Jonás Trueba hechiza con 'Tenéis que venir a verla', un (engañoso) divertimento de ecos generacionales y postpandémicos que solo dura 1 hora

Después de la catedralicia 'Quién lo impide' (2021) daba la impresión de que Jonás Trueba necesitaba un respiro, y ese respiro llega ahora en forma de engañoso divertimento que bajo su apariencia ligera y su corta duración (poco más de 60 minutos) encierra una reflexión lúcida y dolorosa sobre el desarraigo y el desconcierto de su generación, seguramente inspirada por el aprendizaje de su anterior película, hasta el punto de funcionar como una desoladora y desconcertante coda (no hay respuestas, sí muchas preguntas) de aquella.

Lo hace contando con actores que son, ante todo, cómplices y amigos, todos espléndidos, de Itsaso Arana a Francesco Carril, de Vito Sanz a Irene Escolar (haz más cine, por favor), quienes, lejos de ser sus títeres, participan y enriquecen un juego que no es tal y cuyas reglas resultan siempre volátiles e imprevisibles, como las de estos mismos tiempos impredecibles.

La historia arranca en un concierto de Chano Domínguez en un tiempo indeterminado de la postpandemia. Dos parejas: por un lado, Elena y Daniel (Arana y Sanz), que resisten en la capital. Por otro, Susana y Guillermo (Escolar y Carril), que han decidido instalarse en Alpedrete, o lo que bien podría ser resignarse, sentar la cabeza, tirar la toalla o establecerse, al conocerse el embarazo de la primera. Susana y Guillermo invitan a sus amigos a conocer su nueva casa, a paladear (o dar el visto bueno a) su nueva vida, de la que tampoco están exactamente convencidos, con la frase que enuncia el título de la última película del director de 'La virgen de agosto' (2019) en un feliz guiño metalingüístico.

Pero Elena y Daniel, que se reflejan y temen reflejarse en sus amigos, ofrecen una pronta resistencia para finalmente acabar cediendo. La película se construye a través de unas vívidas conversaciones, pero también de réplicas, silencios, bromas, disquisiciones y partidas de ping pong. Con el tiempo, Jonás a aprendido a "narrar entre líneas" y en esta película, más que en ninguna otra de su trayectoria, lo que se cuenta tiene tanto sentido como lo que no se cuenta, lo que se dice como lo que se calla, al tiempo que el cine se confunde con la vida y la experiencia con el deseo, el anhelo o el recuerdo.

Exactamente como en el cine de Hong Sang Soo, Éric Rohmer, Philippe Garrel o Maurice Pialat; algo refrescante en un momento en el que todos los personajes del cine español tienen que verbalizar hasta tres veces cada uno de sus pensamientos, dudas o carencias. 'Tenéis que venir a verla', en esta línea, no deja de ser algo parecido a un relato de Raymond Carver que ofrece lecturas diferentes y busca la identificación y la colaboración del lector/ espectador.

Live is Life: cambiar o no cambiar de vida

Acompaña el singular, azaroso y empático relato los poemas de Olvido García Valdés y las reflexiones de Peter Sloterdijk. En el cine de Jonás, desde los tiempos de 'Todas las canciones hablan de mí' (2010), la cita ha pasado de ser exhibicionismo y complicidad a formar parte de una continua búsqueda de refugio y sentido que afecta e influye en los personajes. En su última película, esta búsqueda resulta especialmente relevante, ya que la compañía que tantas veces ofrece la cultura solo sirve para entender más la situación de limbo existencial sobre el que flotan sus personajes, para aprehender el sinsentido del momento y nuestra impotencia para cambiarlo.

Todos los pertenecientes a la generación millennial, incluso los que ya somos un poco más talluditos, se reconocerán en ese desencanto, hasta el punto de reconocerse igualmente en muchas de las vivencias y dudas de sus personajes de una película que, con todo, jamás hace sangre, nunca abandona el tono liviano, se recrea en lo trágico ni utiliza el subrayado como motor del drama. A este respecto, 'Tenéis que venir a verla' coincide con dos de las mejores películas españolas que se estrenarán este año, 'Las gentiles' (Santi Amodeo) y 'Nosotros no nos mataremos con pistolas' (María Ripoll), aunque en los últimos casos, el dolor y el desengaño constituyan el vórtice del conflicto y no residan en la procesión interior de sus personajes. No es que Jonás sea más sutil o más brillante, sino que le interesa contar lo mismo por otros caminos.

La película concluye con un plácido paseo campestre entretejiendo ficción y documental, realidad y ensueño, con la visión del equipo de rodaje que recuerda a un recurso habitual en directores como Jean-Luc Godard o Jess Franco. Lo que en sus películas era, ante todo, una puesta en duda de la propia naturaleza de la historia que desenmascaraba inesperadamente el artificio, en 'Tenéis que venir a verla' sirve, creo, para subrayar la identificación entre el autor, el equipo de rodaje, los actores y sus personajes, como si todos vivieran atrapados en el mismo síndrome del impostor y compartieran parecidas inseguridades sobre su lugar y misión en el mundo.

De esta forma termina una película que puede saber a poco, algo que, dependiendo de la exigencia de cada espectador será visto como falta o virtud, pero que deja un regusto acre en el paladar que se extiende finalizados los títulos de crédito y que representa un nuevo paso en firme en la filmografía del madrileño. Porque, tras su visionado, lo que nos queda no es más que desazón envuelta en una falsa dulzura, y, ante todo, una serie de preguntas, incómodas e inciertas, que no esperan ser respondidas.

¿Sería más feliz Elena con Guillermo o Daniel con Susana? ¿Qué ata tanto a Elena y, sobre todo, a Daniel a Madrid, y a qué precio estarían dispuestos a abandonar la capital para imitar a sus amigos? ¿Serán dichosos Guillermo y Susana en su nueva vida en Alpedrete (la conversación entre Elena y Susana, uno de los grandes momentos del film, es clave a este respecto), o no podrán aguantar el peso de la resignación y la estabilidad en forma de culpa? ¿Lograrán sobreponerse cada uno de ellos a la impostura de la felicidad y a superar un desarraigo vital que ya comienza a formar parte de sus personas?

Es tarea del espectador responder a estas y otras preguntas, además de cuestionarse, a su vez, hasta qué punto se reconoce con lo expuesto, con tanta sencillez como concisión, por Jonás Trueba en una de sus obras más libres, revoltosas, autocríticas y valientes.

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