Basta de drama: la subida de precios en Netflix por compartir cuenta puede ser absurda, pero creo que la suscripción a una plataforma no es un derecho constitucional

No hemos completado ni tan siquiera dos meses de 2023 pero, en lo que respecta a la industria cinematográfica y televisiva, va a ser complicado imaginar una noticia que eclipse a la bomba mediática del momento. Esta no es otra que la controvertida maniobra de Netflix para controlar las cuentas compartidas, que ha implicado, entre otras cosas, una subida de precios más que considerable sin aportar beneficio alguno para los suscriptores.

Como no podría ser de otro modo, las reacciones a la estrategia de la Gran N del streaming no se han hecho esperar. Mientras que en términos financieros las acciones de la compañía no se han resentido a causa de la polémica, han sido muchas las voces de usuarios descontentos que se han alzado en redes criticando con dureza la decisión, amenazando con cancelar su membresía o aportando pruebas de ello.

No obstante, pese a lo comprensible del enfado y lo obviamente desafortunado de la alternativa de la plataforma para sacar provecho de las cuentas con varios perfiles en uso fuera de un mismo hogar o núcleo familiar, a juzgar por muchos comentarios, se nos olvida algo fundamental: ni Netflix es una ONG sin ánimo de lucro, ni tener una suscripción a un servicio es un derecho constitucional de obligado cumplimiento.

El precio de la cultura

Vaya por delante lo siguiente: la cultura es un bien que, además de necesario para el correcto desarrollo de nuestra sociedad, debe ser accesible para todos los ciudadanos de un país. Dicho esto, es de rigor subrayar que esta responsabilidad recae sobre los hombros de instituciones oficiales y diferentes organismos gubernamentales, y no sobre entidades privadas que, por otro lado, siempre están en posición de arrimar el hombro.

Ciñéndonos al medio audiovisual, podemos ilustrar esta reflexión con apuestas como las de RTVE, en cuya web se ofrece cine en streaming sin ningún tipo de coste o, especialmente eFilm, conocido popularmente como "el Netflix gratuito" que permite el alquiler digital de largometrajes gratuito orquestado por la red de bibliotecas públicas —el acceso a los dispositivos y la conexión necesarias para disfrutar de ellas por parte de familias y colectivos vulnerables ya es otra cuestión—.

Por desgracia, todo en esta vida, y más si está gestado por grandes corporaciones,  tiene un precio; y el que ha solido tener el consumo de cine y series —e incluso música— en plataformas digitales ha pecado no por exceso, sino por defecto—. Sumas como los 4,99 euros mensuales que nos cobra Amazon Prime Video por acceder a un catálogo gigantesco han malacostumbrado a buena parte de los consumidores y han contribuido a denostar el valor de la cultura y el arte.

Años después de la irrupción del vod en nuestras vidas nos hemos habituado a consumir largometrajes y episodios a golpe de click y con precios de saldo o, directamente, a que nos salga gratis —aunque esto último se remonta a tiempos inmemoriales—. Esto ha fomentado que, cuando toca sacar la cartera y rascarnos el bolsillo, el camino más corto es el que lleva directo al botón de la cancelación.

Parche en el ojo y ron en la petaca (pero del barato)

Mientras que, por un lado, entiendo perfectamente la indignación de los usuarios de Netflix ante la disparatada gestión reciente, no puedo menos que mostrar mi rechazo hacia muchos mensajes publicados en redes presumiendo de anular su cuenta acompañados ya no de capturas de pantalla, sino de enlaces a páginas web para descargar el contenido de la plataforma sin desembolso previo.

Dejando a un lado lo incongruente de muchos argumentos, que, de igual modo que el gañán de turno esgrime un "tampoco estás tan buena" cuando una mujer le rechaza, se escudan en criticar lo deficiente de las producciones de Netflix para, después, celebrar la existencia de torrents y descargas directas para darse el atracón de contenido que cree merecer; como si pagar por ello fuese un acto de caridad hacia la empresa.

Si considero que el precio por ver los títulos de una plataforma es excesivo, no los veo. Si mi equipo de fútbol sube el precio de las entradas, no asisto el estadio. Si el garito de moda hace lo propio con las copas, no las tomo. Si un supermercado cobra más por una bolsa de snacks, no la como. Si no puedo permitirme algo o no quiero invertir en ello más de lo que creo conveniente, prescindo de ello.

Podemos —y debemos— criticar la maniobra de Netflix, pero escudarse en el todo gratis, el parche en el ojo y la pata de palo para ello no sólo hace flaco favor a la industria; también es un acto de hipocresía que deja entrever lo aparentemente poco que aman el medio muchos de los que acuden a él para enriquecer su tiempo de ocio.

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