Cine de psicópatas: 'El perfume', fascinante adaptación

El don de Süskind reside en su habilidad para permitir que sus lectores, a través del lenguaje, experimenten el mundo de Grenouille, que se revela sólo a mediante el olfato. Teníamos que hacer lo mismo con un lenguaje diferente, uno compuesto de sonido, música, diálogo y, por supuesto, imagen. Bernd Eichinger, productor

Antes que nada, una pequeña aclaración: nuestro compañero Mikel está de merecidas semi-vacaciones y es debido a ello que esta entrega del ciclo de Cine de psicópatas venga firmada por un servidor. Más no temáis, la próxima semana tendréis a su máximo responsable de vuelta y al que esto firma aguardando para rellenar algún que otro huequito más de este singular y perturbador mundo que Mikel se ha propuesto analizar a fondo.

'El perfume', la apasionantísima novela de Patrick Süskind, no sólo es una de las pocas novelas que he llegado a leerme en mi vida dos veces, sino que es la única cuya lectura he acometido en tres ocasiones. La devoré con fruición allá por finales de los noventa gracias a un afortunado préstamo de mi suegro, una persona a la que mi faceta de lector le debe muchísimo por la ingente cantidad de títulos que con el paso de los años me ha ido descubriendo.

La volví a leer de cara al primer visionado que hice de esta soberbia adaptación que hoy nos ocupa unos meses antes del mismo. Y regresé a sus páginas no hace mucho tiempo cuando fue adquirida para el regalo de una compañera de trabajo, aprovechando la ocasión para comprobar que, por más veces que uno se acerque a ellos, los renglones del escritor alemán siempre reservan alguna sorpresa a quién quiera descubrir la historia de Jean Baptiste Grenouille, uno de los asesinos en serie más turbadores de la historia de la literatura y, cómo no, del cine.

Un libro para Kubrick o Forman

Editada en 1985 y con más de 150 millones de copias vendidas en multitud de idiomas, 'El perfume' es una novela única en su especie. En ella, y a través del personaje de Grenouille, un hombre cuyo sentido del olfato está tan desarrollado que puede distinguir olores a cientos de kilómetros de distancia, Süskind introducía al lector en el apasionante mundo de uno de los sentidos a los que solemos prestar menor atención, consiguiendo trasladar al lector a través de sus detalladísimas descripciones y de una narrativa soberbia, las plenas sensaciones olfativas que tendríamos de estar oliendo algunos de los objetos que aparecen en sus páginas.

De ahí que Süskind fuera el primero en afirmar el fuerte carácter de inadaptabilidad de su texto y la expresa voluntad de que, si alguna vez era llevado a la gran pantalla, sólo Stanley Kubrick o Milos Forman fueran los cineastas idóneos para poder trasladar de forma precisa el alucinante mundo sensorial descrito por su virtuosísima pluma.

Ello no quitó para que, poco después de publicarse el libro, Bernd Eichinger, un productor amigo de Süskind, tentara al escritor con una posible compra de los derechos cinematográficos de la obra para su inmediata adaptación a la gran pantalla. Pero Süskind, plenamente convencido de la imposibilidad de que ésta fuera trasladable a celuloide, se negó en rotundo.

Tuvieron entonces que pasar casi tres lustros para que, a principios de este siglo, el pertinaz productor consiguiera su objetivo y lograra que Süskind se rindiera a sus envites, desembolsando según se dice por ahí la friolera de 10 millones de euros para poder acometer una fastuosa adaptación que, claro está, necesitaba cuanto antes de dos factores fundamentales: un director capaz y de fuerte personalidad y un actor en el que pudieran darse la mano "el ángel inocente y el asesino" que encarnaba Grenouille.

Dos hombres y un destino

Contando como principal problema en la adaptación el hecho de que el guión tenía que operar un cambio sustancial de cara al personaje de Grenouille, un protagonista que en la novela no habla —algo de lo que el filme se hace eco con su constante narración en off de la mano, en la versión original claro está, del inigualable John Hurt— y que en el filme tenía que hacerlo si deseaba encontrarse la necesaria empatía entre el público y él —de lo contrario, afirmaba Eichinger, el filme no llegaría a funcionar.

Y es por ese motivo por el que el productor tenía claro que, tanto o más importante que contar con un guionista a la altura de las circunstancias, que ya había hallado en Andrew Birkin —co-guionista de esa enorme adaptación que fuera 'El nombre de la rosa' ('The Name of the Rose', Jean-Jacques Annaud, 1985) y, curiosidad, asistente de Kubrick en materia de efectos visuales en '2001. Una odisea en el espacio' ('2001: A Space Odissey', 1968)— era encontrar a un director que pudiera llegar a implicarse sobremanera en la escritura del libreto.

