'La guerra de las galaxias: El imperio contraataca' (1)

Con el fenómeno sin precedentes en la industria que había supuesto ‘Star Wars’, George Lucas se preparó para independizarse completamente de dicha industria con la inevitable secuela, para la que optó por no sentarse en la silla del director, mientras controlaba de manera férrea todo el aparato de producción desde la sombra. Como director, convenció a un antiguo profesor suyo de la escuela de cine y televisión USC, Irvin Kershner, mientras que para las labores de guión, que debía escribirse sobre la historia que él ya había elaborado, contrató nada menos que a Leigh Brackett, famosa por sus legendarios libretos para ‘El sueño eterno’ o ‘Río Bravo’, ambas de Howard Hawks.

Brackett murió de cáncer justo cuando acabó el primer borrador del guión, y Lucas llamó a un guionista en alza en Hollywood, que le había impresionado por su trabajo en ‘En busca del arca perdida’, y que pronto debutaría como director, el hoy olvidado Lawrence Kasdan. Entre los tres construirían un guión con la precisión de un diamante, primer logro mayor de lo que sería una de las más perfectas, emocionantes y hermosas películas de aventuras jamás realizadas, la cual tendría, además, el enorme mérito de superar, en cuanto a los aspectos más formales y técnicos, el asombro de la primera parte.

Lucas lo definiría como el paso de la juventud a la madurez, o de la libertad de la infancia a la oscuridad del mundo. Y está perfectamente definido. A menudo, en las trilogías, la segunda parte, que vendría a ser el nudo de la historia, suele ser el más prolijo y el más apasionante. Y esta no es una excepción. El tono vitalista de la primera parte, con esa conclusión tan jovial, se ve reemplazado por otro mucho más fatalista, en el que apenas hay resquicio para la esperanza, narrado por Kershner con una maestría inusual en este tipo de producciones tan magnificadas.

Sálvese quien pueda

No es casualidad que empecemos en Hoth, un planeta gélido y rocoso. Allí la resistencia rebelde se esconde como puede de un Imperio dispuesto a no concederles tregua, y de un Vader que lanza sondas por todo el espacio, obsesionado con encontrar al joven que destruyó la Estrella de la Muerte. Mark Hamill sufrió un accidente en el rostro que obligó a añadir el ataque del wampa al guión. La escena es seca y magnífica como toda la película, y les sirve a Kasdan, Lucas y Kershner para mostrar que Luke, aunque se ha iniciado en la fuerza, todavía tiene mucho que aprender, sobre todo cuando es casi incapaz de recuperar con la mente su sable de luz.

La escena en la que Han Solo salva a Luke de morir congelado en medio de un desierto de hielo está directamente inspirada en aquella magistral de la inolvidable ‘Dersu Uzala’ (Kurosawa, 1975) en la que Dersu y el capitán luchan, desesperados, por construir un refugio para guarecerse durante la noche. Esta, por supuesto, es menos dramática y mucho más jocosa (de nuevo Solo tiene los mejores diálogos de la película). Como jocoso es el regreso de ambos, con Solo vacilando a Leia, y haciéndose el duro con ella. La escena es divertidísima, con Chewbacca ofreciendo un sinfin de registros sonoros para acompañar las fanfarronadas de Solo, silenciadas por el furtivo beso que Leia le da a un sorprendido Luke en la boca. Pero hay poco tiempo para las risas. Llega el Imperio, y no va a dejar otra solución que la huida desesperada.

La presentación de la flota imperial, con el ya mítico tema “The imperial march”, que puede oirse en el link de más arriba, es impresionante. Los caracteres dibujados en la primera película son ahora mucho más rotundos y definidos, como una tragedia mitológica. Vader, observando las estrellas en los amplísimos ventanales, parece capaz de atravesar toda la galaxia con su mirada. Y también parece que ha subido de rango, tres años después, pues ya no hay oficial que se atreva a chotearse de él. De hecho, los errores suelen pagarse caros entre sus generales. Pero Vader va a ser, además, un personaje mucho más siniestro, brutal y complejo en esta segunda parte.

