desdibujados —pienso sobre todo en el caso de una hasta entonces convincente Elizabeth Debicki— que echan por tierra cualquier intento por parte de Luhrmann de apostar por una puesta en escena relativamente clásica dentro al mismo tiempo que mantiene su estilo característico.

Sería un grave error afirmar que ‘El gran Gatsby’ es una pérdida de tiempo, ya que se nota la pasión de Luhrmann por llevarla a buen puerto. Lo más curioso de todo es que cuando más brilla la película es cuando apuesta por momentos más íntimos —no en todos, eso sí— y no cuando la grandilocuencia característica de su director se adueña de la historia y lo reduce todo a la fuerza de las imágenes, lo que no tarda en hacer aguas al no tener algo suficientemente sólido en lo que apoyarse. Lástima que solamente Leonardo DiCaprio sepa estar a la altura de su talento y que ‘El gran Gatsby’ en el fondo no sea más que un pasatiempo romántico muy desigual y demasiado largo.

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