La fortuna quiso que en su camino se cruzara Tom Tykwer, cuyos filmes anteriores, los espléndidos 'Corre, Lola, corre' ('Lola Rennt', 1998), 'La princesa y el guerrero' ('Der Krieger und die Kaiserin', 2000) y 'Heaven' (id, 2002), le habían hecho granjearse un amplio favor de la crítica europea y cuya fuerte personalidad visual era garante de lo que el productor buscaba de cara a 'El perfume' ('Perfume: The Story of a Murderer', 2006). Tanto fue así que su llegada a bordo de la producción supuso el comienzo de un proceso de reescritura y revisión del guión que llegó a pasar por hasta 20 estadíos diferentes.

Igual relevancia comportaba, no cabe duda, la elección del actor que fuera a encarnar a un personaje tan complejo y lleno de dicotomías como Grenouille, para el que tanto Tykwer como Eichinger tenían claro que necesitaban la presencia de un desconocido, una decisión que provocaría que el proceso de selección se prolongara durante casi un año hasta que, a instancias de la directora de casting, Tykwer fuera a Londres a ver la representación de 'Othello' en la que intervenía Ben Whishaw. Jean-Baptiste Grenouille ya tenía rostro.

'El perfume', por amor...

Por primera vez habían hecho algo por Amor.

(A partir de aquí, spoilers). La anterior frase, que cierra tanto la versión literaria como la cinematográfica de 'El perfume', bien podría ser considerada como aquella por la que pasa obligatoriamente todo lo que pudiéramos querer afirmar acerca de una de las mejores adaptaciones literarias que se hayan llevado a cabo por parte del séptimo arte, un filme apasionante de una crudeza sin par compensada, y a ver quién pone esto en duda, por una belleza plástica de una fuerza asombrosa.

De hecho, si hay algo que sorprende una y otra vez cuando uno vuelve a sucumbir a la tentación de revisar por enésima vez la cinta, y se deja llevar de nuevo por la apasionada dirección de Tykwer, es la singular maestría que el realizador teutón demuestra a la hora de transmitir el olor a través de las imágenes de forma tan directa como Süskind conseguía hacer mediante el uso de la palabra.

Así, tras el prólogo —una de las pocas escenas del filme, si no la única, que considero eliminable— esos primeros planos de la miseria y podredumbre de las calles de París y de los puestos de su mercado consiguen que nuestro olfato quede impregnado, por mor de la acción de la vista y el oído, y mediante el exacerbado acercamiento a las cabezas de pescado, a los gusanos, al asfalto mugriento y la sangre resecada, de la pestilencia en la que viene a nacer Jean-Baptiste Grenouille.

Descrito como una fuerza de la naturaleza que va dejando la muerte allá por donde pasa, la impulsiva capacidad olfativa del personaje de Grenouille —fantástico Whishaw, dicho sea de paso— es la que transforma al paria inconsciente de su capacidad para privar de vida a aquellos que han tenido contacto con él en un psicópata que cometerá crímenes terribles con tal de alcanzar la gloria a través de la creación del aroma definitivo, el que consiga poner al mundo de rodillas a sus pies.

En ese mundo, mostrado con precisión por una cinta que es un derroche constante en términos de puesta en escena y diseño de producción —aprovechando, que no se diga, las espléndidas localizaciones naturales que encontraron en Barcelona, Gerona y Figueras— iremos conociendo a aquellas piezas que sirven a Grenouille para la consecución de su búsqueda, ya sea en la piel de un magnífico Dustin Hoffman como el perfumista Baldini, en la de un no menos espléndido Alan Rickman como Antoine Richis o de Rachel Hurd Wood, quizás lo peor del reparto, como la Laura Richis, el oscuro objeto de deseo y última y necesaria víctima del protagonista.

A la fascinante labor de dirección de Tykwer, que se aparta conscientemente del frenesí que tan bien le había funcionado en su ópera prima para someter su realización a un constante proceso de refinamiento y hallazgo de soberbias fórmulas narrativas —toda la secuencia de los asesinatos en Grasse es alucinante—, hay que unir la portentosa partitura escrita alimón por el propio cineasta y sus dos colaboradores habituales, Reinhold Heil y Johnny Klimek: un trabajo asombroso, pleno en elocuentes sonoridades que alcanzan su mejor exponente en la evocadora modulación vocal femenina asociada a la obsesión de Grenouille y, por supuesto, en el impresionante tema de la fuga de los Richis.

A quien hubiera leído el libro con anterioridad a ver el filme, es muy probable que se le planteara la seria duda de si la traslación cinematográfica se atrevería o no a plasmar en imágenes tanto la orgía en la plaza de Grasse como el tétrico y desazonador final en el mercado de París: el atrevimiento necesario para ello parecía quedar muy lejos de lo que una cinta comercial osaría poner en pie, y de ahí que la sorpresa fuera mayúscula al comprobar cómo, no sólo aparecen rodadas, sino que hacen gala de una fidelidad asombrosa para con el texto original demostrando, si hasta ambos momentos no había sido demostrado hasta la saciedad, que 'El perfume' es un filme como pocos se han dado en la historia de las adaptaciones literarias, convirtiéndose por méritos propios tras sus dos horas y media de metraje en una apasionante y apasionada declaración de amor por el texto que le sirve de inspiración.

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