Y más misterioso. Al contrario que en la tercera, Kershner tiene el buen gusto y la inteligencia de no mostrar su rostro, tan solo un poco de su cabeza, antes de colocarse de nuevo el casco. Luctuoso y de motivaciones ocultas, que pronto serán reveladas, Vader es, junto con Solo, la estrella de la función. En el ataque a la base rebelde, hay poca oposición, por cierto. Con los enormes AT-AT’s, da la impresión de que el imperio les pasa, literalmente, por encima. Las victorias pírricas de los pequeños speeders atando las patas de las enormes moles de metal apenas dan un respiro, y la resistencia ha de contentarse con un sálvese quien pueda. Por un azar del destino, además, Leia ha de huir con Han, quien junto con Chewie tiene serios problemas para lograr que el Halcón Milenario funcione correctamente. Se salvan ‘in extremis’.

De este modo, se establecen dos líneas narrativas paralelas, muy diferentes entre sí, que tienen la gran virtud de no molestarse mutuamente, sino que se alimentan mutuamente y ofrecen un crescendo imparable hasta el desolador, e impredecible, final. Por un lado el Halcón Milenario escapando como puede del acoso de la flota imperial, y por otro Luke buscando al maestro Jedi de Obi-Wan, un tal Yoda. No se le puede pedir más al cine de aventuras, sencillamente.

Asteroides y barro

La dirección artística (recuerdo haber oído a Alberto Abuín alucinar al respecto cuando la vimos juntos) de Dagobah es toda una maravilla, obra de Norman Reynolds, quien no brillará tanto en ‘El retorno del jedi’. Rodado enteramente en estudio, da gusto observar una creación tan realista, en contraste con el regreso al mismo planeta en la sexta película (el episodio III), mucho menos denso y atmosférico que aquí. Y la presentación de Yoda es mucho mejor que la, un tanto torpe, presentación que tuvimos de Kenobi en la primera película. Yoda pasa de ser una simpática criatura con aspecto de rana a aparentar mucho más sabio y poderoso cuando por fin revela su identidad, y tan solo con una gestualidad limitada, y un tratamiento genial de la expresión de los ojos.

Pero ya el animatronic, o marioneta, creada para dar vida a este personaje fundamental, es una verdadera joya artesanal, con la portentosa voz de Frank Oz. Él y Mark Hamill (que está sensacional, el chaval) inician una aventura común, una especie de curso intensivo jedi de pocos días o semanas, que es una de las cosas más hermosas que le han pasado al cine de aventuras y fantasía. Mientras, Han y compañía se las ven y se las desean para eludir a los soldados del imperio, sobre todo porque la tan cacareada y genial velocidad de la luz no funciona en su nave, por mucho que intenten repararla, de modo que se ve obligado, como medida de emergencia, a introducirse en un campo de asteroides, lo que da lugar a una de las persecuciones más espectaculares de la saga.

Parece mentira que algunos de los asteroides sean patatas colgadas de alambres, porque la sensación de introducirnos en una nube de asteroides es casi superior a la de las escena homóloga de ‘El ataque de los clones‘, echa con muchos más medios y mucho más modernos. Esta secuencia supone un adelanto ostensible respecto a las secuencias de naves de la primera parte, así como todo el look de la película ha envejecido mucho mejor que la primera, a pesar de ser sólo tres años más moderna.

Gran parte del mérito de esto es de Irvin Kershner, que es mucho mejor director de actores que Lucas, y que en la planificación y el montaje no le anda a la zaga a su pupilo. Por otra parte, la magnífica dirección de fotografía de Peter Suschitzky, que tanto alabó David Cronenberg (no en vano ambos trabajarían juntos en numerosas películas) supera con mucho a la de la primera parte, con un magnífico uso del scope (qué bien se llenan los espacios en esta aventura) y una luz suave (mayormente blanca o azul) que le da al filme un aspecto inmejorable.

Y para no hacer esta entrada demasiado larga, concluiremos el análisis en breves días.

Especial ‘La guerra de las galaxias’ en Blogdecine



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