La búsqueda de lo imposible: la leyenda de El Dorado en cinco películas

Cuenta la leyenda que a escasa hora y media de Bogotá, en los aledaños de la laguna de Guatavita, se alzaba escondida una ciudad de oro. Una villa en la que al brillar el sol, uno tenía que entornar los ojos pues sus calles y casas eran dorados. El preciadísimo metal era tan abundante y común que todo lo que allí se alzaba y construía era de oro. Incluso las vajillas caseras.

Prueba la historia, no obstante, que El Dorado es una leyenda de conquistadores, inventada y enraizada por colonizadores que se adentraron en las tierras de América del Sur y esclavizaron a sus habitantes desde el siglo XV en adelante. “En El Dorado parece resumirse la obsesión tras la cual se transparenta toda la historia de la conquista de América”, decía Christian Kupchik en ‘La leyenda de El Dorado y otros mitos del descubrimiento de América’. “Esto es: la historia de un mito provocado por la fiebre del oro, único móvil de todas las empresas y descubrimientos”.

La historia de El Dorado se escribe con sangre y es sabido que de conquistas y grandes gestas el séptimo arte sabe lo suyo. Aprovechando el estreno de ‘Oro’, nuevo film de Agustín Díaz Yanes, repasamos los films que narraron la búsqueda de la ciudad de Oro, mito en constante revisión. Miradas hacia una leyenda que se complementan entre ellas y ofrecen lecturas distintas –a veces enfrentadas-, sobre una historia eterna.

Aguirre, la cólera de Dios (1972)

De todo el cine europeo de los 70, el de la República Federal Alemana fue, posiblemente, el que mayor inventiva audiovisual y ánimo rupturista encerraba en su generación. No en vano, la época nos descubrió en todo su esplendor a Rainer Werner Fassbinder, Wim Wenders y Werner Herzog. Este último, irredento genio y mad doctor aficionado al concepto ‘estudio de personajes’, cuyo significado cambió tras su cine.

Su aproximación al legendario reino peruano, se ha convertido en la primera gran película digna de tal nombre en estudiar el mito. En 1560, Gonzalo Pizarro -que venía desde Trujillo dispuesto a volver con Perú en sus bolsillos-, se vio en el lance de ser incapaz de avanzar por los Andes sin tener que matar de hambre y enfermedad a sus huestes. Así que decidió enviar a una avanzadilla de cuarenta hombres y mujeres encabezada por Pedro de Ursúa y Lope de Aguirre en busca de la legendaria ciudad hecha de oro. Cuando la tropa ya estaba lejos del alcance del poder de la Corona Española, Lope de Aguirre traicionó a Ursúa y obligó a todos sus seguidores a que le acompañasen en una suicida búsqueda de lo inexistente.

Con ‘Aguirre, la cólera de Dios’, el séptimo arte arroja sobre El Dorado su primera tesis sobre la leyenda y no es, precisamente, alentadora: para Herzog la ciudad del metal precioso es la definición verbal de la megalomanía mental de su protagonista. La concreción, excusa más bien, del ansia de poder de un hombre movido por el delirio y la locura que pretendía conquistar Perú –que no Colombia, donde la leyenda goza de mayor arraigo-.

Obra maestra que confía su poder expresivo en un formalismo casi documental y el análisis de la psicología de Aguirre, eterno Klaus Kinski que inauguraría con Herzog una tormentosa amistad que les llevaría a rodar juntos en ‘Woyzeck’ o ‘Nosferatu, vampiro de la noche’.

El Dorado (1988)

La historia del cine español está plagada de grandes esperanzas estrelladas contra la realidad de una taquilla que las ignora. Las de Carlos Saura con ‘El Dorado’ fueron pioneras: en su momento fue la película más cara de la historia de nuestro cine y supuso un absoluto fracaso económico y crítico.

Su presupuesto de 780 millones de pesetas, cifra que traducida a millones euros no llegaría a los cinco, nunca se recuperó y el tropiezo fue tal que provocó comparaciones en ambición de Saura con el conquistador Aguirre, así como airados artículos de su productor defendiendo que el fracaso no le iba a costar nada a las arcas del Estado, pues se había recaudado lo suficiente como para devolver la subvención correspondiente. Por si fuera poco, ni tan siquiera la Academia de unos jovencísimos premios Goya la otorgó un solo cabezón: se llevo cero de las nueve candidaturas a las que aspiraba.

‘El Dorado’ de Saura narra la misma historia de traiciones que ‘Aguirre, la cólera de Dios’, pero aquí, curiosamente, se le da la vuelta a la tortilla. Saura opta por retratar a Ursúa como un loco ambicioso y a Aguirre como un conquistador sensato que se ve obligado a meterle una espada en el pecho para salvar a su gente. Aguirre es ahora un hombre que cree en la justicia y en el bien que no tiembla en asesinar a aquellos de quienes, ambivalencia excelentemente captada por Omero Antonutti, el Agustín Arenas de la obra maestra de Víctor Erice; ‘El Sur’.

