Tim Burton: 'El planeta de los simios', ni rastro de personalidad

'El planeta de los simios' fue un filme que tuvo un enorme impacto sobre mi cuando era niño (...). Me pareció un folklórico cuento de hadas. Por eso pensé que se podía explorar lo que se planteaba desde una perspectiva diferente. Es una clase de historia que permite ser replanteada y revisada para una nueva generación de espectadores que ya conocen el original, de manera que encuentren en ella aspectos que la película clásica omitía. Tim Burton

Llenas de buena voluntad y de una actitud claramente renovadora con respecto a la cinta original de Franklin J.Schaffner estrenada en 1968, las anteriores palabras de Tim Burton no hacen sino poner en evidencia, a raíz de los pésimos resultados artísticos cosechados por la cinta que hoy nos ocupa, la imposibilidad de mejorar una obra maestra indiscutible del cine de ciencia-ficción de todos los tiempos por no decir del séptimo arte en general, un filme atemporal a la par que sólo comprensible a través de la figura de su director y de la época en la que se rodó que, a título personal, nunca ha sido —y nunca será— susceptible de admitir nuevas miradas.

Como maniobra comercial al uso de las muchas que vemos al cabo de cualquier año, 'El planeta de los simios' ('Planet of the Apes', 2001) se explica sin ningún tipo de problemas, algo que no se puede afirmar en ningún momento acerca de la decisión de un cineasta tan distante de los mecanismos del Hollywood comercial como es Tim Burton, cuya visión de cómo hacer películas y de lo que éstas necesitan está a años luz de coincidir con la que gastan las majors norteamericanas, algo que la presente reinvención —no hablaremos de remake ya que no lo es— puso en evidencia de forma dolorosa para aquellos que, hace doce años, acudimos a los cines con ganas de encontrarnos con un extremo alarde de originalidad que, lamentablemente, nunca llegó.

Como quiera que ya dedicaré tiempo y ganas a hablar del filme de Schaffner en el ciclo de ciencia-ficción, baste decir que tanto éste como el que dirige Burton parten de la base que supone la novela original publicada en 1963 por Pierre Boulle. Reimaginada cinco años después bajo la personalidad del director de 'Patton' (id, 1970) y del legendario Rod Serling, con las páginas del literato francés encontramos muchos puntos en común en el fascinante filme que, al igual que el libro, parte de la idea de un mundo en el que el orden natural se ha invertido, siendo los monos los que controlan a los humanos. Pero si el libreto de Serling —y Michael Wilson— se aparta en no pocos momentos del relato original, en el tratamiento de William Broyles Jr., Lawrence Konner y Mark Rosenthal poco o nada hay de él más allá del sustrato básico.

Incapaz por su carácter de blockbuster de moverse por los sesudos derroteros que hacía tanto el manuscrito de Boulle como su predecesora, la cinta de Burton se establece en los constreñidos parámetros de un filme de ciencia-ficción de alto presupuesto que pretende reventar taquilla por el mero hecho de contar con un director de renombre y una trama poco compleja que no exija demasiado de los potenciales espectadores. Y así, lo que aquí encontramos es una historia que sigue a un piloto espacial que, tras verse atrapado en una tormenta temporal, es transportado a un mundo futuro en el que los simios son dueños y señores de los destinos de unos humanos que son perseguidos y convertidos en esclavos y animales de compañía.

Manejándose con extrema torpeza por las inamovibles estructuras del cine comercial, Burton es incapaz de orquestar una cinta medianamente entretenida que, al menos en el terreno visual pueda superar lo inane del devenir de una historia que, carente de originalidad —toda la que podía albergar ya se había gastado treinta y tres años antes—, dedica sus vanos esfuerzos a atraer la atención de la platea con la resultona pátina visual del filme, coronada de forma indiscutible con un maquillaje soberbio por parte de Rick Baker que resulta lo único positivo del completo desaguisado que es la cinta en cualquier nivel que quiera analizarse.

Nada hay que encontrar pues en la dirección de un Burton que fue el último de una extensa lista de directores en ser considerado para la tarea —por las manos de los ejecutivos de la Fox pasaron nombres como los de James Cameron, Chris Columbus, Sam Raimi, Robert Rodríguez, Joel Schumacher, Peter Jackson o Michael Bay—, y del personal estilo del director no queda ni rastro dada su notoria y declarada indisposición ante los trabajos de encargo: ni las escenas de acción, rodadas con desgana, ni las de exposición, planteadas con mayor apatía, son capaces de captar la atención del respetable, y la sensación última que transmite la realización de Burton es la de haber desaprovechado sobremanera una cinta que, bien controlada, podría haberse insertado a la perfección en su trayectoria.

Haciéndose eco de los sinsabores de la dirección, el trabajo interpretativo es, salvo alguna que otra excepción, poco o nada relevante. Adheridos a la componente de nada de ésta última definición, encontramos a todos y cada uno de los actores que aparecen sin capas y capas de maquillaje y, como máxima expresión de la absoluta carencia de aciertos en el casting de la parte "humana" tenemos a un Mark Wahlberg que no está a la altura por mucho que Tim Burton lo defendiera en su momento a capa y espada, un actor cuyo discurrir por la cinta, en el rol de héroe a la fuerza que termina adoptando, no hace sino provocar gran añoranza de cara a el inigualable Charlton Heston de la anterior versión, no encontrando ni en la anodina Estella Warren ni en la anecdótica presencia de Kris Kristofferson ni el menor resquicio de interés por insuflar vida a unos personajes poco menos que inertes.

Harina de costal son varios de los rostros que se ocultan tras el maravilloso maquillaje simio de Baker. Y aquí dos son las presencias que sobresalen por encima de la correcta media que aportan gentes como Michael Clarke Duncan, David Warner o Paul Giamatti —para el recuerdo queda la aparición de Charlton Heston, profiriendo en versión simio las mismas maldiciones que su Taylor exclamaba en ese mítico final del filme de Schaffner—, las de Helena Bonham Carter y, sobre todo, la de la fiereza que encarna un inmenso Tim Roth, alumno aventajado de la "escuela de monos" que se montó bajo la dirección de un antiguo miembro del Circo del Sol para lograr que los artistas combinaran como lo hacen gesticulaciones humanas y simiescas.

No cabe tampoco buscar rasgos de brillantez en la anodina y funcional banda sonora de un apagado Danny Elfman, cuyo trabajo se acomoda en oscuras orquestaciones y un tema principal de ecos "salvajes" que, por muy bien que puedan llegar a ajustarse a las imágenes rodadas por Burton, palidecen en la comparación con la brutalidad que Jerry Goldsmith había arrancado a la orquesta en su significativa y rompedora partitura para la anterior versión, consiguiendo momentos de gran desasosiego —todo el inicio en el desierto, el tema de la caza...— que Elfman trata de emular sin lograrlo.

Afortunadamente para Burton, 'El planeta de los simios' se saldó en la taquilla con unos espléndidos resultados comerciales que la llevaron a convertirse en la segunda cinta más taquillera de la trayectoria del cineasta de Burbank sólo por detrás de 'Batman' (id, 1989). Un puesto que ambas terminarían perdiendo de mano de dos títulos posteriores pero que no sirvieron para aliviar la incómoda situación de un cineasta que con su siguiente filme declararía con autoridad incuestionable el tipo de cine en el que mejor desarrolla sus filias y obsesiones. Un tipo de cine respecto del cual la cinta que hoy nos ha ocupado está en el extremo opuesto del espectro.

Ver todos los comentarios en https://www.espinof.com

VER 15 Comentarios

Portada de Espinof