Star Wars | 'El despertar de la fuerza', sentimientos encontrados (crítica sin spoilers)

Sin el logo y la fanfarria de la Fox, que forman parte inexcusable del comienzo de cualquier cinta de Star Wars y que nunca volveremos a ver asociado a las futuras entregas de la saga que nos traiga la Disney, el inicio de 'Star Wars: El despertar de la fuerza' ('Star Wars: The Force Awakens' J.J.Abrams, 2015) con la fanfarria de John Williams arrancaba jubilosos aplausos de la platea al completo que acudía anoche a las doce y cinco de la madrugada a ver "antes que nadie" este ansiado regreso de la galaxia muy, muy lejana a los cines; uno que por fin daría fin a la prolongada espera que se abría cuando la productora anunció sus planes para con la franquicia.

Por delante, dos horas y cuarto y la duda por resolver de si el reencuentro estaría a la altura de lo que cada uno esperaba de él. Porque, que quede claro, a la hora de determinar la validez última de lo que J.J. Abrams, Lawrence Kasdan y Michael Arndt han llevado a cabo con el guión de éste nuevo punto de arranque, se deja atrás el simple sopesar de lo que de positivo y negativo hay en la historia, el cómo se ha rodado, en qué tal están los actores, en si la música resulta efectiva o no y de qué calidad son los efectos visuales para entrar en juzgar con el corazón si lo que estamos viendo es capaz de cumplir su cometido. Y el corazón de este redactor dice que sí, pero no con pleno convencimiento.

Sería muy fácil redactar el texto que sigue dejándome llevar por esa nostalgia que todo es capaz de perdonarlo y, transponiéndola a la situación que nos ocupa, juzgar el filme más esperado del año haciendo caso omiso a las varias trabas que fui encontrando esta madrugada durante su visionado. Pero no lo haré. Me precio de no ser un "fanboy" —ni siquiera de algo que me toca tanto el sentimiento como este universo— y en las líneas que siguen voy a hacer un esfuerzo consciente por tratar de resultar lo más cabal para juzgar un filme que tiene un primer acto prodigioso, un segundo que sufre un severo bajón de ritmo e interés y un tercero que se queda entre dos mundos.

Primer acto: con fuerza y sin pausa

Una de las mejores bazas con la que juega 'El despertar de la fuerza' es el natural carisma y la simpatía instantánea que instilan en el público tanto una Daisy Riley que se nos mete en el bolsillo desde su primera aparición, como un John Boyega que —hiperventilación incluida— no le va a la zaga. Llevando el peso de una muy amplia parte de la cinta, y superando con mucho a aquello que recae en un desaprovechadísimo Oscar Isaac, es en la química y la sinergia que se crea entre ambos y sus respectivos personajes donde el primer tercio de metraje de la cinta encuentra uno de los cuatro pilares que convierten la introducción en una auténtica gozada.

Los otros tres se reparten de forma equitativa entre el guión, la dirección y un pequeño robot esférico llamado BB-8. El primero rescata para sí esos diálogos con chispa que tanto nos hicieron vibrar antaño en 'El imperio contraataca' ('Star Wars: Episode V - The Empire Strikes Back', Irvin Keshner, 1980), sabe qué palos ir tocando para provocar la reacción inmediata del fan de toda la vida —los guiños se reparten de forma constante y equilibrada a lo largo de todo el metraje— y funciona a la perfección de forma estricta sin tener en cuenta la entrega de éste en el preciso fluir que imprime a todo lo que sucede hasta que aparece Han Solo en pantalla.

Del segundo, lo que se puede afirmar no sólo aquí, en el primer acto, sino en toda la película, es que es un dechado de virtudes narrativas que confirman que Abrams era la mejor elección posible para hacerse cargo de esta nueva inmersión en el universo de 'Star Wars': sin esos destellos de luz que tanto se le han criticado, el cineasta pone de manifiesto lo mucho que disfruta con el carísimo juguete que tiene entre sus manos de forma gradual durante la primera media hora hasta que el Halcón Milenario aparece en pantalla, momento en que el inevitable "nerdgasmo" queda superado gracias a una secuencia llamada a situarse entre lo MEJOR que ha dado la saga hasta la fecha.

