David Cronenberg: 'M. Butterfly', la terrible ilusión del amor

Los días que pasé contigo fueron los únicos en los que he existido realmente. (Song Liling)

Mientras se desarrollaba el rodaje de la imposible adaptación de 'El almuerzo desnudo' ('Naked Lunch', 1991), David Cronenberg comenzó a discutir con el productor Jeremy Thomas la realización de otro apasionante reto, llevar a la gran pantalla la novela 'Crash' de J.G. Ballard. Sin embargo, no fue ése el siguiente trabajo del cineasta canadiense. Se encontraba lleno de energía y deseaba lanzarse cuanto antes a dirigir otra película, una que no necesitara tanto tiempo de pre-producción ni otra problemática búsqueda de financiación. Y se encontró con el proyecto de trasladar al cine 'M. Butterfly', una exitosa obra de teatro escrita por David Henry Hwang, que al parecer fue ofrecida en primera instancia a Peter Weir. Tal como desvela Cronenberg en el único "extra" que incluye la edición de la película en DVD, la historia le cautivó especialmente al descubrir que estaba basada en hechos reales, y se reunió con el productor David Geffen para convencerle de que él era el director apropiado para el puesto.

Geffen, al igual que todos los no conocen de verdad la obra de Cronenberg, no entendía qué interés podía tener el director de 'La mosca' ('The Fly', 1986) en el texto de Hwang, así que el canadiense tuvo que hacer un ejercicio de introspección y explicarle por qué se sentía atraído por 'M. Butterfly'. Vista la película, resulta bastante evidente; la identidad, la metamorfosis, la construcción de una realidad alternativa, la ambigüedad sexual... son elementos que podemos encontrar en otros relatos "cronenbergianos". Geffen quedó convencido y dejó la película en sus manos. Se rodó en 1992, en localizaciones de China, Hungría y Francia para las escenas exteriores, y en Canadá para las interiores, y se estrenó en 1993 tras ser presentada en el festival de Toronto. No obtuvo el éxito esperado y hoy es uno de los títulos más olvidados del realizador. Él culpa a las circunstancias, a que el público tenía muy recientes otras películas de argumentos similares con enfoques más suaves y accesibles. Supongo que eso debió influir, quizá ahora habría obtenido una respuesta más entusiasta, pero sinceramente creo que Cronenberg fue muy ingenuo, su película no es nada comercial y lo más normal es que provocara rechazo. Señal de que lo hizo bien.

No sigas leyendo si no has visto la película.

- Camarada, ¿por qué en la ópera de Pekín los papeles femeninos están tradicionalmente interpretados por hombres? - No lo sé. Lo más probable es que sea un vestigio de la reaccionaria y patriarcal estructura social. - No. Es porque solo un hombre sabe cómo debe actuar una mujer.

La historia en la que se basó David Henry Hwang para escribir primero la obra de teatro y luego el guion de la película, tiene lugar en los años 60. Bernard Boursicot, un muchacho francés que trabaja como contable en la embajada de su país en Pekín, conoce a un joven chino llamado Shi Pei Pu, actor de ópera, que hace creer a Bernard que realmente es una mujer disfrazada, porque su padre quería un hijo varón. Ambos inician una relación sentimental que los termina llevando a vivir juntos en París como una familia corriente (Pu simuló haber sido madre cuando Bernard vuelve de un viaje de negocios) hasta que son arrestados por el gobierno francés por haber pasado documentos secretos a los servicios de inteligencia chinos. El caso debió ser todo un espectáculo en su momento: un francés casado con un chino, padres de un misterioso bebé, detenidos por traición... Ninguno de los dos llegó a cumplir la condena impuesta, y no volvieron a estar juntos (Bernard vive todavía aunque intentó cortarse el cuello en la cárcel mientras que su peculiar pareja en esta aventura falleció en 2009). Según Cronenberg, Bernard quedó encantado con su película, no por la fidelidad a los hechos, pues se toma muchas libertades, sino por hacerle revivir la atmósfera y los sentimientos de aquella época.

El director se enfrentaba a una historia que por primera vez en su carrera, no estaba ambientada en el presente y necesitaba de un contexto político muy concreto (necesario para plasmar el turbulento entorno en el que se desarrolla este peculiar romance), así como a un rodaje fuera de Canadá, algo con lo que tampoco había tenido que lidiar antes. Así que fue fundamental para él contar con su equipo habitual de colaboradores, destacando la directora artística Carol Spier (realiza un trabajo insuperable con los interiores), el compositor Howard Shore, el montador Ronald Sanders y el director de fotografía Peter Suschitzky (en su tercera colaboración con Cronenberg). Igualmente pudo conseguir a Jeremy Irons, con quien había trabajado en 'Inseparables' ('Dead Ringers', 1988), para el papel del diplomático francés, siendo una de las pocas veces en las que Cronenberg ha repetido protagonista; ya que iban a rodar esencialmente en inglés, la elección de Irons fue un rotundo acierto, es capaz de reflejar todo el abanico de emociones y frustraciones que caracterizan al personaje, un hombre gris y apático que se transforma al hallar el amor. La cuestión más complicada era encontrar a Song Liling. Tras considerar la opción de un auténtico travesti, el canadiense se decantó por John Lone, que solo puede pasar como mujer en tomas lejanas (aunque esto supongo que es relativo).

