'The Eddy': la serie de Damien Chazelle en Netflix se queda en un hermoso ejercicio de estilo a ritmo de jazz

Durante los últimos años hemos tenido el privilegio de ser testigos del vertiginoso auge de las carreras de tres cineastas excepcionales. Una santísima trinidad fílmica compuesta por el Ari Aster de 'Hereditary' y 'Midsommar', el Robert Eggers de 'La bruja' y 'El faro', y un Damien Chazelle que ha deslumbrado a medio mundo con sus tres primeros largometrajes hasta la fecha.

Si nos centramos en la filmografía de este último, no es complicado encontrar patrones que unen sus tres primeras cintas 'Guy and Madeline on a Park Bench', 'Whipash', 'La La Land' y, salvando las distancias, 'First Man (El primer hombre)': un intenso amor por la música y unos personajes obsesivos, apasionados y con metas casi inalcanzables por las que están dispuestos a sacrificar lo que sea necesario.

El salto al panorama catódico de Chazelle acompañado por el guionista Jack Thorne —'La materia oscura'— con 'The Eddy' bebe nuevamente de todos y cada uno de estos ingredientes, pero el arranque de la serie de Netflix dista mucho de la lucidez y la garra de sus trabajos para la gran pantalla; camuflando entre florituras formales y una técnica impecable una pomposidad algo irritante y una historia que peca de excesos e intensidad impostada.

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Jazz sin ritmo

La escena introductoria de 'The Eddy' es un auténtico sueño para todos los que, como un servidor, disfrutamos de los aspectos técnicos y visuales de cualquier tipo de producción. El grano, la textura y el tratamiento del color que sólo puede dar rodar en Super 16mm, sumados a la iluminación de corte naturalista que huye de cualquier tipo de artificios y a una vibrante cámara en mano, nos sumergen de lleno en el club de jazz parisino que da título al show. Parece que Chazelle está de vuelta.

Poco a poco, la puesta en escena del de Rhode Island y el maravilloso trabajo del director de fotografía Eric Gautier —'Diarios de motocicleta', 'Hacia rutas salvajes'—, probablemente, lo mejor de los dos primeros episodios, van perdiendo su fuerza inicial progresivamente hasta convertirse en una suerte de recurso estético hueco. Y es que el director parece más obsesionado en imitar el estilo de los cineastas de la Nouvelle Vague y del cine norteamericano de los 70 que en integrarlo en el relato para impulsar sus componentes dramáticos.

Los encuadres cerrados, la ausencia de trípodes y estabilizadores, la plena libertad de movimiento de la cámara... todos y cada uno de los elementos formales de 'The Eddy' están calculados a la perfección para maravillar al espectador sensible a ello, y lo consiguen con creces. No obstante, el conjunto termina pecando de artificioso al verse lastrado por una cadencia narrativa demasiado densa y arrítmica.

Esto se aplica tanto al ritmo del montaje per se —las escenas se desarrollan a una velocidad exasperantemente lenta si tenemos en cuenta la información que contienen— como al tempo del relato en general, que hincha el metraje de los capítulos hasta superar la hora de duración al intercalar largos números musicales entre secuencias de forma habitual.

Como era de esperar, nos encontramos ante una producción en la que la música es, como quien dice, un personaje más, pero la insistencia de Chazelle en recrearse con sus interludios a ritmo de jazz, al igual que la radical estética —para los tiempos que corren—hace pensar que 'The Eddy' no deja de ser un gran capricho. Una idea reforzada por el hecho de que Netflix rechazó la idea de seguir rodando en Super 16 los episodios no dirigidos por el showrunner, algo que, además, rompe la cohesión al saltar al tercer capítulo, fotografiado con una cámara digital RED Helium.

La trama, que hibrida el drama más tópico —con conflictos paternofiliales incluidos— y el thriller, hasta el momento, tampoco invita a continuar adelante con una historia que vira de lo orgánico al artificio más disparatado en cuestión de minutos, y que está encabezada por un grupo de personajes que colindan los peligrosos terrenos del cliché y que se alejan diametralmente de la vívida representación de la París actual.

Con un poco de suerte, 'The Eddy' encauzará sus múltiples pretensiones y dará un cierre acertado a esta odisea urbana en clave de jazz, pero, tras su pretencioso arranque, y más allá de ejecuciones sobresalientes, no quedan demasiadas ganas de continuar explorando la escena musical parisina y sus turbios devenires. Mis retinas están sobradamente satisfechas, pero poco más.

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