Cine en el salón: 'Muertos y enterrados', este muerto está muy vivo

Considerando que fueron responsables del guión de uno de los títulos más importantes de la historia del cine de ciencia-ficción, encontrar a Ronald Shusset y Dan O'Bannon como artífices del libreto de 'Muertos y enterrados' ('Dead & Buried', Gary Sherman, 1981) es una de esas paradojas del séptimo arte de la misma entidad que M. Night Shyamalan fuera el artífice de la adaptación de 'Stuart Little' (id, Rob Minkoff, 1999) o que Joss Whedon perpetrara ese esperpento filmado por Jean-Pierre Jeunet llamado 'Alien: Resurrección' ('Alien: Resurrection', 1997).

Tan paradójico es, que por mucho que la idea original de esta comedia de terror fuera de otros dos escritores, el que los responsables de la historia de 'Alien, el octavo pasajero' ('Alien', Ridley Scott, 1979) firmen lo que aquí podemos contemplar y, además, lleguen a tener los reaños de servir como productor en el caso de Shusset da qué pensar acerca de si, vista su trayectoria, lo del xenomorfo y la Nostromo no fue más que una afortunada casualidad compartida de forma exclusiva, una década después, con el viaje a Marte de Arnold Schwarzenegger.

'Muertos y enterrados', anécdota estirada

Y no me malinterpretéis pensando que 'Muertos y enterrados' es uno de esos sub-productos que tanto abundaron en los ochenta y que, vistos hoy, "no hay por dónde cogerlos": no es que sea una maravilla del séptimo arte, pero el tono socarrón que envuelve a la narración, un sentido del humor que por momentos se antoja completamente no pretendido y el talante de "idea para episodio de 'The Twilight Zone' alargada para llenar 94 minutos de metraje" hacen de la producción uno de esos títulos que, vistos hace tres décadas, guardas siempre con cariño en el recuerdo.

Un recuerdo que, como siempre suele pasar, termina por prescindir a lo largo de los años de todo aquello que le estorba en la labor de posicionar a éste o cualquier otro filme consumido durante la adolescencia en el podio de "películas intocables con las que crecí". Un podio del que ya hemos bajado a muchas producciones en sus revisiones para este Cine en el salón y del que hay que quitar también una cinta que acusa no pocos problemas de guión y realización y que, llegado el momento, resulta de lo más predecible.

Por aquello de poder haber sido una idea que hubiera funcionado a las mil maravillas como capítulo de treinta minutos de la mítica serie de Rod Serling, llega un momento en que lo mucho que se estira el invento termina por pasar factura a unas escenas que rellenan metraje por qué sí —atención especial merece en este sentido la correspondiente a la llegada al pueblo en el que se desarrolla la historia de una familia.

Si a eso se añade lo mucho que chirrían ciertos diálogos, lo sobreactuado en términos generales de los actores —esos James Farentino, Melody Anderson y Jack Albertson— y una dirección poco imaginativa que tira de clichés del género a la mínima de cambio, que los ingredientes para que 'Muertos y enterrados' hubiera sido un completo desastre están más que presentes es tan obvio como que, por mano de los factores que citábamos arriba y con la ayuda de ese tono onírico que subyace a lo largo de todo el metraje, el filme se alza inesperadamente como un título del género a reivindicar por delante de otros muchos de los que nos llegaron hace treinta años.

Eso sí, por muy simpática que pueda resultar, por mucho que uno se ría —quizás de vergüenza ajena, pero se ríe a fin de cuentas— y por más que quieran perdonársele sus múltiples fallas, lo que sigo sin explicarme tantos años después es qué diantres pintaban aquí aquellos que, tan sólo dos años antes, nos habían hecho pasar miedo del de verdad a bordo de la Nostromo. Lo dicho, paradojas del séptimo arte.

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