Por qué siempre que veo 'Fullmetal Alchemist: Brotherhood' se me eriza la piel

Una de las cosas que más premia un visionado precoz es el riesgo de revisitar algo que disfrutaste a cierta edad y que te sigue gustando tanto o más que en aquel momento. Evidentemente, no pasa a menudo, y más de una vez ver de nuevo aquella serie o peli que tanto disfrutabas de enano se convierte en un producto mediocre o incluso malo.

Pero cuando funciona bajo tus nuevos modelos de criterio -mi caso eterno con ‘La princesa Mononoke’ de aquí a esta parte-, volver a ver es volver a disfrutar, volver a sentir lo mismo que la primera vez que te pusiste delante de aquella pantalla e incluso cosas nuevas.

Aunque sí lo he hecho a menudo en películas que se han convertido en mis favoritas, pocas veces he vuelto a ver una serie, tengo que reconocerlo. Menos incluso he visto algún producto de televisión más de dos o tres veces. Y, sin embargo, sin considerarla mi favorita, he visto al menos cinco veces ‘Fullmetal Alchemist: Brotherhood’.

Eso sin contar la cantidad de escenas que he repetido en bucle, o los openings que he revisto una y otra y otra vez, o ver capítulos sueltos con amigos a los que he recomendado encarecidamente que la vean. No puedo evitarlo, me pesa demasiado la nostalgia.

Luces y sombras de 'Fullmetal Alchemist: Brotherhood'

No estoy seguro, también tengo que decirlo, de hasta qué punto ‘Fullmetal Alchemist: Brotherhood’ me sigue pareciendo tan buena como cuando la acabé. No dudo de que es una historia redonda, ni del encanto de sus personajes o la recreación del maravilloso mundo steampunk, pero me lo replanteo y dudo.

¿No fallan algunos personajes femeninos en una representación más diversa? ¿No son algunos giros de guión efectistas y buscalágrimas? ¿No está la serie construida para el lucimiento de algunos personajes?

Las preguntas rondan mi cabeza, evidentemente, pero incluso sin responderlas, sigo teniendo el vello de punta al volver a mis escenas favoritas. Incluso con sus defectos, que existen y son de trasfondo e incluso forma, el anime desarrolla unas herramientas narrativas tan contundentes en base a una premisa tan relativista que a poco que la evolución de los personajes cumpla, hace que ver la serie sea cómodo.

Plantear ‘Fullmetal Alchemist: Brotherhood’ como obra maestra es, a todas luces, venirse arriba, pero decir de ella que es muy entretenida y está muy bien construida es justo y acertado. Incluso pecando de estereotipos y formas argumentales muy básicas en el shonen, el anime plantea dicotomías y reflexiones mucho más profundas de lo que podríamos esperar respecto a una serie de estas características y con su supuesto tipo de público.

Alquimia, ser humano y destrucción de universales

Obviando el primer capítulo -único que no se basa en el manga, pero que nos vale para situar el tono y los dilemas que se plantean durante toda la serie-, el inicio de la historia nos habla del principio básico de la alquimia: para conseguir algo, tienes que ofrecer otra cosa de igual valor.

El ejemplo es demoledor: dos niños quieren resucitar a su madre y al intentarlo pierden el cuerpo y un brazo, respectivamente, consiguiendo invocar un alma muerta en un cuerpo físico que tiene más de Muk que de maternal. Aviso: no es el único momento taladra-corazones.

Bajo esta idea se forja la casuística de la alquimia, que servirá como punto de partida para el devenir relativista del argumento de la serie, plagada de dilemas que se viven como propios. En este sentido, los planteamientos que encontramos en ‘Fullmetal Alchemist: Brotherhood’ son muy significativos, pues los espectadores, mayoritariamente jóvenes, entran casi sin darse cuenta en una capa de reflexión moral que duda de supuestos universales en el bien y el mal en todos los aspectos.

Este vaivén moral también se aplica de forma directa a la construcción de personajes, que es prototípica del shonen en la tendencia a la justificación de los motivos de los antagonistas.

Sin embargo, en ‘Fullmetal Alchemist: Brotherhood’ la multidimensionalidad está mucho más conseguida, y las motivaciones de muchos de los personajes que podemos identificar como malvados tienen cierto halo de profundidad, en comparación a los artificios simplistas de otros shonen como ‘One Piece’ en la construcción de algunos de sus villanos.

La guerra como ejemplo antimilitarista

La dificultad, incluso, de identificar a los que debemos odiar, se hace tarea muy compleja. No sólo por el encanto de los antagonistas -Envy o Gluttony, por ejemplo-, sino también y con carácter más marcado, por las brillantes dicotomías que se nos plantean a través de algunos de los protagonistas.

Personajes principales y secundarios como Mustang o Hughes no son interesantísimos sólo por sus luces, sino también por las sombras que proyectan. Esta sombra se convierte en uno de los elementos más importantes para la trama: la guerra.

El gran estado que se nos presenta desde el inicio, que regula el uso de la alquimia y el bienestar de los ciudadanos, está forjado a través de cruentas batallas que tienen similitudes indiscutibles con la Segunda Guerra Mundial, especialmente del lado japonés.

La alquimia, usada para acabar con la guerra de manera rápida, podría identificarse con la bomba nuclear. De hecho, del contexto que se nos presenta con la generalización de automails -prótesis mecánicas para reemplazar miembros-, podemos suponer la relación directa con la posguerra nuclear a través de la reconstrucción del cuerpo fragmentado.

Esta transvaloración del bien y el mal, en coqueteo constante, también se aplica directamente a los personajes cercanos a los protagonistas, e incluso ellos mismos. Ese ansia por poner a los personajes en dicotomías éticas y al espectador en situaciones complejas, donde cuesta decidir quién tiene razón, es una de las incomodidades que mejor lleva la serie.

A través del asunto bélico, por ejemplo, es donde más fácilmente podemos ver opuestos que se tocan: los alquimistas, sin rechistar, se convierten en armas humanas, y los supervivientes a la guerra, como Scar, pelean buscando una venganza que parece justa aunque injustificable. Ahí, ¿con quién debemos identificarnos? ¿A quién deberíamos apoyar?

Evidentemente, la serie no pivota exclusivamente alrededor de personajes que nos hacen replantearnos la base de la moral tradicional. Hay bastantes que identificamos fácilmente como malvados, incluso en construcciones maniqueas y simplistas para los que tienen apariciones breves. Sin embargo, la madurez de la que goza ‘Fullmetal Alchemist: Brotherhood’ en el aspecto psicológico es su mayor baza.

A pesar de sus defectos, porque los tiene, ‘Fullmetal Alchemist: Brotherhood’ es quizá uno de los mejores animes que se han hecho. Y hay bastantes razones: su capacidad para recrear un maravilloso mundo en el que la máquina de vapor y la alquimia conviven, su interés por la multidimensionalidad, el buen uso de giros argumentales, su medida y correcta duración y el encanto de sus personajes. Así que, si está en vuestra lista de pendientes, dadle duro a Netflix, donde podéis verla.

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