'La guerra de las galaxias: Una nueva esperanza' (1)

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"Iré contigo a Alderaan. Ya no me queda nada aquí. Quiero aprender los caminos de la Fuerza y convertirme en un Jedi como mi padre" - Luke

Los clásicos rótulos amarillos nos ponen un poco en situación. Una situación de tiranía absoluta en toda la galaxia, a la que se opone un grupo de rebeldes. Ya desde el comienzo, los rebeldes son los buenos y los imperiales son los malos. Estamos en el terreno más básico de folletín de aventuras, sin el menor complejo ni la menor vuelta de hoja. Las letras amarillas se pierden en el espacio, hay una clásica panorámica hasta encontrar un planeta en primer término, y somos testigos de la primera de muchas batallas galácticas. Una nave intenta zafarse de otra muchísimo más grande que ella, que la acaba fagocitando, por así decirlo.

Pero antes conocemos a los primeros personajes, que son dos droides (los famosos C3po y R2d2), los primeros que hablan. El alto y dorado es un quejica y un llorón, mientras que su bajito acompañante habla un lenguaje binario incomprensible, que sin embargo es explícito en sus emociones. En cuanto los soldados imperiales entran en la pequeña nave, se desata una batalla campal de rayos láser. Los rebeldes tienen las de perder, y de la humareda de los disparos emerge una figura enorme y oscura, con un extraño casco y larga capa. Es imposible imaginar cómo debió ser la recepción de estas imágenes en el público, aquel lejano verano de 1977.

Lo primero y más importante que desprenden estas imágenes iniciales son su sencillez y desverguenza, su absoluta entrega a la aventura más primaria. De tal forma, los viejos arquetipos (el malvado opresor, la valiente princesa, los secundarios cómicos) funcionan con inusitada pureza clásica. No hay, por el momento, profundidad psicológica. Los diseños interiores de las estructuras tecnológicas son soberbios, aunque se percibe cierto aire setentero en las caracterizaciones y en algunos recursos lumínicos. Y es imposible abstraerse de la influencia inicial de ’2001, una odisea del espacio’ en algunos planos.

Carrie Fisher clava a Leia Organa en cada enfrentamiento verbal con Vader, aunque la limitada dirección de actores de Lucas (que no mejorará con los años) limita un poco su capacidad interpretativa. A Lucas se le da mucho mejor el montaje y la planificación, que son excelentes. Y como escritor no tiene prisa en ir contándonos acontecimientos: los droides llegan a Tatooine y, tras una larga discusión, se separan. Las cortinillas de diversos formatos comienzan a hacer acto de presencia para pasar de una secuencia a otra. Sea como fuere, ambos droides terminan en manos de los jawas, que se dedican a venderlos a terceros. El destino, o la providencia, o la fuerza, determina que acaben en manos de la familia Skywalker.

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Un joven hambriento de aventuras

Lo cierto es que todo este bloque inicial es bastante lento. Observamos con todo detalle a los droides compañeros de viaje de C3po y R2d2, y hasta empezamos a temer por su destino. Conocemos, eso sí, por fin, a los Skywalker, y el bello tema musical que oímos en cuanto Beru llama a su sobrino (“¿Luke?”) ya le señala como el atípico protagonista de la historia. Luke es un muchacho aparentemente huérfano y soñador, aburrido de la vida en la granja con sus tíos, que espera algo más de la existencia que pudrirse en medio del desierto. El habitualmente denostado Mark Hamill clava a este adolescente melancólico, en el que fue su debut para el cine. Podemos percibir con total nitidez su soledad y su frustración juvenil.

Con su atuendo casi totalmente blanco, y su aspecto de no haber roto un plato en su vida, Luke es el perfecto “don nadie” que ha de demostrar lo que tiene de especial en su interior, porque en realidad es un “diamante en bruto”. Es muy hermoso, además, de qué manera Lucas une a Luke y Obi-Wan Kenobi, con el diálogo que el primero tiene con su tío Owen Lars, en el que hablan del misterioso ermitaño que vive en Tatooine. Además, se nombra por primera vez al padre de Luke, de una forma tremendamente hábil y misteriosa, aunque quizá por enésima vez a Luke su tío le escatima cualquier información sobre ambos.

