Hace 22 años esta película me traumatizó. Ahora que he vuelto a verla, he descubierto que es una de las mejores obras de Tim Burton

Ha merecido la pena volver a verla con otros ojos

Belén Prieto

Editora

Durante años, 'Sleepy Hollow' siempre fue para mí una película marcada por el miedo. Mi madre se quedó dormida justo cuando empezaba y yo terminé viéndola con apenas cuatro años, una tarde de siesta en la que no debería haber estado frente al televisor. 

Lo que vino después fue una sucesión de imágenes que se me quedaron grabadas de forma casi traumática: cabezas cortadas, sombras, sangre y un jinete sin rostro que parecía salir directamente de una pesadilla infantil. De hecho, durante mucho tiempo, esa experiencia definió mi relación con la película y no quise volver a verla. Sin embargo, más de veinte años después, decidí enfrentarme de nuevo a 'Sleepy Hollow', y lo que encontré fue, obviamente, algo muy distinto.

Reconciliación

Revisitar 'Sleepy Hollow' con una mirada adulta fue descubrir una película mucho más juguetona y estilizada de lo que recordaba. No solo me di cuenta de que no era para tanto, sino que descubrí una de las películas más estimulantes, elegantes y disfrutables de Tim Burton, uno de mis directores favoritos. Por fin parecía que saldaba una deuda pendiente.

El terror seguía ahí, pero ya no me abrumaba, sino que me permitió descubrir un espectáculo gótico sacado de un cuento macabro, donde el miedo se mezcla con el humor negro y una atmósfera deliberadamente artificial. Las escenas que antes me parecían insoportables ahora funcionan como iconos visuales, diseñados para impresionar más que para traumatizar -porque es una película no recomendada para menores de 7 años-.

Una de las claves de este cambio de percepción está en el estilo visual. La película es Tim Burton en estado puro: decorados expresionistas, una niebla constante, bosques que parecen salidos de una ilustración y un uso del color que subraya todos los rasgos más inconfundibles del género. 'Sleepy Hollow' no busca ser realista, sino crear un mundo propio, casi teatral, y eso es precisamente lo que la hace tan atractiva vista con distancia. Es una película que se disfruta tanto por su historia como por su diseño.

También sorprende lo bien que envejece su tono. A diferencia de otros títulos de terror de finales de los noventa, 'Sleepy Hollow' no intenta asustar de forma agresiva ni apoyarse en sobresaltos baratos. Su fuerza está en la narración, en la acumulación de tensión y en una violencia estilizada que hoy se percibe más cercana al cómic o al relato clásico que al horror explícito. Lo que antes era miedo puro ahora se convierte en fascinación.

Otro de los grandes aciertos es Johnny Depp como Ichabod Crane, un protagonista excéntrico, torpe y vulnerable, muy lejos del héroe tradicional. Su interpretación encaja a la perfección con el universo burtoniano y aporta un tono ligero que equilibra la oscuridad del relato. Junto a él, el reparto y la música de Danny Elfman refuerzan esa sensación de estar ante un cuento gótico contado con deleite y personalidad.

Al final, volver a 'Sleepy Hollow' ha sido una experiencia de reconciliación: con una película, con un miedo infantil y con una etapa concreta de mi relación con el cine. No solo he superado aquel trauma temprano, sino que he descubierto -tarde, pero a tiempo- que estamos ante una de las mejores películas y más representativas de Tim Burton. A veces, crecer también consiste en volver atrás y mirar sin miedo. He saldado mi deuda.

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