Y aquí, la ciudad de Oro vuelve a representar una entelequia pero esta vez… una más amable y cómoda en los grises. El Dorado significa un lugar en el que empezar de cero, una utópica reformulación de la idea de ‘pueblo unido jamás será vencido’. Aguirre proclama a su expedición como un reducto independiente de España en el que se abolirá la esclavitud y se perseguirá el bien común: sociedad que será posible cuando se encuentre una maldita tierra prometida que… jamás llegará.

La ruta hacia El Dorado (2000)

La más divertida interpretación de la leyenda que nos ocupa, injustamente olvidada entre los films de animación del cambio de milenio y primeros tanteos con las posibilidades del acabado digital. Por aquel entonces, Dreamworks Animation competía con Disney por implementar a sus narrativas leyendas ambientadas en civilizaciones perdidas. La casa del ratón contraatacaría este embate con ‘El emperador y sus locuras’ y posteriormente ‘Atlantis: El imperio perdido’, ganando por goleada al estudio de Steven Spielberg. Pero hoy, ‘La ruta hacia El Dorado’ se nos antoja una desprejuiciada y fresca buddy movie hábil y sorprendentemente autoconsciente.

‘La ruta hacia El Dorado’ nos sitúa cuarenta años antes de las anteriores dos, cuando Hernán Cortés ponía rumbo a llamado Nuevo Mundo. Dos buscavidas se hacen con un místico mapa que les lleva a adentrarse en la selva amazónica y descubrir, por casualidad, la ciudad de El Dorado. Allí, también por casualidad, son considerados dioses y urdirán un plan para escapar y llevarse, de paso, todo el oro que sean capaces de coger.

La legendaria ciudad repleta del metal precioso, es en este film un lugar físico que propicia el desencuentro y reconciliación de los dos protagonistas. También, la oportunidad para ofrecer una meditada visión de la masacre indígena desde la lógica del cine para todos los públicos.

El Dorado resulta ser el lugar de refugio de una civilización poderosa y antigua cuya esencia debe ser preservada, lejos de la mirada (y las hurpas) del conquistador. La leyenda, en esta ocasión, se convierte en una tierra que nunca debió ser mancillada con la influencia europea. Edulcorada lectura del mito que, por el camino, también ofrece buenas dosis de sátira en torno a la religión y a los resortes de la buddy movie clásica.

Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008)

Es fácil preguntarse qué pinta Indiana Jones en la leyenda de la ciudad de oro. Pero resulta ser que en la cuarta película del arqueólogo más famoso de la historia del cine, un maltrecho Harrison Ford llevaba un tesoro de incalculable valor –la dichosa calavera- hasta Akator, antigua ciudad subterránea supuestamente ubicada entre Bolivia y Perú… también conocida como El Dorado.

Lo cierto es que las referencias históricas de Akator se basan únicamente en el libro ‘The Chronicle of Akakor’ escrito en el 76 por el periodista Karl Brugger tras conocer al guía y líder germano brasileño Tatunca Nara, que le contó historias de aquella civilización perdida. Asumir que el misterio –sin más base que el testimonio de Nara- confluye con el de El Dorado es arriesgado pero a Steven Spielberg el rigor histórico le importa más bien poco.

Así las cosas, el mito de la civilización que era rica sin saberlo es, de nuevo, un lugar físico descubierto por los protagonistas. Aunque esta ves ligado a una maldición ancestral que representa, más que objetivo lógico de la narrativa aventurera, la idea prometeica de ese ‘algo’ prohibido para el hombre. Tanto es así que la calavera resulta ser [SPOILER] el cráneo de un extraterrestre que se marchará de nuestro planeta cuando le demos la oportunidad.

Si bien existe una corriente –fundamentada o no en tiempos de nostalgia mercantil-, de considerar ‘Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal’ como una película catastrófica, lo cierto es que goza de cierto aire de autoparodia cansada a tener en cuenta. Aunque su visión del mito que nos ocupa no sea más que una pirueta de guión.

Z, la ciudad perdida (2016)

Sin contar ‘Oro’, la última película de James Gray es también la más moderna aproximación al concepto de El Dorado en el séptimo arte. Curiosamente, también un ejercicio de clasicismo cinematográfico profundamente asentado en la narrativa del cine de aventuras clásico, y en la imaginería visual y poética del asalto amazónico. “Es innegable que el poder evocador de las imágenes y los meandros narrativos de James Gray han dado como resultado una experiencia fílmica profunda y extraordinaria”, decía nuestro compañero Jorge Loser aquí mismo.

En 1925, el militar, arqueólogo y explorador británico Percy Fawcett se embarcó en una expedición, de la que nunca volvería, dispuesto a demostrar la existencia de una antigua civilización escondida entre la vegetación de la selva amazónica. Él la llamaba ‘Z’, pero todo el mundo sabía que hablaba de El Dorado.

Aquí, el mito vuelve sobre sus pasos: la ciudad de Oro es la expresión de una obsesión, la del personaje asombrosamente interpretado por Charlie Hunnam, capaz de abandonar a su familia y poner en peligro a su hijo por perseguir su clarísima convicción. Situando su discurso entre la locura de ‘Aguirre, la cólera de Dios’ y el ideal del tedioso film de Saura. Una poderosísima muestra de gran cine que refiere a la leyenda para hablar de algo tan humano como la obstinación e insensatez de todo explorador que se precie.

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