¿Y qué imagen existe más expresiva de la necesidad de realizar el propio destino, que ese momento famoso en el que Luke, hastiado de su vida, observa a los soles gemelos de Tatooine? Al mirar a ambos soles, Luke sin duda intenta averiguar qué ha de hacer para cambiar su vida, que es la clave de de las tres iniciales películas.

Pero una vez más, R2d2 va a ser fundamental para hacer avanzar la historia, y como está obsesionado por encontrar al que él cree que es su dueño (Kenobi), propicia el encuentro de este con Luke al escaparse. Y también sabe Lucas cómo electrizar la acción, con la aparición de los moradores de las arenas, grimosas criaturas que le pegan un buen susto a Luke (y al espectador), y que son espantadas por Obi-Wan de manera muy ingeniosa, pues para asustarlas imita el sonido y la apariencia (al menos lejana) de una enorme criatura del desierto de la que apenas vimos el esqueleto anteriormente.

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El marcaje de actores de Lucas (sus órdenes en cuanto a movimiento y fisicidad de los actores) se demuestra torpe una vez más, y hasta un actor de la experiencia de Alec Guinnes, en la presentación de su personaje, gira primero la cabeza y luego se quita la capucha, cuando lo lógico hubiera sido al revés o al mismo tiempo. Pero Guinnes, uno de los mejores intérpretes de su generación, está siempre apagado y poco carismático como Obi-Wan Kenobi. Años más tarde, renegaría del papel, tildándolo incluso de estúpido. Por cierto, que el encuentro entre Kenobi y Skywalker es un sinsentido respecto del final del episodio III, en el que Kenobi deja al bebé Luke en manos de los Lars.

También es un sinsentido que no reconozca a R2d2, con el que corre tantas aventuras en su juventud, y es que Lucas fue tremendamente incoherente en muchos detalles uniendo el episodio III y el IV. Es un disparate que quiera contarnos que lo tenía todo pensado de antemano, cuando se observa en el gesto de Guinnes que no tiene ni idea de quién es Luke y qué ha venido a hacer allí. ¿No se suponía que Kenobi había quedado al cuidado de Skywalker? En fin, la vida es así. Centrémonos en esta película. Se podría haber hecho de forma más interesante la averiguación de que el viejo Ben Kenobi es Obi-Wan Kenobi, aunque tampoco parecía tan difícil.

Es formidable la secuencia de diálogo en casa del ermitaño, cómo Kenobi le cuenta a Luke acerca de su padre, y le entrega su antigua espada láser. Es evidente (esto sí...) que Obi-Wan miente a Luke cuando le cuenta cómo murió su padre, y es muy emocionante cuando por fin le habla de la Fuerza, concepto que Lucas maneja con total familiaridad, como si toda su vida hubiera sido un jedi. Así las cosas, queda completamente natural que Kenobi le pida a Luke que le acompañe en su cruzada para salvar a la princesa. Y, como tantos héroes, cuando por fin le dan la oportunidad de cambiar su vida, no se atreve, y en un principio se niega a ir con él.

A continuación conocemos por fin la Estrella de la Muerte, en la que manda un siervo del emperador, el Grand Moff Tarkin, interpretado con gran talento por el inolvidable intérprete Peter Cushing, también británico y de la misma generación que Alec Guinnes. A su lado, Darth Vader es poco mas que un lacayo brutal, aunque parece disfrutar de un rango suficiente como para asfixiar a los subalternos. El diálogo sobre el poder de esa estación espacial incide en el tono semi-medieval, culto y literario, tan clásico a oídos de los espectadores. Pero volvemos a Luke, que descubre que los soldados imperiales, buscando a los droides, han arrasado a los jawas y a la misma cabaña de los Lars. Y el homenaje a ‘Centauros del desierto’ es evidente, y con él termina el primer acto de la película y comienza el segundo.

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