‘X’ es lo más punk de A24: un magnífico anacronismo que recorre los puentes que unen pornografía y terror

Por mucho que adore al Adam Wingard de 'A Horrible Way to Die', 'Tú eres el siguiente' y, sobre todo, 'The Guest', no me cuesta reconocer que, dentro del nutrido grupo de realizadores salidos del movimiento de cine de terror independiente norteamericano conocido como mumblegore —derivado del mumblecore—, Ti West se alza como el más lúcido y consistente.

Tras su encomiable —sin alardes— debut 'The Roost' y un segundo largo para el olvido titulado 'Trigger Man', el natural de Delaware enamoró a buena parte de los fans del género con su maravillosa 'La casa del diablo'; una película en la que no sólo reflejó su apasionada cinefilia abrazando con libertad sus referentes, sino que evidenció una madurez impropia de un autor aún lejos de la treintena.

Ahora, tras poner patas arriba el found footage con una de las muestras más sobrecogedoras dentro del subgénero, estrenada bajo el título de 'The Sacrament', y después coquetear con éxito con el western en 'Valle de la venganza', West nos brinda un subversivo viaje al pasado con 'X'; un exquisito anacronismo fílmico que, disfrazado de slasher al uso, articula un discurso que se mete bajo la piel y que la eleva en última instancia como uno de los grandes y más arriesgados títulos de este 2022.

Terrores de otros tiempos

Nada más ver el primer plano de 'X', en el que a través de un reencuadre con una puerta se emula la ventanilla de una cámara de 16mm, ya puede intuirse que se está ante un largometraje tremendamente especial. Esta instantánea, casi una declaración de intenciones, guiña un ojo al espectador cómplice, transportándole no sólo al 1979 en que se ambienta su historia, sino a la esencia de un tipo de cine que llevábamos mucho, pero que mucho tiempo sin disfrutar en una sala de cine.

Esto comienza por la propia factura técnica y la forma del filme, impreso en negativo de 35mm para trasladar su textura e imperfecciones añejas a la superficie de proyección. No obstante, el impecable sentido plástico de la película, impulsado por la gran labor del DOP Eliot Rockett, queda en un segundo término al enfrentarlo a otros valores como pueden ser su impecable planificación y puesta en escena o un montaje —también de West— que cautiva con su chocante utilización de las transiciones con triple corte.

Este juego en la sala de edición, que alterna entre escenas como si presentase dos caras de la misma moneda, se alinea con la idea de dualidad que apuntala el discurso de 'X' mientras subraya los claros puentes que han unido terror y pornografía históricamente. Y es que, conceptualmente, la producción se revela igualmente hija de otra época en un tiempo en el que estamos acostumbrados a un horror pulcro y casi puritano por mucha sangre que riegue las retinas que pueblan el patio de butacas.

Porque, si algo define lo nuevo de Ti West, eso es su suciedad. Una falta de pulcritud y tacto, un sentido de la comedia nauseabundo y grotesco —y divertidísimo, todo sea dicho— y una violencia a medio camino entre lo lúdico y lo crudo que, pese a estar presentes en todo momento, permanecen velados a favor del desarrollo de sus fantásticos personajes y una mirada sobre la sexualidad, los sueños truncados, la vejez y, en definitiva, una época, más desasosegante que cualquier muerte que pueda circular en pantalla.

Es de rigor matizar el hecho de que, quien espere una orgía de hemoglobina y vísceras sin tregua, es probable que quede decepcionado con una 'X' que vuela mucho más lejos de sus fuentes de inspiración y del talento incontestable de Mia Goth. Pero quien se entregue a sus profanos placeres, descubrirá un ejercicio de estilo intenso, sexy y rematadamente desagradable que, sin abandonar sus señas de identidad, refleja la cara más punk del catálogo de A24.

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