'Lunas de hiel', sexo, pasión y dolor

Nada podrá nunca superar el encanto de aquel primer amanecer. Yo podría haber sido Adan, con el sabor aún fresco en mi boca de la manzana. Estaba observando a toda la belleza del mundo corporeizada en una mujer, y supe, con cegadora certeza, ¡que esto era todo!

-Oscar

Roman Polanski sufre un doble rasero, no sólo en su vida privada, también en su vida creativa. Parece establecido que el cineasta ha firmado un grupito de obras mayores que casi nadie cuestiona, y un puñado de obras menores, entre las que se encontraría ‘Lunas de hiel’. Pero yo hoy quiero romper una lanza en favor de situar a esta película entre las más inspiradas y personales de toda su apasionante carrera.

Descarnada descripción de los avernos infinitos a los que desemboca una relación apasionada y tumultuosa, escalofriante relato de “pasiones devoradoras” que embarcan a sus dueños a un viaje más allá de toda posibilidad de redención, o brutal disección de los mecanismos de autodestrucción o sadismo que implica todo amor envenenado de odio y celos. Cualquiera de estas frases, y algunas más, podrían aplicarse a la realización número trece de Polanski.

El escritor y la bailarina

Adaptando la novela homónima de Pascal Bruckner, el habitual polanskiano Gérard Brach, junto con el director y John Brownjohn, tejen un guión plagado de ideas inquietantes e implacable en su feroz crescendo. Pero todo comienza con otra pareja, la de los sosos británicos Nigel y Fiona (Hugh Grant y Kristin Scott Thomas), que buscan en un viaje en barco a la India un nuevo comienzo para su hastiada relación. Allí conocerán a una oscura y voluptuosa muchacha y a su paralítico marido.

Es apasionante el modo en que el pánfilo Nigel traba amistad con Oscar (un gran Peter Coyote), y comienza a escuchar su historia. Era un escritor bohemio y adinerado residente en París, que un buen día vio abrirse las puertas del cielo, en el rostro de una mujer. La manera en que Oscar y Mimi se enamoran es tan maravillosa (aunque eso sí, siempre creíble), que se pregunta uno, inquieto, qué habrá ocurrido para que se transformen en una pareja tan gótica. Y la narración de Oscar va a convertirse en la respuesta a esa pregunta.

Pocas veces en el cine hemos sido testigos de una historia de amor tan perfecta, tan preciosa, tan apasionada. El escritor y la bailarina se conocen y su pasión es absoluta y cimera, sin aristas ni trabas. Pero todo irá cambiando paulatinamente, hasta el punto de que nunca hemos presenciado semejante degradación emocional y física, y llegaremos a asistir a un verdadero ritual de sacrificio sentimental, cuyos roles de víctima y verdugo irán alternándose dando rienda suelta al sadismo de ambos contendientes.

¿Es posible encontrar el amor de una vida para después desdeñarlo por convertirse en rutina? ¿Es el sexo la válvula de escape eterna que satisfaga un vacío interior? ¿Dónde están los límites de la pasión? ¿También la crueldad y la indiferencia consentidas son pasión? ¿Y el desprecio, y la compasión? Polanski no da respuestas, sólo formula preguntas. Ama a sus imperfectas y salvajes criaturas, pero no por ello les da demasiadas oportunidades.

La sensual y a ratos sórdida fotografía del gran Tonino Delli Colli, habitual de Sergio Leone, y la espléndida música de un inspirado Vangelis, son empleadas con maestría por Polanski, que una vez más filma con un ángulo de visión más bajo que el de una persona corriente, no tanto su propia altura, sino la altura de un hombre en silla de ruedas. A fin de cuentas, el punto de vista que se superpone al resto, es el del paralítico, cínico y brillante Oscar. Su mujer, la sensual Seigner, es el contrapunto perfecto a tan amoral y vehemente personaje.

Todos estos elementos conforman uno de los relatos de sexo y dolor más lacerantes que se recuerdan, que no acuerda ninguna concesión con el espectador, y que ofrece lo mejor de la mirada de un cineasta capaz de moverse por los meandros del dolor emocional con una soltura que asusta, pero que al mismo tiempo nos libera, pues sorprende tanta elegancia en medio de tanta carnalidad y visceralidad. ¿Es esta la obra menor de un cineasta genial?

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