Cualquier epíteto de alabanza que uno quiera plantearse hacia ella probablemente se quede corto ante el despliegue de espectacularidad, fuerza, precisión y grandeza que encierran cinco minutos en los que la mandíbula cae de forma inevitable y la baba se desprende de ella de forma aún más irrefrenable, dejando incluso con ganas de más, de que la fiesta no pare y la potencia que encierra lo que sigue al despegue del montón de chatarra más rápido de la galaxia siga y siga. Pero no sigue, al menos no con la intensidad que hubiera sido deseable.

Pero antes de pasar al segundo acto, concluyamos éste con BB-8 y lo mucho que el simpatiquísimo robot afirma hacia el genial trabajo que Abrams y su equipo ha hecho a la hora de capturar la magia de la trilogía original: la expresividad y carisma del androide esférico es la cara más visible de una afirmación que supongo todos estábamos deseando hacer, la de que "hay más Star Wars aquí que en cualquiera de las precuelas". Y sí, la hay, y en un nivel que hasta resulta inesperado en muchos instantes.

La familiaridad que desprende todo el conjunto y el saberse de nuevo de manera incuestionable en esa galaxia a la que siempre queremos volver es digno de encomio, como también lo es que elementos que conocemos como si fueran reales —las naves, las criaturas, los entornos, los sables de luz— se muestren en modos que los hagan distintos, actualizados y preparados para ser abrazados por toda esa nueva generación de cinéfilos que, probablemente, sean los que más disfruten del espéctaculo que aquí se les ofrece.

Segundo acto: fallido juego de nostalgias

Y quizás ese sea el principal problema de 'El despertar de la fuerza', el que esperemos de ella que rescate las sensaciones que las cintas originales generaron en nuestro yo de hace tres décadas cuando, obviamente, ese yo quedó atrás en el tiempo: no somos la misma persona, no volveremos a serla, y en la natural evolución de gustos, filias, esquemas mentales y formas de ver el cine que se ha producido desde entonces hasta hoy, querer sentirse como aquél niño que alucinó ojiplático con la trilogía "clásica" es un deseo que sólo puede conducir a una tremenda frustración.

Decía que la familiaridad de la cinta es espléndida, pero habría que matizar que lo es cuando juega a mirarla desde una nueva perspectiva y no cuando lo que se transmite es el concepto a secas. Ejemplos muy evidentes de ello surgen a lo largo de todo el metraje desde que, como apuntaba algo más arriba, aparece el contrabandista más famoso de la historia del cine en pantalla y los dos mundos que Abrams intenta casar comienzan a mostrar el irregular maridaje que se hace de ellos.

Es evidente que una cinta que se desarrolla treinta años después de 'El retorno del jedi' ('Star Wars: Episode VI - Return of the Jedi', Richard Marquand, 1983) debía, sí podía, contar con los personajes originales para que aquellos que ya sobrepasamos los cuarenta, sintiéramos que esto es tan parte nuestra como lo será —o ya lo es— de nuestros vástagos. El problema surge cuando, paradójicamente, lo que más gusta, entretiene e interesa no son precisamente las forzadas apariciones de algunos de los protagonistas de siempre, sino de aquellos que tomarán el relevo a partir de aquí para llevar a la saga a nuevos rincones.

Así, la curiosidad con la que seguimos la historia de Rey y Finn, y lo bien que funcionan ambos personajes por separado y sobre todo juntos, contrasta con el sentimiento de cierta pesadumbre que se apodera de nosotros con la forma en la que aparecen Han y Chewie —y la absurda y muy prescindible escena que le sigue— o, por extensión, C3-PO, R2-D2 o la general Leia Organa y su maquillaje digital, una de las pocas pegas que en términos visuales puede ponérsele a un filme que en éste término resulta apabullante y asombroso.

La pérdida de lustre que la cinta acusa en sus concesiones al pasado de la saga son las que marcan a fuego un segundo acto que no discurre por aguas tan atractivas como lo hacía su predecesor, y las constantes miradas hacia 'La guerra de las galaxias' ('Star Wars', George Lucas, 1977) que el filme lleva efectuando desde su comienzo —el planeta desértico, el androide con una misión, la super-arma que debe ser destruida...os hacéis una idea, ¿no?— y que en el segundo acto se vuelven más evidentes, no hacen sino poner de relieve que Abrams no sale tan indemne del doble juego entre novedad y nostalgia como hubiera sido deseable.

