'Trolls', contagioso entusiasmo

A estas alturas ya todo el mundo debería haber dejado atrás ese ridículo prejuicio de que el cine animado es sólo para niños, ya que incluso muchos títulos que parecen inicialmente pensados para los más pequeños de la casa acaban teniendo suficientes virtudes para encandilar a todo tipo de público. Habrá a quien no le parezca suficiente y quiera más cintas pensadas de ese tipo para adultos, pero es que, aunque sea poco a poco, también se están dando pasos en esa dirección.

No obstante, las grandes producciones animadas siguen apostando por la fórmula familiar, algo que está muy lejos de ser necesariamente malo. Al final lo realmente importante es que sea una buena película por encima de cualquier tipo de enfoque por el que se opte. Eso es exactamente lo que sucede con ‘Trolls’, la nueva comedia musical de Dreamworks que apuesta por un ritmo alto y un contagioso entusiasmo para hacérselo pasar en grande al espectador.

Diversión sin freno

Me gusta que una película sea ambiciosa y no se limite a intentar hacer bien algo básico y que ya se ha abordado con infinidad de ocasiones, pero también hay que saber hasta dónde puedes llegar, ya que al hacerlo puedes acabar yendo a peor -bien reciente tenemos un buen ejemplo de ello-. Con ‘Trolls’ no sucede eso, ya que sus responsables saben que no es más que un pasatiempo que transmita muy buen rollo. Sobre el papel, muy sencillo, pero luego no pocas películas han fracasado al intentar ser “solamente” eso.

En el caso de ‘Trolls’, esa idea se impregna a todos los aspectos de la función. Por lo pronto, la muy colorida animación ya te da pistas sobre lo que te espera, logrando que incluso el universo de los Bergens, siempre deprimidos -salvo ese día del año en el que celebran una fiesta un tanto sádica, algo que la película logra matizar para evitar adquirir un toque siniestro que podría haber ido en su contra-, tenga un no sé qué especial que te haga pensar que simplemente les falta un pequeño empujón para unirse a la vida alegre y festiva de los Trolls.

Es cierto que eso redunda en el hecho de que uno sabe perfectamente en todo momento cómo va a ir evolucionando el guion escrito por Jonathan Aibel y Glenn Berger y también cuáles van a ser los giros del mismo para llegar hasta la casilla de llegada. Por esa vía no hay ninguna sorpresa, pero la cosa cambia si nos fijamos en el encanto que logran transmitir tanto a la presentación de los hechos, las numerosas risas que provoca -no hay nada antológico, pero sí muchas cosas graciosas- como, sobre todo, a la definición de los personajes.

’Trolls’, con las ideas claras

Ahí hay una apuesta decidida por un ritmo imparable -y que nunca resulta acelerado- aliñado por el buen humor. Además, la acertada y muy efectiva apuesta por el musical ayuda a dar una mayor variedad a ese aire festivo -especialmente logrado el número que se hace alrededor de Poppy cuando comienza su viaje y hace todo lo posible por mantener una sonrisa frente a las múltiples hostilidades con las que va encontrándose- que, sobre el papel, podría chocar con la misión de rescate que emprenden los dos protagonistas.

Otro punto a su favor es la química que hay entre Anna Kendrick y Justin Timberlake, las voces detrás de Poppy y Branch, ya que resulta esencial para que su arco argumental, aún más previsible que el resto de aspectos de ‘Trolls’ -y mira que era difícil-, jamás llega a jugar en su contra. Sí que se ven beneficiados por las aportaciones de los personajes secundarios -aunque ahí la gran triunfadora es Christine Baranski como la gran villana de la función-, pero ellos son los que terminan de dar alma a la película.

Por lo demás, la animación se aleja de la tendencia actual al hiperrealismo en beneficio de un toque más cartoon que encaja muy bien con el tono por el que apuesta el guion y que los directores Mike Mitchell y Walt Dohm potencian a la más mínima ocasión que tienen. ¿Se podría hacer sido más incisivos en lo argumental? Sin duda, pero realmente da la sensación de que ‘Trolls’ busca ser únicamente una cosa y hace las cosas muy bien para ello.

En definitiva, ‘Trolls’ es un muy buen pasatiempo que me hizo abandonar la sala con una sonrisa en la boca. Su tono festivo hace que su reducido metraje -no llega ni a 90 minutos- se te pase volando siempre en cuando logres entrar en él. Por mi parte, creo que se queda muy lejos de caer en la sobredosis de algodón de azúcar, pero sí es cierto que todo resulta tan previsible que puede acabar desesperándote si no conectas con ella.

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