Sitges 2020: 'Archenemy'. El director de 'Daniel no es real' reivindica el poder de la ficción con un llamativo relato de superhéroes

Somos muchos los que, más allá de como un simple entretenimiento o forma de expresión artística, vemos la ficción —independientemente del medio en que se plasme— como una vía de escape ante una realidad hostil, asfixiante, implacable y, especialmente en este año 2020, absolutamente indeseable.

Si hay un subgénero que captura plenamente esta esencia escapista de la narrativa, ese es el de los superhéroes. Ya sea en el cómic o en producciones dirigidas a la gran pantalla, los poderes, las capas y los antifaces han sido la excusa perfecta para que infinidad de lectores y espectadores hayan encontrado algo de oxígeno junto a unos personajes que, en el fondo, tan sólo proyectan nuestras mundanas debilidades y flaquezas.

Aglutinando estos dos ingredientes, Adam Egypt Mortimer ha dado forma a la peculiar ‘Archenemy’; una aventura superheróica que, con mejores intenciones que resultados, nos sumerge de lleno en una ciudad corrupta, gris y mortecina para intentar iluminarla a base de fantasía, personalidad y unas necesarias dosis de inofensiva violencia.

Orígenes a trompicones

En la pasada edición del Festival de Sitges, Mortimer puso patas arriba el certamen con la notable ‘Daniel no es real’; un segundo largometraje que exploró el mito del doble y los amigos imaginarios en clave de terror haciendo gala de un estilo visual único y que catapultó la carrera del realizador tras su discreto debut ‘Some Kind of Hate’.

Con esta carta de presentación, no es de extrañar que las expectativas hacia ‘Archenemy’ en este Sitges 2020 estuviesen por las nubes y, aunque no haya terminado cumpliéndolas con rotundidad, no puede negarse en ningún momento que es una película hija de su padre; comenzando por un tratamiento estético para enmarcar.

La secuencia de animación introductora —y las que irán sucediéndose entre el resto del metraje del filme—, diseñadas con solvencia y bañadas de unos ultrasaturados tonos magenta y azules, además de servir para construir el caótico y demasiado esquemático trasfondo del personaje principal, ayudan a sumergirnos de lleno en la propuesta y afianzar sus lecturas sobre la fuerza de los relatos y su capacidad transformadora.

Si a esto le sumamos unos vistosos segmentos predominantes de acción real, con unas setpieces que se antojan escasas pero lo suficientemente atractivas si tenemos en cuenta la modestia del filme, ‘Archenemy’ brinda un espectáculo ampliamente satisfactorio en términos formales. No obstante, la cosa cambia radicalmente cuando centramos nuestra mirada sobre un fondo que deja bastante que desear.

Gran parte de culpa la tiene una nefasta combinación de lo que parece ser un exceso de ambición y una escasez de metraje. Soy un férreo defensor de la idea de que 90 minutos son más que suficientes para contar una buena historia en imágenes, pero, en el caso que nos ocupa —y esto es común en muchas cintas de orígenes—, esta limitación temporal supone un gran palo en la rueda para aprovechar al máximo el lore que puede entreverse y para aportar unas necesarias explicaciones que nunca llegan.

El trabajo a cuatro manos en la sala de montaje no ayuda lo más mínimo a subsanar este inconveniente, desperdiciando valiosas —y dilatadas— escenas en abrir subtramas que aportan muy poco al conflicto principal y que lastran el ritmo hasta provocar que, cuando se lega al soso y en absoluto emocionante clímax, la desconexión sea casi completa.

Por suerte, el carisma de Joe Manganiello como antihéroe salvaje, desatado, y con unas motivaciones que también quedan en el aire, mantiene a flote un cúmulo de magníficas ideas que, pese a no cuajar plenamente, continúan sosteniendo a Adam Egypt Mortimer como una de las voces más interesantes del panorama fantástico actual.

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