La historia real de 'As Bestas': así fue el siniestro crimen rural que sacudió a Galicia e inspiró la película de Rodrigo Sorogoyen

El estreno de 'As Bestas' ha consagrado a Rodrigo Sorogoyen como uno de los narradores más férreos del cine español actual, recogiendo la batuta de Carlos Saura, Pedro Olea, Mario Camus o José Luis Borau para hacer un retrato de la España negra que también es capaz de analizar la situación rural de un pa´ís que ha abandonado a los que han decidido no dejarlo abandonado.

La película ha sido un éxito internacional y se encuentra ahora en salas españolas pero no se ha librado de cierta controversia en redes, alrededor de la descripción de los habitantes de pueblos pequeños de Galicia frente a una glorificación de extranjero "culto". Un debate estéril dado que lo único que hace el guion es recrear con bastante fidelidad el desarrollo detrás de un crimen real bastante reciente, con sujetos prácticamente idénticos.

El escenario es la parroquia gallega de Santa Eulalia, conocida como Santoalla, está ubicada en el concello de Petín, que tiene alrededor de 1.000 personas en sus aproximadamente 30 kilómetros cuadrados. Allí recabó Margo Verfondern, una mujer holandesa que se mudó al pueblo con su novio, Martin, a finales de la década de 1990 después de cansarse de la vida de la ciudad cerca de Ámsterdam.

Un sueño de autogesti´´on truncado

Margo y Martin eran algo así como el prototipo de hippies naturalistas modernos, idealistas que buscaban vivir de la tierra de forma directa y natural, y que se embarcaron en un viaje de dos años por toda Europa en busca de un lugar virgen donde llevar a cabo su sueño. En el año 2000 encontraron ese lugar en una ruina abandonada que reconstruyeron y en donde empezaron a cultivar la tierra y críar ganado. Los primeros dos años fueron muy felices. Sus únicos vecinos eran los miembros de la familia Rodríguez.

La familia había vivido allí toda su vida y no les gustaban sus nuevos vecinos, poniéndoles impedimentos para construir en 2002. La relación se vuelve fría y desagradable en 2008, por un conflicto relacionado con el dinero de un proyecto maderero en el pinar comunal que emitió el concello. Cuando Martin llevó a sus vecinos a los tribunales para recibir el pago que le correspondía, dejaron de hablar. La familia Rodríguez desean mantener su statu quo aislacionista.

El patriarca, Manolo, tiene 80 años y pasa la mayor parte de su tiempo en la casa familiar que se encuentra justo encima de la propiedad de Verfondern, pero su esposa, Jovita, todavía está directamente involucrada en el cultivo de la tierra, que está a cargo de su hijo, Julio. El miedo y la ira que sienten los Rodríguez va aumentando tras llegar a un punto crítico cuando el conflicto empeoró al saber que había un proyecto de instalar un parque eólico en el monte, con 25 aerogeneradores que supondrían unos beneficios de 6.000 euros cada uno.

Crónica de una muerte amenazada

Para los Rodríguez fue la gota que colmó el vaso de la paciencia y en diciembre de 2009 la Audiencia de Ourense confirmaba los derechos por los que luchaba el vecino holandés, pero nunca dejó de ser consciente de que, con esta reivindicación se estaba poniendo en riesgo su existencia. Martin Verfondern también había denunciado varias veces a sus vecinos en el juzgado y en la Guardia Civil por amenazas, las había grabado en vídeo y las había divulgado en internet. En una de las últimas llegó a decir: “Si me matan, habrá sido Juan Carlos”.

La tragedia golpea en enero de 2010, cuando Martin va a la ciudad a buscar suministros y ni él ni su automóvil  vuelven a aparecer. La policía realiza una búsqueda e investigación negligente y solo habla brevemente con los sospechosos lógicos hasta que aparecieron los restos de Verfondern, en medio de una fogata, en As Touzas da Azoreira. Las alimañas habían devorado el tórax y no aparecieron costillas o vértebras que revelasen al forense el tipo de munición utilizada. El cadáver estuvo cuatro años y medio,  a la intemperie, y en junio de 2014 solo quedaba el 13% de su esqueleto.

En aquel momento Julio, era el verdadero sospechoso, pero fue el pequeño de la familia el que se delató sin quererlo. Carlos en una charla distendida contó entre risas a dos guardias civiles de paisano que venía de casa con la cabeza caliente y se le encendió el chip por una discusión tonta de tráfico, evitando la idea de una emboscada que aparece en la película:

"Tengo 500 cartuchos en el monte. Yo con la automática no fallo. El holandés vino en el coche como un loco. Cogí la escopeta. ¡Bum, bum! Me escondí. Y que me busquen”.

La confesión de los Rodríguez

Esto ocurrió el 19 de enero de 2010, mientras Jovita González estaba atareada en casa con la matanza, Juan Carlos dejó de atar los chorizos, y salió a pasear en la mañana helada con su escopeta, y a mediodía coincidió en el camino con Verfondern, que iba en su viejo Chevrolet Blazer de hacer recados en pueblos grandes. Julio Rodríguez llegó a la aldea con su tractor cargado de hierba. Se encontró el coche del holandés encendido y con la ventanilla del piloto bajada, con la víctima sobre los asientos.

Entendió que su familia tenía problema, y en vez de llamar a la ambulancia decidió hacer desaparecer las pruebas del delito, llevándose el automóvil y el cuerpo a 19 kilómetros, hasta el lugar más solitario que conocía. Allí ascendió por un cortafuegos y empujó los 95 kilos del cuerpo de su vecino en un terreno en pendiente lleno de pinos jóvenes. El fiscal redujo el delito de Carlos de asesinato a homicidio porque su "retraso mental leve" no le impedía tener "malicia" y distinguir "el bien del mal", pero lo incapacita para premeditar.

El odio inculcado por la familia gallega, día tras día, año tras año, en el acusado. "Le calentaron tanto la cabeza que disparó al holandés para agradar a su padre y a su hermano" según el auto, con lo que fue condenado a diez años y seis meses de prisión, y a indemnizar con 50.000 euros a la viuda de su víctima. El jurado popular determinó que Julio había actuado como encubridor, pero su parentesco lo salvó de una condena penal.

La viuda volvió a Santoalla do Monte, donde siguió viviendo sola, con sus perros, gatos y cabras. Sus animales conviven con los de Julio Rodríguez, con el que mantiene una relación respetuosa, en el monte que inició el odio de la familia, cuyos dos patriarcas han muerto. El asesino salió con permisos tras cinco años en la cárcel. Hay un documental del caso llamado 'Santoalla' (2016) que incluye las grabaciones de Verfondern y todos los detalles sobre la desaparición.

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