'Escuadrón suicida' vs. 'El escuadrón suicida', o por qué creatividad y libertad son mucho más importantes que calculadoras y estudios de mercado

Los que hayáis leído mi reseña de la película, o me hayáis visto en la video-review que publiqué hace unos días, sabréis que he alucinado con 'El escuadrón suicida' de James Gunn. A día de hoy ya la he visto un par de veces, y en el segundo visionado he podido disfrutar aún más si cabe de un espectáculo sin ningún tipo de autocontrol, filtro ni complejo que, por desgracia, me ha hecho mirar atrás y lamentar el desastre estrenado en 2016 bajo el título de 'Escuadrón suicida' —sin artículo—.

Desde que descubrí esa maravilla titulada 'Training Day (Día de entrenamiento)' y averigüé quién estaba tras su libreto, quedé totalmente prendado de la obra y milagros de un David Ayer que ha satisfecho todas mis necesidades en la inmensa mayoría de su obra como director y guionista; ya sea recorriendo calles y suburbios en cintas como 'Sin tregua', escudriñando la corrupción policial en 'Dueños de la calle' o 'Dark Blue', o subiéndose a bordo de un tanque en 'Corazones de acero'.

Desgraciadamente, la primera decepción que experimenté con su filmografía —la segunda llegaría de la mano de 'Cuenta pendiente'— fue con su escarceo con los antihéroes de DC en dos horas para el olvido. Un ejercicio caótico e insustancial que, tras pasar por la siempre odiosa comparación con 'El escuadrón suicida' de Gunn, no sólo evidencia las dos caras del cine de superhéroes contemporáneo; también los efectos determinantes —para bien o para mal— que pueden tener las prácticas de un gran estudio sobre una producción multimillonaria.

Sin noticias de Ayer

Cuando en el año 2014 se anunció que David Ayer, que acababa de estrenar dos bombazos de la talla de 'Corazones de acero' y esa salvajada hija de otras épocas llamada 'Sabotage', mis expectativas se pusieron por las nubes. Más allá de la absurda polémica por el aspecto del Joker de Jared Leto —que compré desde el minuto uno—, se presentaba en el horizonte una oportunidad única de ver la decadencia, la ambigüedad moral y las desdibujadas líneas que marcan el código de las fuerzas del orden en el cine del de Illinois proyectada sobre una de las licencias más jugosas —y menos conocidas— de Warner Bros. y DC Comics.

Los 123 minutos de duración de 'Escuadrón suicida' me dejaron totalmente perplejo. En ellos no había ni rastro del Ayer que conocía —o que creía conocer—. No quedaba ni un ápice del eficiente desarrollo de personajes que marca su obra tanto sobre el papel como traducido a imágenes en movimiento, la tosquedad y la crudeza marca de la casa se velaban bajo un humor de chascarrillo y fácil... ¡Ni tan siquiera parecía saber qué hacer con un coprotagonista hecho a su medida como El Diablo!

En lugar de esto, lo que me encontré fue lo que parecía un intento desesperado por replicar la receta del éxito de 'Guardianes de la Galaxia' a base de radiofórmula, acción y comedia coral pegadas en la sala de edición a partir de retales. Un sindiós de escenas apelotonadas sin ton ni son —lo de la aparición de Batman es terrible— que ya se puede percibir en uno de los primeros actos que nos ha dado el subgénero desde su boom en 2008, que presenta —por decir algo— al grupo protagonista con poco orden y aún menos concierto.

Pero, sepultado bajo este desastroso ejercicio de montaje, aún pudo percibirse parte de un código genético de David Ayer que no llegó a la superficie. Después de escuchar hablar al realizador sobre su versión de 'Escuadrón suicida' es aún más evidente que el tratamiento de los miembros de la Task Force X era, originalmente, mucho más profundo, sobrio y delicado; que esas dinámicas de antihéroes despreciables condenados a entenderse eran mucho más férreas y crudas, y que las calles de Midway City iban a ser mucho más que un simple escenario de cartón para que el villano desdibujado de turno desatase el caos.

El resultado que llegó a la gran pantalla hace ya cinco años, por muchas carencias creativas y narrativas que tuviese sobre el papel y en rodaje, no deja de ser fruto de la clara intromisión de un gran estudio sobre el trabajo de un autor, cuya visión se relegó a un segundo plano para favorecer la de un plantel de ejecutivos con las ideas bastante claras —lo cual no es necesariamente algo positivo—. Algo que, de un modo similar, ocurriría nuevamente a una Cathy Yan, mucho más discreta que Ayer, con su 'Aves de presa (y la fantabulosa emancipación de Harley Quinn)'.

El sabor de la libertad

Por suerte, los años han pasado y la gente de Warner Bros. parece que ha cambiado el chip, al menos de forma momentánea, para abordar su última producción comiquera desde un nuevo punto de vista. Para 'El escuadrón suicida', el estudio ha vuelto a contratar a un autor con un estilo, unas filias y una mirada muy concretos, le ha dado cerca de 200 millones de dólares para jugar y, en esta ocasión, le ha dado manga ancha para explotar una I.P. tan jugosa como la que nos ocupa a través de su prisma personal.

El producto que ha terminado desembarcando en nuestros cines habla por sí solo. Guste más o menos, no cabe duda de que la obra de James Gunn derrocha personalidad, un carácter único, y se aleja tangencialmente de cualquiera de sus producciones homónimas; lastradas, salvo excepciones puntuales, por su condición de clones prefabricados en laboratorio para alcanzar y satisfacer a la mayor parte posible de público a través de matemáticas y no de emoción, riesgo y libertad.

Las setpieces con muchos más efectos prácticos de los que cabría esperar de un título de este corte, el sentido del humor salvaje y obsceno marca de la casa, el gore festivo y sin filtros, los cócteles imposibles de géneros y referencias, los personajes grotescos y hasta los planos frontales de penes han sobrevivido a la criba durante un proceso de edición que, en este caso, sí ha corrido a cargo de sus responsables directos y no de la gente de los despachos y las corbatas. Y es que, si te dejas la pasta en fichar talento, qué menos que dejarles hacer su trabajo.

Se dice que el montaje es la tercera y última escritura por la que pasa una película después de la redacción de su guión y de su traslación a imágenes durante el rodaje; pero es muy diferente cuando este lo realiza un cineasta a favor de la historia y sus personajes que cuando se encarga de juntar piezas y cortar a machetazos un estudio que cambia estructura, transiciones, cortes y secuencias ordenadas por calculadoras y análisis de mercado, y los 'Escuadrones' de David Ayer y James Gunn son el único ejemplo que necesitamos para corroborarlo.

Ver todos los comentarios en https://www.espinof.com

VER 26 Comentarios

Portada de Espinof