'Stockholm': la sorprendente ópera prima de Rodrigo Sorogoyen que adelantaba al cineasta ganador del Goya

Mientras Walter, el paciente principal de 'Homecoming', habla con su terapeuta sobre un largo viaje en coche hacia Yosemite, California, dice que siempre surge un momento en el que no somos capaces de entablar ninguna conversación con la persona con la que viajamos, se acaban los temas de diálogo y pasamos al aburrimiento. Y del aburrimiento surge nuestro propio yo.

O, al menos, el más cercano posible tras lo aparentado de inicio. Ahí podríamos conocer a la otra persona, y no antes. Este cisma, este reconocimiento presente en la serie de Sam Esmail, ya se anticipaba en 'Stockholm', debut en solitario de Rodrigo "Ruy" Sorogoyen —el guión lo firmó junto a su compañera habitual, Isabel Peña—, como ruptura in media res. La película, éxito durante el Festival de Málaga protagonizada por Aura Garrido y Javier Pereira, fue una de las sensaciones cinematográficas españolas de 2013.

La cinta, experiencia primitiva de crowdfunding en la industria española cinematográfica, recaudó más de 14.000 euros con más de 200 mecenas en Verkami, y llegó incluso a estrenarse en salas. Su escueto presupuesto, que llevó a su director a localizar parte del rodaje en su propia casa, no impidió que esta autoproducción fuera tan solvente como atractiva, a pesar de partir de una premisa tan clásica como manida.

Cuidado: hay ligeros spoilers y esta es una película para dejarse sorprender. Aconsejamos no seguir leyendo si no se ha visto.

Chico conoce a chica (otra vez)

En la generación pre-Tinder, cuando aún mirábamos hasta con superioridad a los usuarios de Meetic y sucedáneos, la fiesta era un punto de encuentro habitual. Y, sirviendo al primer cliché de la película, también es el punto de partida de 'Stockholm': dos jóvenes se encuentran con palabras torpes y comienza el romance-persecución.

Sorogoyen y Peña no nos dan los nombres de sus protagonistas, que son en créditos Él y Ella. Sólo son entes, ideas, no seres concretos, reforzando más aún el arquetipo planteado inicialmente. La huida de los protagonistas del lugar de reunión les convierten en flauner y flaunesse de la noche madrileña mientras comienzan a hablar de banalidades, aún sin conocerse, jugando a las apariencias.

Cuando la pareja, otro cliché masticado del cine de Richard Linklater, abandone el espacio colectivo y encienda la llama de la intimidad, primero durante el paseo, pero poco a poco camino a la esfera privada, la acción se ralentiza. Primero, con la reducción de planos, después con la reducción de movimientos de cámara.

De las formas dinámicas de la primera mitad, con una cámara que sigue el paseo de sus personajes y un montaje rítmico que reflejan la pasión de la confesión amorosa del joven, pasaremos a una planificación más pausada y sosegada, con planos más largos y algo más de silencio entre desconocidos que empiezan a conocerse cuando no tienen qué decirse.

Y así ocurre también con la película, que empieza a desvelar que también jugaba a aparentar. Ya en el espacio interior, desde una frontalidad constante explicada no sólo por los limitados valores de producción de 'Stockholm' sino por un distanciamiento frío y aséptico que contrasta de forma marcada con el ritmo de la primera mitad.

Comienza la sospecha de que la cinta partía de lo manido y resultaba hasta atropellada para causar mayor impacto en su mutación posterior. El propio Sorogoyen lo reconoce: es una película de dos géneros.

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'Stockholm': dos películas en una

Se acaba la noche, y con ella el romance. Y las costuras formales de la segunda mitad de 'Stockholm', esa distancia aséptica y la frontalidad, se resignifican hacia un hermetismo que angustia. Él, amante entregado bajo la luna, se convierte en un desagradable anfitrión. Y ella, que ha abierto su coraza para dejarle paso, se niega, valga la repetición, a negarse de nuevo.

La transformación de los protagonistas, que llega con el amanecer, también tiene algo que ver con el aburrimiento del que hablaba Walter Cruz. Definitivamente, la pareja no tiene de qué hablar. Y es justo entonces cuando empiezan a quitarse el disfraz, cuando se desvelan tal como son: él, un lobo con piel de cordero; ella, una mujer firme de voluntad indomable.

Cuando la pelea, que nació como juego y flirteo, se convierte en una lucha de poder entre sus personajes, los silencios invaden largos planos que ya no son los propios de un drama romántico, sino de un thriller de lo cotidiano. Aquí brillan especialmente Garrido y Pereira, reinterpretando sus personajes hacia cómo se desvelan tras la noche, mientras Sorogoyen filma con pulso una tensión que corta en pantalla.

El Rodrigo Sorogoyen posterior

Ese tratamiento enrarecido, siniestro y hasta macabro de los interiores ha sido dominio del director de 'Que Dios nos perdone' desde entonces. No hay más que ver 'Madre', cortometraje de ficción nominado al Óscar, para palpar la misma tensión que atesora la segunda mitad de 'Stockholm', más aún en ambos desenlaces, donde el espacio es lo último en desaparecer ante la huida frenética de sus personajes.

El incuestionable manejo narrativo de Rodrigo Sorogoyen, uno de los mejores directores del cine español para Roberto Álamo en los Goya de 2017, funciona en el frenetismo de sus escenas más movidas y delirantes, como vemos en 'El reino' en algunas de las secuencias más rítmicas del cine español de 2018.

Pero en Sorogoyen destaca aún más esa quietud afilada que abunda en su filmografía y ya se apreciaba en 'Stockholm'. Ahí resonaba cierta sospecha ante al cliché inicial, y las imágenes nos ponen en cautela. Con luces transparentes pero de neón, nos dicen: desconfiad de las apariencias. Estad alerta.

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