Fue una decisión arriesgada que, según Cronenberg, acabó con las posibilidades comerciales de la película (al margen de que el trabajo del actor es impecable). El público reconocía a Lone en las primeras escenas (o al menos que Song era un hombre) y no podía creerse ni su interpretación ni el romance, considerándolo un error insalvable; buscaban otra 'Juego de lágrimas' ('The Crying Game'), estrenada solo un año antes. Pero el realizador no estaba interesado en algo semejante, no pretendía sorprender a nadie de esa manera. Contaba con que el espectador descubriera enseguida el papel de Lone, su nombre aparece en segundo lugar en los créditos tras el de Irons, y en los carteles solo se destacaba la participación de estos dos intérpretes, nadie más, no hay actriz principal. Cronenberg quería que Song Liling fuese vista en todo momento como una actuación, como una creación, ya que es de lo que se enamora el protagonista, de un hombre que, exclusivamente para él, se comporta como una mujer, una muy concreta a la que idolatra. No le fascina una persona irresistiblemente atractiva (sin duda este enfoque habría tenido más éxito) sino lo que ésta representa; como dice en una escena del final de la película, René Gallimard (alter ego de Bernard) amaba a una mujer creada por un hombre.

En la escena del juicio (organizada como si se tratase del penúltimo espectáculo teatral), cuando se pregunta cómo es posible que René no descubriera el engaño, Song responde que nunca llegó a desnudarse, y que en cuanto al sexo, inventó unas costumbres supuestamente ancestrales que le permitían ocultar su entrepierna (hay un contraste muy claro entre el comportamiento reservado de Song y la vulgaridad de la mujer occidental que se entrega fácilmente, siendo esto último desagradable para René). Los allí presentes intentan hacerse una idea de la relación de una forma convencional, superficial, sin entender la complejidad de la fantasía que han vivido estos personajes. Porque René se enamoró de una representación, su amor era solo una ilusión. Como en otros relatos "cronenbergianos", las alteraciones que alteran el cuerpo afectan también a la identidad y por tanto a su sexualidad; a pesar de su actuación seria y confiada ante los demás (el enlace con el partido, la criada, la justicia francesa), con el tiempo Song también ha llegado a creerse su mentira, a sentirse realmente en la carne de esa mujer ideal que creó para René. No entiendo cómo alguien puede decir que este film no encaja en la obra de Cronenberg, quizá si en lugar de un chino fuese una enorme oruga... Pero la transformación definitiva tiene lugar en la última secuencia: René, traicionado, humillado, abandonado, se presenta ante sus compañeros de celda con el maquillaje, la ropa y la pose de "Madame Butterfly", esa fantasía que había amado y sin la cual no puede vivir. De nuevo, la tragedia irrumpe en el cine del canadiense.

Un aspecto muy interesante de 'M. Butterfly' es el juego que se establece con 'Madama Butterfly', la famosa ópera de Puccini, representada hasta en tres ocasiones en el film de Cronenberg, con formas y efectos muy diferentes; la primera vez, en una modesta representación en Pekín, une a los protagonistas, la segunda, en un edificio más lujoso de París, muestra a René echando de menos a Song, y la última, en el deprimente escenario de la cárcel, sirve de catarsis y despedida. La historia de la ópera habla de una japonesa obligada a casarse con un estadounidense, al que, según su particular código, debe y aprende a amar con devoción; sin embargo, el hombre no estaba realmente interesado en ella, y se marcha a su país poco después de consumar el matrimonio. La mujer espera su regreso e incluso rechaza un compromiso con un príncipe que la pretende, para acabar descubriendo la verdad, que no había sido amada, que todo había sido un engaño. Lo curioso aquí es que, a priori, se mantienen los papeles de este falso romance entre una oriental y un occidental, pero lo que vamos descubriendo es que conforme avanza la película, se fusionan y al final se intercambian los papeles; a mujer asiática se convierte en un hombre occidental que traiciona a su amante, un hombre occidental que se ha transformado en una mujer asiática, que exclama "es mejor morir con amor que vivir con deshonor", antes de ejecutar un haraquiri.

He ahí otra de las características más llamativas de la película, la mezcla de culturas, como peligro y como deseo, y la visión estereotipada que se tiene desde fuera. Parece ser que en el texto original había más elementos que subrayaban los tópicos a los que recurrimos los occidentales cuando retratamos las culturas orientales, pero Cronenberg quiso restarle importancia para centrarse en lo que consideraba más importante, la distorsionada "realidad" en la que se sumerge René, en la que es crucial su creencia de que está siendo aceptado en una cultura asombrosa de la que desea formar parte, pues la suya parece en declive, acabada y aburrida. Hay dos detalles que me parecen impagables; uno es ese picnic junto a la mismísima muralla china (en 'El almuerzo desnudo' bromean con que los norteamericanos van al extranjero a comer hamburguesas) y el otro es cuando regalan a René una libélula, y él se la queda, como un símbolo del cambio que se está originando en su interior. Bellísima, intensa, cruda, turbadora, 'M. Butterfly' es uno de los trabajos más atrevidos y logrados de Cronenberg, con una reflexión extraordinaria sobre el modo en el que se construye una relación íntima con otra persona, cómo podemos elaborar y entregarnos a nuestra propia fantasía compartida (que a ojos de los demás puede resultar imposible o ridícula), resultando tan terrible cuando esa ilusión termina, y es hora de enfrentarse a la fría y amarga realidad.

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