'Cisne negro', réquiem por una bailarina

Tengo una pequeña tarea para ti. Ve a casa y mastúrbate. Vive un poco.

(Thomas Leroy / Vincent Cassel)

Involucrado actualmente en el proyecto de ‘The Wolverine’ (la secuela de ‘X-Men orígenes: Lobezno’), da la sensación de que Darren Aronofsky necesita tomarse un respiro, justo ahora que goza de mayor reconocimiento, habiendo conseguido su primera nominación al Oscar. Dos años después de mostrar el amargo ocaso de un luchador, el cineasta norteamericano apuesta por la pesadilla de una bailarina, tras rechazar la opción de dirigir ‘The Fighter’ (finalmente acabó en manos de David O. Russell). La versión oficial es que acababa de filmar una historia parecida; en realidad, creo que no le entusiasmaba la idea de implicarse en un relato tan optimista. Y es que este cineasta parece obsesionado con el dolor, con hacer sufrir a sus protagonistas, fascinado poniendo a prueba los límites del ser humano.

Con su nuevo trabajo, ‘Cisne negro’ (‘Black Swan’, 2010), Darren Aronofsky se adentra en un pantanoso terreno del que es complicado salir con éxito. Resulta muy tentador embarcarse en el retrato de un infierno psicológico, da mucho juego en el cine y es habitual encontrarnos con propuestas de este tipo, en especial dentro del género de terror, pero son realmente escasos los trabajos que logran su propósito, que profundizan de verdad en un intenso viaje al abismo, perturbando tanto como estimulando al espectador, consciente de la fina línea que hay que traspasar para entregarse a la locura. Se agradece el intento, y hay destellos de gran cine en el quinto largometraje de Aronofsky, pero no llega a culminar del todo un relato que encuentro demasiado encorsetado a la búsqueda del impacto inmediato, del artificio visual.

‘Cisne negro’ gira en torno a Nina (Natalie Portman), una bailarina de una importante compañía de ballet de Nueva York. Por influencia materna (Barbara Hershey), la chica ha dedicado toda su vida a la danza, buscando la perfección con total entrega. Ante la preocupante escasez de público, Thomas (Vincent Cassel), el director de la compañía, decide sustituir a la veterana estrella principal (Winona Ryder) con vistas a una nueva representación de ‘El lago de los cisnes’ de Tchaikovsky, buscando un rostro más joven, pero capaz de interpretar con soltura los opuestos caracteres del cisne blanco y el cisne negro. Pese a las dudas iniciales, Thomas acepta dejar el peso de la obra sobre los delicados pero decididos hombros de Nina. Ella representa la inocencia y la entrega de uno de los papeles, pero carece de la sensualidad y la espontaneidad del otro, y por más que entrena, parece incapaz de ofrecer las dos caras. Su frustración aumenta cuando conoce a otra bailarina, Lily (Mila Kunis), menos brillante técnicamente, pero más atrevida y pasional, justo lo que le falta a Nina.

Pese a mi especial simpatía por la obra de David Cronenberg, estoy seguro que no he sido el único que se ha acordado del canadiense durante el visionado de ‘Cisne negro’, donde Aronofsky juega con la idea de una transformación física, a medio camino entre lo enfermizo y lo sobrenatural, que responde al delirio de una joven enfrentada al mayor desafío de su vida, decidida a sobrevivir en un entorno hostil, lleno de envidia y rencor, donde sin embargo descubre que no tiene mayor rival que ella misma. Igualmente, no se han cortado los guionistas (hasta tres aparecen acreditados, Andrés Heinz, Mark Heyman y John McLaughlin) explotando la carga sexual de la historia, relacionando la lucha interior de la protagonista con la represión de los deseos más íntimos; hay masturbación, cunnilingus, cuasi violación… solo faltó una orgía (lástima). Con todo, se echa en falta mayor furia y desesperación en la vivencia de este tortuoso viaje de liberación (la famosa escena lésbica es lamentable, fría, no transmite nada).

Además de rastros de Roman Polanski o Brian de Palma, se nota la influencia de otro cineasta en ‘Cisne negro’. Es un hecho bien conocido que Aronofsky compró los derechos de la cinta de animación japonesa ‘Perfect Blue’ (1997) para poder calcar una escena, la de la protagonista en la bañera, e incorporarla a su segundo film, ‘Réquiem por un sueño’ (‘Requiem for a Dream’, 2000); diez años después el norteamericano vuelve a repetir la misma situación, pero esta vez no se queda ahí y trata de sumergir a su protagonista en las tinieblas de la mente, presa de sus debilidades, inseguridades y temores, de una forma muy similar a la que mostró Satoshi Kon en su ópera prima, provocándole alucinaciones, distorsión de la realidad, sentimiento de culpa, respuestas violentas y desdoblamiento de personalidad (doppelgänger). Del mismo modo que considero que Aronofsky se queda corto donde Cronenberg no conoce límites, no veo en ‘Cisne negro’ esa fascinante confusión de realidad y fantasía que llegó a dominar Kon, resultando todo más evidente (el continuo blanco/negro, por ejemplo).

En resumen, a ‘Cisne negro’ le pasa como a Nina, está sobrada de talento y dedicación, pero no se desenvuelve con libertad, se nota el esfuerzo, no demuestra una verdadera voluntad de escapar al autocontrol, a lugares comunes y cómodas reglas (¿por qué ese abuso de la metáfora del reflejo?), llegando a alcanzarlo solo en algunos tramos de la parte final, lo que llega a disimular las flaquezas anteriores. Pero no quiero ser injusto con la película, ni pretendo decir que es un completo desastre, pues sería absurdo, solo por la formidable interpretación de Natalie Portman, totalmente entregada a su personaje, ya merece la pena el visionado de ‘Cisne negro’, cuyo trabajo de producción es impecable, exprimiendo un escaso presupuesto (cifrado en torno a 15 millones de dólares). Clint Mansell vuelve a arropar con su trabajo musical a un irregular Aronofsky, algo torpe recreando lo que debería ser un gran espectáculo de ballet, pero firme aprovechando el potencial de sus actores.

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