Ciencia-ficción: 'Soldado universal', de Roland Emmerich

Si bien la ciencia-ficción en el título que hoy nos ocupa está traída por los pelos y no es ni mucho menos el género bajo el que cabría calificar a un filme de acción construido a la medida exacta de sus dos estrellas protagonistas, el que hoy haya decidido hacer aquí estación en nuestro discurrir por la sci-fi de los noventa tiene mucho que ver con lo muy representativo que es 'Soldado universal' ('Universal Soldier', Roland Emmerich, 1992) del tipo de cine que se hacía hace dos décadas al otro lado del charco.

Un tipo de cine que comenzaba a mirar más hacia epatar al espectador con secuencias espectaculares que a cuidar aspectos tan relevantes de una producción como el guión o el desarrollo de personajes y que, poco a poco, iría empobreciendo un género, el de acción, que había conocido —y afortunadamente conocería— tiempos mejores y que, como decía antes, se volcaba aquí en servir de vehículo para el lucimiento de los músculos de Dolph Lundgren y Jean-Claude Van Damme.

Dos, mejor que uno

Ambos actores, foráneos en Hollywood, arrastraban tras de sí trayectorias desiguales que, no obstante, les habían convertido en iconos del cine de acción. Después de un inicio que le había llevado a encarnar a Ivan Drago en 'Rocky IV' (id, Sylvester Stallone, 1985) o a He-Man en 'Masters del universo' ('Masters of the universe', Gary Goddard, 1987), el fornido sueco comenzó a vagar por producciones de índole diversa como la muy olvidable 'Vengador' ('The Punisher', Mark Goldblatt, 1989).

Por su parte, el belga ya llevaba tras de sí un buen puñado de los filmes que cimentarían su fama, y al contrario que Lundgren, disfrutaba de cierto nombre en la industria por más que, si algo dejaba claro su filmografía hasta entonces era que lo suyo era pegar patadas circulares y hacer aperturas de piernas porque si de capacidad de interpretación teníamos que hablar, lo mejor que se podía afirmar del actor era algo así como "cortito...muy cortito".

Apostando porque la unión de ambas figuras hiciera la fuerza, la Carolco, que el año anterior había estrenado 'Terminator 2. El juicio final' ('Terminator 2. Judgment day', 1991) —un filme que, recordemos, había amasado una considerable taquilla— ya comenzaba a atravesar los problemas financieros que llevarían a su desaparición tres años más tarde, ayudando muy poco a la ansiada recuperación monetaria el moderado éxito que cosecharía el que supondría el estreno de Roland Emmerich en tierras yanquis.

'Soldado universal', escueta hasta decir basta

El cineasta alemán, de cuyos pobres inicios ya hablamos hace unos meses cuando revisamos 'El secreto de Joey' ('Joey', 1985), comenzaba un periplo por el cine estadounidense que se ha saldado, en los veinticuatro años que han transcurrido desde 1992, con once producciones de diverso calado que el próximo mes de julio se convertirán en doce de mano de la, a priori, poco interesante secuela que se prepara de su mayor éxito comercial, la muy envejecida 'Independence Day' (id, 1996).

Sin ser una excepción a lo que Emmerich ha demostrado a lo largo de su trayectoria cinematográfica en tierras yanquis —más bien lo contrario, podríamos estar hablando del peor ejemplo— si algo pone de manifiesto el presente filme es la poca personalidad de la que siempre ha hecho gala el director y la irregular efectividad que todas sus producciones han ostentado con la salvedad de la simpática 'Stargate' (id, 1994); a mi entender, lo mejor de toda su producción.

Desangelado en términos generales en su puesta en escena por más que la primera secuencia tras el prólogo, la del asalto a la presa, sea más o menos espectacular, todo el potencial del que parte la premisa del guión —un grupo de soldados invencibles e inmortales obtenidos mediante experimentos en veteranos de Vietnam— se diluye en un metraje que se resume en una secuencia tras otra de persecuciones al uso y peleas sin interés salpicado por secuencias de supuesto desarrollo de personajes que nada añaden a las sensaciones finales que deja la cinta.

Unas sensaciones que no mejoran, al menos no de forma ostensible, por lo limitado del abanico expresivo de sus protagonistas —que estén en modo "robot" o no, expresan igual sus emociones— y que, ya en aquél primer visionado de hace casi cinco lustros se quedaron en un "psche, para pasar el rato y poco más". Y con esa última afirmación está todo dicho acerca de una cinta que, paradójicamente, ha generado hasta tres secuelas, todas ellas con la participación de Van Damme y a cada cual más olvidable.

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