‘La Llegada’, ¿oda a la comunicación o humanismo reaccionario?

Es probable que durante la lectura de esta reseña se revelen algunas notas argumentales importantes, las más significativas irán precedidas de un SPOILER indicativo, pero buena parte de la discusión de detalles de la película es más comprensible habiéndola visto. Dicho esto, las opiniones vertidas sobre las ideas y temas implícitos en la película no poseen ánimo de tratar de mermar las virtudes de uno de los filmes del año.

Si hay algo de lo que no se le puede acusar a ‘La llegada’ ('Arrival', 2016) es que no sea una película plenamente coherente con la obra de su autor. Diríase incluso que hay más Villeneuve en esta que en ‘Sicario’ (2015), tanto en estructura como en tics de realización como ese fatalismo subyacente, el montaje críptico o detalles como la escena del sueño, que recuerda a alguna de las imágenes de ‘Enemy’ (2014), su película más hipnótica.

Y de aquella se puede rescatar esas apariciones fantasmales de arañas gigantes, que crean un patrón reconocible al alinearse con los alienígenas de esta. Un diseño, por cierto, bastante cthulhiano, que añade leña a los referentes literarios de los que bebe. Aunque no vamos a entrar en las múltiples influencias de cine de ciencia ficción que posee, es imposible no mencionar la obra de Carl Sagan, episodios de las serie ‘La dimensión desconocida’ y ‘The Outer Limits’ o las reinterpretaciones modernas de Arthur C. Clarke de Richard Kelly.

Celebración del lenguaje como salvación

Lo más sorprendente y adulto de ‘La Llegada’ es su capacidad para reestablecer la escala del un blockbuster de ciencia ficción a un solo emplazamiento, a través de un conflicto basado, mayormente, en el proceso de comunicación con los alienígenas. Este detalle, todo sea dicho, genera un momento involuntariamente cómico cuando para reclutar a la traductora interpretada por Amy Adams, el ejército le pide si puede traducir, así a pelo, el gruñido de un alienígena grabado en audio. Glorioso.

Implausibilidades a parte, el desarrollo del grueso de la trama es un apasionante estudio del lenguaje de símbolos extraterrestres que estos les dibujan con su tinta de calamar del espacio exterior. Un detalle que no exime a los amigables visitantes de estar rodados de forma casi inquietante; aplausos al realizador por su fotografía ceniza y uso minimalista de la música en todas sus escenas. Se podría decir que su estilo es la antítesis de otras invasiones como ‘Independence Day: Contraataque’ (Independance Day: Resurgence, 2016)

El uso del juego de codificaciones y decodificaciones tiene un reconocimiento simbólico muy importante en la coda del film, una fascinante oda a la comunicación como llave del entendimiento global. Un análisis inteligente sobre la transparencia y la importancia de la concordia, a través de algo tan sencillo como las palabras, para desenmarañar el significado entero de otras culturas que nos resultan alienígenas.

El ambiguo mensaje provida

SPOILERS

Llegado el momento de las explicaciones, la película entra en su fase más ‘Interstellar’ (2014) uniendo sus elementos de ciencia ficción extraterrestre con postulados de viajes en el tiempo para, además, relacionarlos con una intensa experiencia emocional paternofilial. Es aquí dónde el guión revela sus cartas relacionando el doloroso prólogo de la muerte de la hija de la protagonista con el futuro y no con el pasado. Un golpe de efecto que deja el problema de la misión alienígena a un lado para centrarse en Louise.

El conflicto planteado, resumiendo, es que la recién obtenida clarividencia de Louise le permite adivinar que tendrá una hija y que esta sufrirá una muerte agónica a causa de un cáncer. Y, aún sabiéndolo, decide seguir adelante casándose con Ian (Jeremy Renner) y concibiendo a su hija condenada. Una decisión consciente que implica una vida corta para la niña, pero una vida plena, como se nos muestra con una bella escena de flashforward de estampas idílicas y una triste partitura. El conflicto moral de si su elección es o no errónea queda en el aire.

Por una parte, celebra el hecho de la vida en sí misma, en experimentarla el tiempo que dure, en disfrutar sin culpas ni miedos de su futilidad. Por otra, se alinea con argumentos clásicos de los grupos pro-vida, no cuestionando el aborto en sí mismo pero transmitiendo que la vida hay que dejarla salir, aunque acabe pronto y mal. La excusa fantástica enmascara la ambigüedad del mensaje, pero aún sin caer en lo que critica ‘Camino’ (2010), el montaje de imágenes podría hacerse pasar por propaganda muy cara de foro de la familia.

Quizá su personaje no tenga más opción, pues no queda absolutamente claro su papel final en el devenir de la misión alienígena y hay preguntas en el aire, como si la decisión sobre su maternidad viene impuesta por la imposibilidad de romper la cadena de acontecimientos conocidos (quizá de ahí el símbolo del pájaro enjaulado). El debate filosófico sobre la maternidad, sobre las decisiones, está servido, pero no se debe reducir su complejo dilema metafísico y moral a un ejercicio de burda complacencia ideológica.

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