Tercer acto: impacto emocional

No he hablado hasta ahora, y no lo he hecho de forma consciente, de Kylo Ren, el villano a lo Darth Vader que quizás sea el personaje que mejor haya explorado hasta el momento en la franquicia lo que comporta ser eso, el "malo" de la función: su lucha interna, visible obviamente cuando se desprende de la máscara, hace que sea mucho más creíble como la figura de Anakin que lo que vimos hace unos años en la nueva trilogía y resulta incuestionable que, junto a Rey y Finn, el personaje al que da vida Adam Driver es lo mejor de cuanto novedoso propone este 'Episodio VII'.

Desafortunadamente, es él el foco principal sobre el que cabría verter una de las mayores carencias que acompañan a la proyección en su tercer acto. Un acto que, de nuevo, sigue tirando de recrear pasajes muy familiares de la cinta que lo comenzó todo y al que le falta, y de qué manera, empaque emocional: como figura central en el instante que más debería haber hecho mella en nuestros ánimos, hay algo en cierta escena del clímax de 'El despertar de la fuerza' que no brilla como debiera y que, por su falta de intensidad, desluce todo aquello que se despliega en el mismo.

A dicho deslucimiento cabría añadir, y es algo que se puede rastrear desde el principio, el poco aprovechamiento que se produce de algunos personajes —ya he citado al Poe de Isaac, y cabría añadir a la Capitán Phasma o al sobreactuado general al que da vida Domhall Gleeson— o lo mucho que el libreto, que por supuesto no es perfecto, echa mano de escenas que no vienen a cuento o de sospechosas coincidencias puestas ahí para hacer avanzar la acción, dando una sensación inversa a la que producían las precuelas.

Si el problema de éstas era que todo el entramado de fondo quedaba deslucido por lo fragmentado en términos genéricos de su concreción, aquí es justo lo contrario: consideradas de forma individual no se le pueden poner muchas trabas a las diferentes secuencias, pero es cuando se las mira desde la distancia y se aprecia la globalidad de lo que se nos cuenta cuando 'El despertar de la fuerza' muestra su peor faz. Una en la que se puede observar con facilidad el hecho de que Abrams y compañía han confiado en que estemos tan felices por lo que estamos viendo que no caigamos en la cuenta de los recursos de los que van echando mano para coserlo todo.

'El despertar de la fuerza', a medio camino

Plenamente consciente del alto nivel de exigencia con el que se iba a medir este nuevo episodio de la saga cinematográfica más famosa de la historia, creo de recibo finalizar aclarando que no es lo mismo no haber superado dicho nivel que haber fallado: 'Star Wars: El despertar de la fuerza' es un filme muy entretenido —mucho, que nadie se lleve a engaño— pero dista de rayar a la altura a la que muchas voces ya se han aprestado a afirmar que raya.

Por supuesto que se sitúa muy por encima de cualquiera de las precuelas, pero es a la hora de medir fuerzas con la trilogía original donde cuesta colocarla. Me inclinaría a situarla en un honroso tercer puesto muy por detrás de los episodios IV y V, más o menos a la misma altura que 'El retorno del jedi' con la que mantendría un delicado equilibrio: de la misma forma que el episodio VI, tiene sus muchas cosas buenas —y no he hablado de la música, que funciona de forma espléndida, cuenta con un par de nuevos motivos espectaculares y mira con cariño por última vez de mano de Williams hacia un universo sonoro inigualable— si bien también abunda en esas carencias que la apartan de ser el espectáculo redondo que muchos deseábamos tras los sinsabores de las precuelas.

Sea como fuere, lo incuestionable de este estreno es que el universo creado por George Lucas en 1977 ha vuelto para quedarse, al menos durante los próximos cinco años. Esperemos que durante ese tiempo, y sin tener en cuenta los spin-offs que jalonarán la nueva trilogía, los cineastas asignados a los episodios VIII y IX rematen la faena comenzada con aquí con presteza y que, cuando ésta concluya en 2019, estemos ante un cierre digno a una historia que comenzó hace cuarenta años y que hoy sigue más viva que nunca.

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